Esta segunda parte de Escritos sobre literatura reúne un amplio conjunto de comentarios en torno a autores y obras significativos para la historia de la cultura y de la literatura.
En opinión del gran novelista, «los juicios sólo son valiosos cuando aprueban»; las críticas que desembocan en descalificaciones personales «son la quintaesencia de la falsedad y la mentira».
A lo largo del volumen se suceden las glosas y apuntes de todas las épocas y civilizaciones: Desde los místicos alemanes de la Edad Media a Peter Weiss pasando por Alejandro Dumas, Gustave Flaubert, Proust, Hemingway y otros muchos grandes escritores y pensadores de la Historia.
Hermann Hesse
Escritos sobre literatura, 2
Título original: Schriften zur Literatur - 2
Hermann Hesse, 1970
Traducción: Genoveva Dieterich & Anton Dieterich
Siempre he contemplado con desconfianza la seguridad con que actúan los críticos y hacen la crítica de la época y de la cultura, y en el fondo nunca me he permitido hacer verdadera crítica en público. Quizás un instinto de economía síquica me aconsejó no excederme demasiado en exteriorizaciones puramente intelectuales para no secar el suelo sobre el que crece la literatura.
(Hermann Hesse, 1929, en una carta a Hugo Ball)
Gilgamés
La obra más grandiosa que he leído en el último tiempo se llama «Gilgamés, un relato del antiguo Oriente». El original se conserva sólo en fragmentos escritos en caracteres cuneiformes. Sobre el aspecto filológico léase en otra parte. De la propia obra hay que decir que es uno de los grandes poemas primitivos, como los mitos hindúes y los mejores capítulos del Antiguo Testamento.
«Gilgamés» es un gran canto sobre la muerte. El gran héroe y rey Gilgamés posee todo lo que puede soñar un corazón heroico, posee fuerza y poder, los poderosos besan sus pies y la belleza le corteja. En combate conquista su más preciado bien, su amigo Enkidu. Pero su amigo es víctima de los malos espíritus, terribles pesadillas lo persiguen, y al final la fiebre envuelve y consume al magnífico héroe de la estepa. Ya todo esto está narrado de manera profunda y conmovedora, pero a partir de aquí el poema alcanza todo su esplendor. El héroe Gilgamés ha visto la muerte, ha visto cómo su amigo se convirtió en tierra, cómo se convirtió en barro del campo. Y su corazón heroico se rebela y se enfrenta a la muerte que le ha rozado, se defiende furioso y desesperado, y el héroe tocado en lo más profundo de su ser por la mano de los espíritus, parte y recorre el mundo y el infierno hasta el jardín de los dioses y hasta las aguas de la muerte y, después de mortales viajes y horrores, conquista la hierba que da la vida eterna. Pero mientras se baña, viene una serpiente y se come la hierba. Gilgamés tiene que morir, no hay eternidad para él, no existe otro destino para él, el héroe, que el destino de todos los pobres seres humanos. Consigue conjurar la sombra del amigo muerto y le pregunta por la «ley de la tierra».
«No te lo puedo decir, amigo, no te lo puedo decir. Si te revelase la ley de la tierra te sentarías y llorarías».
Gilgamés pregunta de nuevo, y el amigo muerto le habla de los horrores de la putrefacción. Entonces vuelve a casa, con la muerte en el corazón.
«Gilgamés se tumbó a dormir y la muerte se apoderó de él en la sala reluciente de su palacio».
Este librito es un tesoro sacado de nuevo a la luz, después de mucho tiempo, de las profundidades de la humanidad.
(1916)
Temas hindúes
Las religiones de carácter puritano-protestante tienen en general, al parecer, una plasticidad y una capacidad de adaptación menor que las católicas. Así el budismo después de casi desbancar y sustituir durante siglos a la antigua religión de los brahmanes en toda la India, se ha vuelto a extinguir desde hace tiempo y ha desaparecido casi por completo y el «hinduismo», es decir la religión popular de antigua base brahmánica ha triunfado. No existe una dogmática del hinduismo, sería imposible escribirla, porque esta religión de la India, del pueblo más religioso del mundo, es en efecto de una plasticidad, de una capacidad de adaptación, de una flexibilidad y productividad eterna que no tiene parangón.
Hay «hinduistas» que sólo veneran un dios espiritual, supremo, y otros que adoran un sinnúmero de dioses e ídolos, hinduistas que creen en espíritus y magia, y que rinden culto a las tumbas y a los demonios, y otros cuya fe está llena de reminiscencias de ideas islámicas y cristianas.
Esta religión del hinduismo no es un sistema, no se basa en ideas determinadas, no posee un canon dogmático, y sin embargo no se ha perdido o disuelto a través de los siglos, sino que con capacidad de transformación creativa ha establecido mil nuevos vínculos, ha encontrado siempre formas nuevas, ha adoptado con infinita generosidad y tolerancia elementos extraños. Al igual que los rostros y las figuras de los dioses indios de múltiples brazos, esta religión tiene mil caras, primitivas y refinadas, infantiles y viriles, dulces y crueles.
Glasenapp da una visión asombrosamente rica sobre la historia y los contenidos del hinduismo, no trata de definir lo indefinible, sino que comprende que la unidad secreta no visible desde fuera que alimenta y mantiene unida a esta religión, no es otra cosa que la propia estructura del alma india, y que el fundamento y el núcleo del hinduismo no residen ni en uno de los muchos cultos, ni en los Vedas, ni en los sacerdotes, sino en la vida india, en la vida práctica, cotidiana de los pueblos indios con su estructura social tan rigurosamente diferenciada: el sistema de castas.
(1923)
Hinduismo
El budismo y las ideas del llamado Vedanta, son entre nosotros tan conocidos y casi populares como poco conocida, temida y evitada por los eruditos y religiosos es aquella religión principal que se llama hinduismo. Se trata de aquella religión cuyos ídolos de múltiples brazos y cabezas de elefante Goethe rechazó violentamente en una hora de mal humor, en contra de su intuición más profunda. Pero estos dioses e ídolos vuelven de nuevo, vinieron ya hace diez años por el camino del arte, porque Occidente había notado de pronto que lo que valía para el Japón valía para la India, y así también se descubrió el arte indio. Y ahora el mundo de los dioses indios, con sus ídolos de múltiples brazos, con sus diosas de múltiples senos, con sus divinidades y sus santos de piedra y sonrisas ancestrales llega incontenible por muchos caminos, por los caminos del ocultismo y de las sectas, por los caminos de los coleccionistas y de los amantes del arte y los objetos raros, por los caminos de la ciencia.
Hemos contemplado hasta ahora al pueblo religiosamente más genial de la tierra casi sólo a través de anteojos filosóficos, casi conocíamos sólo aquellos sistemas y teorías de la India antigua que tratan de resolver los problemas religiosos intelectualmente. Poco a poco empezamos a intuir ahora en su grandeza y singularidad la verdadera religión del pueblo, el hinduismo, esa religión genial de plasticidad sin igual.
Aquel problema que más molesta y desconcierta siempre al hombre occidental que estudia lo indio, y según el cual Dios puede ser al mismo tiempo trascendente e inmanente, constituye el verdadero corazón de la religión india. Para el indio, que es tan singularmente genial en el sentimiento religioso como en el pensamiento abstracto, no existe tal problema, desde un principio está claro y demostrado que todo el conocimiento y arte de razonar humanos sólo pueden satisfacer al mundo inferior, al mundo humano, que en cambio sólo podemos acercarnos a lo divino con entrega, con fervor, con meditación y con devoción. Y así el hinduismo, que hoy como hace tres mil años es la religión dominante de la India, alberga pacíficamente en variedad paradisíaca los contrastes más extraordinarios, las formulaciones más contradictorias, los dogmas, ritos, mitos y cultos más opuestos, la mayor delicadeza junto a la mayor tosquedad, la mayor espiritualidad junto a la más masiva sensualidad, la mayor bondad junto a la crueldad y ferocidad.