Nicholas F. Brady, 1952
Charles B. Johnson, 1954
PREFACIO
Soy consciente de que el título de este libro puede resultar grandilocuente: Grandes estrategias . Me preceden, no obstante, Timothy Snyder, compañero en el departamento de Historia de la Universidad Yale ( On Tyranny ) y, largo tiempo atrás, Séneca ( Sobre la brevedad de la vida ). Me preocupan en especial, no obstante, los admiradores de Carl von Clausewitz, entre los que me cuento. Su obra póstuma, De la guerra (1832), fijó el modelo para los posteriores textos escritos sobre ese tema y su corolario inevitable: las grandes estrategias. Justifico la aparición de otro libro sobre esta cuestión por su concisión, la cual no era uno de los fuertes de Clausewitz: Grandes estrategias cubre más años que De la guerra , pero en menos de la mitad de páginas.
Este libro surge de dos experiencias con la gran estrategia, separadas por veinticinco años. La primera fue impartir la asignatura Estrategia y Política en el Naval War College de Estados Unidos, en Newport, entre 1975 y 1977, en las circunstancias descritas al final del capítulo 2. La segunda, haber dado en la Universidad Yale el seminario Estudios sobre la Gran Estrategia, desde 2002 hasta la actualidad. Ambos cursos se han apoyado en todo momento no tanto en la teoría como en el estudio de textos clásicos y de casos históricos. La asignatura impartida en Newport duraba un semestre y estaba dirigida principalmente a oficiales con cierta experiencia. El seminario de Yale abarca dos semestres y atrae a estudiantes de grado y de posgrado, así como a profesionales. Acude a él todos los años, asimismo, un teniente coronel en activo del ejército y de los marines.
Ambos cursos siguen una filosofía basada en la colaboración: en Newport, en general, cada sesión la impartíamos un instructor civil y uno militar, mientras que, en Yale, se dan distintas combinaciones. Mis colegas Charles Hill, Paul Kennedy y yo lo pusimos en marcha como troika: asistíamos a todas las clases, debatíamos entre nosotros ante los estudiantes y les aconsejábamos personalmente (no siempre de manera coherente) fuera del aula. Por fortuna, los tres seguimos siendo vecinos y buenos amigos.
La creación en 2006 del programa Brady-Johnson sobre Gran Estrategia permitió fichar a otros profesionales: David Brooks, Walter Russell Mead, John Negroponte, Peggy Noonan, Victoria Nuland, Paul Solman, Jake Sullivan y Evan Wolfson. El seminario también ha llamado la atención de otros profesores de Yale, como Scott Boorman (profesor de Sociología), Elizabeth Bradley (anteriormente en la escuela de Salud Pública, directora del programa Brady-Johnson durante el curso 2016-2017 y hoy presidenta del Vassar College), Beverly Gage (profesora de Historia y, desde 2017, directora del programa Brady-Johnson), Bryan Garsten (profesor de Ciencias Políticas y Humanidades), Nuno Monteiro (profesor de Ciencias Políticas), Kristina Talbert-Slagle (profesora de Epidemiología y Salud Pública) y Adam Tooze (antiguo profesor de Historia, radicado hoy en la Universidad de Columbia, Nueva York).
Todos ellos me han enseñado muchísimas cosas, razón añadida para intentar recogerlo aquí aunque sea resumidamente. He aprendido de una manera informal e idiosincrásica, guiándome por las impresiones. Mis profesores no son responsables más que de abrirme caminos y de dejarme a mi aire, lejos de su control. Dada mi búsqueda de patrones a lo largo del tiempo, el espacio y la escala, a quien pude conocer durante mi estancia como profesor visitante en la Universidad de Oxford, entre 1992 y 1993. Tengo la sensación de que le agradaría ser considerado un gran estratega. Estoy seguro de que, al menos, le divertiría pensarlo.
Mi agente, Andrew Wylie, y mi editor, Scott Moyers, mostraron más confianza en este libro que yo cuando empecé a escribirlo. Trabajar con ellos ha sido de nuevo un gran placer, al igual que colaborar con el eficaz equipo de Penguin: Ann Godoff, Christopher Richards, Mia Council, Matthew Boyd, Bruce Giffords, Deborah Weiss Geline y Juliana Kiyan.
Debo un agradecimiento especial a los estudiantes de grado de Yale que asistieron al seminario Zorros y Erizos, que impartí en otoño de 2017, y que han revisado de forma implacable todos los capítulos de este libro: Morgan Aguiar-Lucander, Patrick Binder, Robert Brinkmann, Alessandro Buratti, Diego Fernandez-Pages, Robert Henderson, Scott Hicks, Jack Hilder, Henry Iseman, India June, Declan Kunkel, Ben Mallet, Alexander Petrillo, Marshall Rankin, Nicholas Religa, Grant Richardson, Carter Scott, Sara Seymour, David Shimer y Jared Smith. También he contado con el apoyo de consumados ayudantes de investigación, como Cooper D’Agostino, Matthew Lloyd-Thomas, David McCullough III, Campbell Schnebly-Swanson y Nathaniel Zelinsky.
Los rectores de Yale, Richard Levin y Peter Salovey, me ofrecieron un sólido respaldo a la enseñanza de la gran estrategia desde el primer momento, como también lo ha hecho Ted Wittenstein, ayudante especial y uno de nuestros primeros estudiantes. Los directores adjuntos de Estudios de Seguridad Internacional y del programa Brady-Johnson nos han amparado a la hora de mantener el rumbo: Will Hitchcock, Ted Bromund, el difunto Minh Luong, Jeffrey Mankoff, Ryan Irwin, Amanda Behm, Jeremy Friedman, Christopher Miller, Evan Wilson e Ian Johnson. También han prestado un apoyo inestimable: Liz Vastakis, Kathleen Galo, Mike Skonieczny e Igor Biryukov. Mi esposa, Toni Dorfman, profesora, erudita, mentora, actriz, dramaturga, directora de obras y óperas barrocas, correctora, crítica, cocinera gourmet , terapeuta nocturna y amor de mi vida desde hace (!) veinte años, me ha sustentado de todas las maneras posibles.
Esta dedicatoria quiere ser un homenaje a los dos grandes benefactores de nuestro programa, Brady y Johnson, así como a algo que hace las cosas más fáciles sin perder nunca la prudencia: la visión de estos, su generosidad y su invariable buen consejo —no olvidemos, claro, que en este programa tratamos de enseñar sentido común— han sido nuestra ancla, nuestra brújula y la embarcación misma en que navegamos.
New Haven, Connecticut
Otoño de 2017
CRUZANDO EL HELESPONTO
Nos encontramos en el año 480 a. C. en Abido, ciudad situada en la orilla asiática del Helesponto, donde el paso se estrecha a poco más de kilómetro y medio. La escena es digna de una película de la época dorada de Hollywood: Jerjes, rey de reyes persa, asciende el promontorio para sentarse sobre un trono desde el que contemplar sus ejércitos en formación, los cuales, según Heródoto, sumaban más de un millón y medio de hombres. Probablemente fueran una décima parte de ese número, que son, con todo, los hombres que Eisenhower mandó desembarcar el día D. No salva hoy día el Helesponto ningún puente, pero Jerjes tuvo dos: un pontón construido con trescientas sesenta embarcaciones atadas entre sí y otro con trescientas catorce, curvados ambos ligeramente por la corriente y el viento. Sepultado bajo las aguas el puente anterior tras una tormenta, el furibundo emperador había ordenado decapitar a los constructores y azotar y marcar con hierros candentes las mismísimas aguas del estrecho. En algún lugar del fondo deben de reposar aún hoy los grilletes de hierro que mandó arrojar al mar como advertencia.