FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ (Madrid, 1936). Demostró desde su niñez que las letras iban a ocupar una parte esencial de su vida. A los cinco años fundó, dirigió y redactó un periódico autógrafo, La Nueva España, del que se conservan varios ejemplares. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad Complutense (secciones de Románicas y de Italiano) e intervino en las algaradas antifranquistas de finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta, lo que le valió cinco procesos, diecisiete meses de cárcel y siete años de exilio.
Viajero infatigable, ha recorrido setenta y cuatro países y ha sido profesor de Historia, Literatura y Lengua Española en trece universidades de España, Italia, Japón, Senegal, Marruecos, Jordania, Kenya y Estados Unidos. Como periodista, ha sido enviado especial en muchos países de Asia, África y América, y ha trabajado en la Radiotelevisión Italiana, en la Japanese Broadcasting Corporation (NHK), en las publicaciones del Grupo 16, donde fundó el suplemento de libros Disidencias, en la SER, en Radiocadena (donde obtuvo el Premio Ondas en 1988) y en Televisión Española (responsable, entre otros, de los programas Encuentros con las Letras, Tauromaquia, Biblioteca Nacional, El mundo por montera, La Tabla Redonda).
En su extensa obra como escritor destacan Gárgoris y Habidis. Una historia mágica de España, obra por la que obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1979, Finisterre, sobre viajes, travesías, naufragios y navegaciones (1984), Del priscilianismo al liberalismo. Doble salto sin red (1987), Volapié: Toros y tauromagia (1987), La Dragontea. Diario de un guerrero (1992), La prueba del laberinto (1992), con la que consiguió el Premio Planeta, En el alambre de Shiva (1997), El camino hacia Ítaca (1998), El Sendero de la Mano Izquierda, que fue Premio Espiritualidad Martínez Roca en 2002, Muertes paralelas, premio Fernando Lara de Novela 2006, Y si habla mal de España, es español (2008), Esos días azules. Memorias de un niño raro (2011) y Santiago Abascal. España vertebrada (2019).
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Donde Dragó define a Abascal y se habla de los misterios y abusos de la democracia, de la Ley Electoral, del derecho a decidir, de la Constitución, de los parlamentos, del autoritarismo y el totalitarismo, de Franco y otra vez de Abascal
Abascal: ¿Así que no soy o no te parezco de derechas? ¡Pues hale, sabelotodo! Prueba a definirme.
Dragó: Con gusto… Eres un conservador, pero cristiano. Yo también, pero pagano. Y, sobre todo, eres Vox: un movimiento transversal de sensatez que se planta frente a los tirios y los troyanos en un país que la ha perdido.
Abascal: ¿Somos, entonces, tú y yo correligionarios?
Dragó: ¡Hombre! En el sentido literal de la palabra, no, pues la religión es precisamente una de las fronteras que nos separan. Pero en lo que a la política se refiere…
Abascal: En la política no juega ningún papel la religión, así que asunto resuelto.
Dragó: Me alegra saber que no eres teocrático.
Abascal: Dejo eso para el islam. La democracia es laica por definición. El pueblo no es divino. Que cada uno escoja la religión que quiera. ¿Puedo hacerte una pregunta personal?
Dragó: Sobraría. Tuya es aquí la única Vox, Santi. La mía está en off. ¿Seguimos? Ya no sé de qué estábamos hablando…
Abascal: Del Lejano Oeste, del paganismo, del cristianismo…
Dragó: Tú, que eres político, aunque lo seas a regañadientes, ¿me puedes explicar uno de los misterios de la democracia? El lío ese de la ley d’Hondt… Los profanos no lo entendemos. Eso de que los votos de las personas no pesen lo mismo convierte la supuesta democracia representativa en meramente participativa. Otro truco del almendruco, ¿no?
Abascal: El problema no es la ley, sino el tamaño de las circunscripciones. Un partido con dos millones de votos dispersos puede tener menos diputados que uno que los tenga concentrados en una provincia. Por eso hay que establecer mecanismos de corrección mirantes a que exista una sola circunscripción nacional.
Dragó: Un hombre, un voto. Punto. Y en función de los votos se distribuyen los escaños a rajatabla. Eso es lo que yo desearía. Y otros muchos, también.
Abascal: En las elecciones europeas es así: un hombre, un voto.
Dragó: A mí, después de una jornada electoral, me interesa más el número de votos que el de escaños, pero los periodistas se empeñan en lo contrario. Eso va contra la esencia misma de la democracia.
¿Cambiaríais vosotros la ley electoral?
Abascal: La haríamos más representativa para que los partidos nacionales no resulten perjudicados por los separatistas, cuyos votos están más concentrados.
Dragó: Si sólo es por eso… Sería una medida innecesaria, ya que no escondéis vuestra intención de conseguir que todas las formaciones explícitamente separatistas se declaren fuera de la ley.
Abascal: Tienes razón, pero hasta que lo segundo no suceda…
Dragó: ¿Qué es la democracia militante? He escuchado a menudo esa expresión, siempre en boca de los antisistema y de la izquierda facha, pero no acabo de entenderla.
Abascal: A mí no me la escucharás. Quienes se la han sacado de la manga o, mejor dicho, de sus capuchas y puños americanos son los que pretenden destruir la democracia permitiendo el voto de quienes no creen en ella y recurriendo a la violencia callejera.
Dragó: Varios meses después de la muerte de Franco escribí y envié una carta a algunos líderes políticos recabando el derecho de quienes queríamos permanecer fuera del sistema a irnos a vivir a un pueblo abandonado, a una especie de reserva apache… Si nos conectábamos a la luz, la pagábamos. Y si no, no. Y así con todo. Nadie me respondió.
Abascal: Eso es el derecho de autodeterminación.
Dragó: No. Es el derecho a organizar mi propia vida. Si no me desplazo en coche, ¿por qué tengo que financiar las autopistas? ¿Y qué me dices de la Constitución? ¿De verdad es necesaria? Hay países que no la tienen. El Reino Unido, por ejemplo.
Abascal: Pero tienen normas consuetudinarias que, escritas o no, funcionan como una Constitución. Y hay tribunales que dictan leyes. En cualquier caso, tiene que haber una norma fundamental y común a todos. Escrita o no escrita. La Constitución debe incluir mecanismos de reforma, como el de las enmiendas en Estados Unidos, y partes sacralizadas y por ello inalterables. ¿Cuáles? Muy pocas: la unidad del país, el acatamiento de sus leyes, la igualdad ante ellas y el respeto a la libertad de las personas.
Dragó: Una vez leí que Italia y España son los países que más códigos y leyes tienen: penales, civiles, administrativas, mercantiles, militares, municipales… El que menos tiene es Alemania. Y la diferencia es abismal. De centenares, en el caso alemán, a miles, en el español.
Abascal: Aquí la religión política es el constitucionalismo a ultranza. Parece como si todos los ciudadanos tuviésemos que ser catedráticos de Derecho Administrativo. Vivir en España, con todos los cruces de competencias que existen y el laberinto de legislaciones que las acompañan, exige un nivel de información y especialización que no está al alcance de casi nadie.
Dragó: Yo, por ejemplo, no lo tengo, ni lo tiene nadie en mi familia. Ésa es una de las variantes del despotismo. Te obligan a ser contable, notario, registrador, gestor chupatintas, picapleitos, qué sé yo… ¿Hay alguna persona corriente y moliente que sepa hacer la declaración de impuestos?
Abascal: Muy pocas. Yo no sabría. Es endiablada. Me la hacen. ¿Y tú, Emma?