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Winckelmann Johann Joachim - Historia Del Arte De La Antigüedad

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Historia Del Arte De La Antigüedad - image 1

Akal / Fuentes de Arte / 28

Johann Joachim Winckelmann

Historia del arte de la antigüedad

Traducción de

Joaquín Chamoro Mielke

Historia Del Arte De La Antigüedad - image 2

Diseño cubierta: RAG

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© Ediciones Akal, S. A., 2011

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-3649-4

Nota sobre la edición

El texto de la presente traducción se basa en el de la primera edición alemana, publicada en Dresde en 1764 y que fue supervisada por el propio Winckelmann.

En el anexo se reproducen, no obstante, los grabados que acompañaron las dos primeras ediciones y que tan importantes resultaban para su autor, como demuestran las reiteradas referencias a los mismos que se hacen en el texto.

Prólogo

La historia del arte de la Antigüedad que me propuse escribir no es una mera narración de los periodos y las transformaciones que aquél experimentó, puesto que tomo la palabra historia en el sentido, más amplio, que ésta tiene en la lengua griega, y mi intención no es otra que ofrecer el ensayo de una construcción teórica. Es lo que he intentado llevar a cabo en la primera parte, en el estudio sobre el arte de los pueblos antiguos, de cada uno en particular, pero con la mirada puesta principalmente en el arte griego. La segunda parte trata de la historia del arte en sentido estricto, es decir, atendiendo a las circunstancias externas, y sólo del de los griegos y los romanos. Pero, tanto en esta parte como en aquélla, el fin último es la esencia del arte, y en este fin poco influye la historia de los artistas, por lo que tal historia, que otros ya han compuesto, no tiene aquí su sitio. Pero ello no me ha impedido citar, también en la segunda parte, aquellos monumentos artísticos que pueden servir de ilustración.

La historia del arte ha de enseñar el origen, el desarrollo, la transformación y la decadencia del arte, así como los distintos estilos de los pueblos, las épocas y los artistas, y demostrar en la medida de lo posible lo enseñado a través de las obras de la Antigüedad que se han conservado.

Hay unos cuantos escritos con el título de «Historia del arte», pero el arte tiene en ellos escasa presencia, pues sus autores no han llegado a conocerlo suficientemente, por lo que no podían ofrecer más que lo que habían leído en libros u oído de leyendas. Casi ningún escritor muestra la esencia y la interioridad del arte, y quienes se ocupan de las antigüedades, o bien sólo tocan aquello que les permite exhibir su erudición, o bien, cuando hablan del arte, lo hacen diciendo en parte alabanzas generales, cuando no construyen sus juicios sobre fundamentos ajenos y falsos. De esta especie son la Historia del arte de Monier y la traducción y explicación que de los últimos libros de Plinio ofrece Durand bajo el título de Historia de la pintura antigua. También Turnbull , con su tratado sobre la pintura antigua, pertenece a esta clase. Arato, quien, como dice, Cicerón, no entendía la astronomía, llegó a escribir un célebre poema sobre ella, pero dudo de que un griego sin conocimientos artísticos hubiera podido decir algo digno sobre el arte.

Inútilmente se buscarán investigaciones y conocimientos artísticos en las grandes y costosas obras hasta ahora conocidas que describen estatuas antiguas. La descripción de una estatua debe demostrar la causa de su belleza e indicar lo particular de su estilo artístico, es decir, antes de formarse un juicio acerca de las obras de arte es preciso tratar de las partes de dichas obras. Pero ¿dónde se enseña en qué consiste la belleza de una estatua? ¿Qué escritor la ha contemplado con ojos de artista que sabe de su arte? Lo que en nuestro tiempo se ha escrito en este estilo no es mejor que las «estatuas» de Calístrato; ese estéril sofista pudo haber descrito diez veces más estatuas sin haber visto una sola de ellas: nuestros conceptos se resquebrajan en la mayoría de estas descripciones, y lo que fue grande parece caber en una pulgada.

Se entiende que una obra griega se distingue de otra romana por la vestimenta o la calidad de la misma: un manto atado sobre el hombro izquierdo de una figura demostrará que fue realizada por griegos, incluso hecha en la misma Grecia. Hasta se ha intentado reconocer la patria del artista que hizo la estatua de Marco Aurelio por las crines de la cabeza del caballo, en las que se ha querido ver cierto parecido con una lechuza, lo cual significaría que el artista quería evocar Atenas. Si una buena figura no aparece vestida como un senador, se dirá que es griega, a pesar de que también tenemos estatuas senatoriales hechas por renombrados maestros griegos. En Villa Borghese hay un grupo llamado Marco Coriolano con su madre. Se supone que de ellos se trata, y de esta suposición se deduce que esta obra es de tiempos de la República, lo cual es motivo para tenerla en menos valor del que en verdad posee. Y porque a una estatua de mármol de la misma villa se le dio el nombre de La gitana (Egizzia), se quiere encontrar en su cabeza el verdadero estilo egipcio, aunque nada muestre de tal estilo y sea, con sus manos y pies de bronce, obra de Bernini. Esto es lo mismo que amoldar la arquitectura al edificio. Igualmente carece de fundamento la denominación, por todos aceptada sin haber observado atentamente, del supuesto Papirio con su madre que se encuentra en la Villa Ludovisi, en cuyo rostro de hombre joven Du Bos cree ver una sonrisa maliciosa de la que en verdad no hay el menor vestigio. Este grupo representa en realidad a Fedra y a Hipólito, cuya figura muestra en el rostro consternación por la declaración de amor de una madre: las representaciones de los artistas griegos (como Menelao, maestro de esta obra) eran producto de sus propias fábulas y narraciones épicas.

Para considerar la excelencia de una estatua, no basta, como hizo Bernini, acaso con irreflexiva impertinencia, con declarar la de Pasquino la más bella de todas; también hay que exponer los motivos, pues de esa manera hubiera podido citar como ejemplo de arquitectura antigua la Meta Sudante frente al Coliseo.

Algunos se han atrevido a dar el nombre del maestro basándose en una única letra, y quien reduce al silencio los nombres de algunos artistas escultores, como en el caso del mencionado Papirio, o más bien Hipólito, y en el del Germánico, nos cita el Marte de Juan de Bolonia de la Villa Médicis como una estatua de la Antigüedad; esto ha inducido a error a otros. Otro más, para describir una mala estatua antigua, como la del supuesto Narciso del Palacio Barberini, en vez de una buena figura, nos cuenta la fábula que hay tras ella, y el autor de un estudio sobre tres estatuas del Campidoglio, la Roma y dos reyes bárbaros prisioneros, inesperadamente nos cuenta una historia de Numidia; como dicen los griegos, Leukon lleva una cosa y su asno, otra muy distinta.

Igual de escasa es la enseñanza que se puede obtener de descripciones de las demás antigüedades de galerías y villas de Roma; engañan más que enseñan. Según el catálogo de estatuas del conde Pembroke y del gabinete del cardenal Polignac, dos estatuas de Hersilia, mujer de Rómulo, y una Venus de Fidias en Pinaroli, son las cabezas de Lucrecia y de César tomadas del natural. De las estatuas que el conde Pembroke posee en Wilton, Inglaterra, de las que Carry Creed hizo cuarenta aguafuertes bastante malos en cuarto mayor, se asegura que cuatro son de un maestro griego llamado Cleómenes. Es admirable la seguridad que acompaña a la credulidad humana cuando se asevera que un Marco Curcio a caballo es obra de un escultor a quien Polibio (presumo que el general de la Liga Aquea e historiador) llevó consigo de Corinto a Roma. No habría sido mucho más desvergonzado afirmar que Polibio envió al artista a Wilton.

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