ÍNDICE
SINOPSIS
Aparecen en los límites de la vida, cerca de tu último aliento.
A veces son solo una voz. Otras, una presencia.
Te guían, te ayudan y luego… desaparecen.
Todas las culturas han hablado de ellos, pero durante siglos han sido olvidados. Es la hora de sacar a la luz una antigua verdad.
¿Quiénes son los Guardianes?
En esta nueva investigación, Javier Pérez Campos ha seguido de cerca el fenómeno de las apariciones que salvan vidas. El resultado es un documentado relato en el que el autor recorre el tiempo y el espacio para conocer a los protagonistas de estos fenómenos. En su perseverancia para desentrañar el misterio, incluso ha llegado a someterse a experimentos para generar fantasmas.
Solo en plena búsqueda de respuestas, las preguntas pueden ser aún más reveladoras.
JAVIER PÉREZ CAMPOS
LOS
GUARDIANES
A mis Guardianes
Este es para vosotros
El individuo tiene que saber y confiar,
y los guardianes eternos aparecerán.
J OSEPH C AMPBELL
INTRODUCCIÓN (TÚ)
Al universo le sobra noche.
¿De qué es tan necesario advertirnos?
N EIL G AIMAN
Un paraje nevado. Remoto. Yermo. Solitario. Majestuoso y voraz. Ancestral.
A tus pies, el mundo. Y a pocos centímetros de ti, el cielo. Tan cerca que casi podrías tocarlo con solo alzar los brazos. Un lugar inaccesible para el común de los mortales, que siguen con sus quehaceres sin imaginar siquiera un lugar así. A lo lejos, solo una infinita pantalla blanca.
Fotografiarías cada rincón. Es un lugar de ensueño, como una inabarcable postal. Pero ha caído la tarde y aquí la naturaleza es inmisericorde, poderosa, imbatible.
El aire seco parece cortar como afiladas cuchillas, y tapar cada centímetro de piel al descubierto se convierte en tu mayor prioridad.
La luz y la temperatura descienden a gran velocidad. Y tus pesadas botas se clavan cada vez más en el suelo. El vendaval te empuja con fuerza. La copiosa cantidad de nieve que golpea tu rostro dificulta la visión. Y estás completamente solo.
Parece que todo se ha complicado. El sueño se convierte en pesadilla, y el entorno en el que sentías la libertad como nunca antes es ahora una trampa mortal.
Tu mente, lejos de ayudar, se empeña en recordarte lo cerca que podría estar la Parca. Como una sombra negra agazapada esperando su turno. En cualquier momento del día, estos pensamientos se evaporarían como agua en el desierto. Pero la noche ha llegado y la luz de las estrellas muertas te estremece de pies a cabeza.
Nunca habías concebido una oscuridad y una soledad como aquellas. No tienes aliados. Ni siquiera tú mismo, que empiezas a recordar algo que leíste hace tiempo. Es sobre un horrible lugar del Everest.
Más allá del Campamento 4, por encima de los 7.900 metros, se extiende la denominada zona de la muerte . Uno de los puntos más peligrosos del planeta, donde cualquier percance supone una fatalidad. El camino a la cima tiene una macabra señalización. Cuarenta cadáveres que los sherpas conocen a la perfección.
Botas Verdes es el apodo que dan a Tsewang Paljor, un alguacil indio que murió congelado junto a otras siete personas. Ahora es la referencia principal en la ruta de ascenso de la arista noreste debido al vivo color de sus botas, fácilmente identificable en el blanco infinito.
A pocos metros se encuentran los restos de David Sharp, y un poco más allá, los de un cuerpo sin identificar al que llaman El Saludador , debido a la postura en que quedaron sus manos entumecidas.
Rescatar los cuerpos es una labor imposible por la hostilidad del terreno y las bajas temperaturas, por lo que el color de sus abrigos o la postura de sus extremidades son claves para alcanzar la cima. Algunos alpinistas han llegado a declarar que la ascensión a la cumbre resultó una pesadilla similar a atravesar el Hades.
Bien entrada la madrugada, decenas de puntos de colores que se superponen aleatoriamente pasan por tu mente. Algunos parecen formar una sonrisa burlona. Otros serpentean, generan flechas o danzan equidistantes.
Piensas en algún tipo de alucinación. Alguna reacción desconocida del cerebro preparada específicamente para una situación como esta. De pronto caes en la cuenta. Esos símbolos son parte del macabro recuerdo que tu mente procura tener bien presente. Un tormento por someterte a tal temeridad. Cada punto es una vida perdida. Los muertos del Everest.
En la base del esquema, antes de llegar al Campamento 1, los pequeños círculos parecen más diseminados. Pero, según avanzan hasta la cima, estos van amontonándose de manera progresiva, hasta formar un gran borrón en la zona de la muerte. Con cada marca, una historia. Una mala decisión. Una trágica casualidad.
Piensas entonces en el destino que te ha llevado hasta allí. ¿Estaba planificado desde el momento en que naciste o te has metido tú solito en este embrollo?
Sea como sea, el futuro es cada vez más incierto y cada hora que pasa te acerca a convertirte en el símbolo de un esquema similar. Parte de una simple infografía que alguien leerá algún día en un periódico antes de pasar a la sección de Sociedad.
Piensas en tu familia, en tus amigos y en toda la gente que has conocido. Y, tras varias horas de caminata a ciegas, acabas cayendo al suelo. Sientes un agotamiento cada vez más intenso y evidente. Desaparece por completo la esperanza y, con ella, los pensamientos dañinos.
Te dejas llevar. Tu mente se aleja. La respiración es profunda. Los ojos se apagan.
Baja el telón.
Esta vez ha pasado muy cerca. La habías sentido otras veces. Cuando al cruzar un paso de cebra un coche pasaba a toda velocidad. Cuando un trozo de teja caía delante de tus narices desde un séptimo piso. Cuando al tocar un cable pelado la electricidad recorría tu piel provocando una desagradable sacudida. Cuando en plena noche un animal te salía al paso mientras cruzabas una carretera secundaria con tu vehículo.
Pero nunca habías estado tan cerca como para notar su fría garra sobre tu hombro. Tan cerca que, de haberte girado, habrías visto su rostro.
Pero aún no es el momento. Tu cuerpo está diseñado para vivir. Randy Gardner, de San Diego, sobrevivió once días sin dormir.
Así que reúnes fuerza suficiente para intentar desandar el camino que tomaste el día anterior. Piensas que quizá estés cerca de cualquier posibilidad de supervivencia. Las ideas se superponen y tu mente intenta desechar la negatividad que el inconsciente parece vomitar sin filtros.
Buscas cualquier protuberancia, singularidad orográfica o anomalía del terreno que te sirva de guía para regresar, pero la labor resulta prácticamente imposible porque te encuentras rodeado de un blanco cegador. Y decides caminar sin más.
La noche regresa con sus sombras. Tras una ruta de más de cuarenta kilómetros, no has encontrado ni rastro de civilización. La desesperación es cada vez mayor y los pensamientos oscuros cobran cada vez más fuerza. Pero algo cambia en esta ocasión.
Una imponente presencia rasga el filo de la realidad. Una fuerza inesperada que surge de la nada, a tu espalda. Está ahí, puedes notarla, y te giras para comprobarlo. Descubres que no hay nada. No hay nadie. Solo tú y el firmamento más hermoso que has visto jamás. Y sin embargo… sigue ahí. No es algo que percibas con la vista. Ni con el tacto. Ni con el oído. Pero sabes que está ahí. ¿Qué sentido es capaz de captar la presencia? Posiblemente se trate de una alucinación causada por el aislamiento. Sí, porque todo lo que no tiene explicación es siempre una alucinación.
Página siguiente