El mito de las tres transformaciones
Primera edición digital: febrero, 2019
D. R. © 2018, Juan Miguel Zunzunegui
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Tres transformaciones del Espíritu les presento.
Cómo el Espíritu se transforma en camello, el camello en león,
y el león finalmente en niño.
Así habló Zaratustra
F. NIETZSCHE
LA GUERRA Y LA PAZ EN MÉXICO
M éxico nunca ha vivido en paz. Nunca en toda su historia. Que los mexicanos aprendamos a hacerlo es la gran transformación que el país necesita, y la única que nos ofrece un futuro. Nuestro país ha tenido grandes oportunidades de trascenderse a sí mismo, de superarse, y de llegar a grandes alturas… Llevamos toda nuestra historia desaprovechando dichas oportunidades, precisamente por nuestro estado perpetuo de guerra.
Nunca hemos vivido en paz; es fundamental aceptar dicha premisa si queremos superar el estado de guerra interna en que estamos inmersos, si queremos salir de la espiral de violencia que nos envuelve, de los radicalismos que nos dividen, de la intolerancia que nos fragmenta, de la rabia que nos enfrenta, del rencor que nos carcome.
Nunca hemos vivido en paz porque no hemos forjado un país que invite a la paz, uno que permita que cada individuo viva con certezas y donde cada ser humano pueda vivir con plena dignidad su humanidad, un país sin abusos ni humillación, sin desposeídos invisibles y déspotas poderosos… un país con igualdad de oportunidades en el derecho inalienable de la búsqueda de la felicidad.
México nunca ha tenido una verdadera transformación. Aceptar esta premisa es la única forma en que podremos transformarlo realmente y convertirlo en algo mucho más grande de lo que siempre ha sido. Aceptar la realidad ayuda a transformarla; esconderla con discursos histórico-nacionalistas, sólo nos lleva al autoengaño y a la ceguera selectiva. Nada se puede transformar desde ahí.
Nunca hemos dejado de odiarnos unos a otros, por eso jamás hemos logrado transformar el país, y es difícil pensar que pueda ser transformado por personas que han dedicado vida y carreras políticas a incitar ese odio y esa división con tal de tomar el poder, o por ciudadanos que están prestos al conflicto, al madrazo fácil, a la menor provocación. Ésa es la triste historia de nuestra clase política y de nuestro pueblo.
No más discursos nacionalistas para filtrar la realidad, no más falsa dignidad patriotera que se rasga las vestimentas cuando se señala el evidente lado oscuro de un país que marcha por el sendero de la autodestrucción. Si hay que transformar al país es porque está mal, y si está mal es porque lo hemos construido mal entre todos, porque hemos permitido llegar a estos niveles, con nuestra actitud, con nuestra inconsciencia, con nuestro abuso, con nuestra mentalidad, con nuestra agresión, con nuestra indolencia. Cada quien debe indagar dentro de sí para saber qué tanto construye o destruye a México.
Hoy se habla de transformaciones en la historia de México, pero todas implicaron guerra entre los que deberían haber sido hermanos, polarización, muertes por millones, odios encarnizados, y por lo tanto cada una de ellas sólo pudo generar división y sembrar semillas de conflictos posteriores. Si hay que transformar México, es momento de hacerlo de manera diferente, con un cambio colectivo de mentalidad, con una mente serena, con el bien común como premisa indispensable para que el pueblo pueda encontrar la paz.
México ha tenido guerras y revoluciones, golpes de Estado, invasiones, reestructuraciones y reformas, dictaduras, sean personales o de partido, y fastuosas simulaciones de democracia; pero nada de eso ha significado una transformación. México nunca ha vivido en paz por muchas razones, quizá la más importante es que toda su estructura económica, política y social ha estado basada en la explotación, el abuso, el agandalle institucionalizado. Nuestro querido país siempre ha estado diseñado para que muy pocos vivan en una opulencia obscena que se sostiene en la miseria de millones.
Eso fue el virreinato, porque ésa era la intención, pero nada cambió con la guerra de Independencia, la de Reforma o la Revolución. La prueba más contundente de ello es que México sigue siendo un país con una estructura de injusticia y desigualdad, donde muy pocos viven en la exuberancia gracias a la indigencia de millones. Eso nunca se ha transformado.