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Me Gusta Leer Colombia
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Para Migue
Agradecimientos
E ste libro, como La Silla Vacía, es el resultado de la generosidad, ideas, reflexiones, ediciones y aportes de varias personas cercanas a mí.
Olga Lucía Lozano, Laura Jaramillo, Cristina Vélez, Carlos Cortés, Camila Osorio, Natalia Arenas, Andrés Bermúdez, Eduardo Briceño, Natalia Arbeláez, Jineth Prieto y Laura Ardila me ayudaron con sus recuerdos y contribuyeron a mejorar los capítulos en los que aparecen. Margarita Martínez corrigió varias imprecisiones e hizo comentarios claves en algunos apartes. Juan Esteban Lewin, uno de los sostenes fundamentales de La Silla, me ayudó a controvertir y enriquecer algunas de las tesis con las que inicialmente partí.
Pero el libro no sería lo que es si no fuera por los aportes significativos que me hicieron Miguel La Rota, Francisco Miranda y Carlos Pérez Ricart, quienes leyeron todo el libro, me ayudaron a repensar los capítulos, me sugirieron nuevos enfoques, cuestionaron mis conclusiones y me alentaron a reescribirlos. La minuciosa edición de María Fernanda Márquez, amiga entrañable y editora excepcional, fue definitiva en la concepción y forma final que tomó este libro y sobre todo para darme la confianza de hacerlo y terminarlo.
Este libro también es posible porque pude tomarme un año sabático en la increíble Universidad de Oxford. Por ello, guardo un profundo agradecimiento con el maravilloso Malcom Deas, que me recomendó como visitante académica en St. Anthony’s College con acceso a su biblioteca, donde pasé horas leyendo y escribiendo; también con Eduardo Posada Carbó y el Latin American Centre, que me acogió y nutrió con sus interesantes debates.
El apoyo y la generosidad de mis papás, tanto para la creación de La Silla como la elaboración de este libro, ha sido un constante estímulo para mí.
Gracias también, M. y A., fuente inagotable de felicidad durante el año que tardé escribiendo este libro.
Por último, gracias a todos los que han ocupado La Silla, a los que mencioné y los muchos que no aparecen en este libro: sin lo que todos juntos hemos construido, este libro tampoco tendría sentido.
Introducción
L as marchas iniciadas el 21 de noviembre de 2019, convocadas por el denominado Comité Nacional de Paro, en contra de las políticas del presidente Iván Duque, habían sido el bautizo político para los periodistas más jóvenes de La Silla Vacía, quizás como lo fue la Ola Verde para mí, y muchos de los que nacimos en los setenta. Todos estaban convencidos de que después de esa movilización masiva de la ciudadanía, el país ya era otro.
Era el 7 enero de 2020. Me volvía a reunir con todo mi equipo después de un año y medio sabático en Oxford, Inglaterra, durante el cual escribí gran parte de este libro, y pude leer y reflexionar sobre La Silla en la distancia.
Me había ido justo después del triunfo de Iván Duque a la Presidencia, tras una intensa y polarizada campaña electoral que habíamos cubierto minuto a minuto, desde el Caribe, el Pacífico, los Santanderes, el Sur, Antioquia y Bogotá, y durante la cual fuimos atacados duramente por militantes de izquierda y de derecha, desatando en el equipo, y sobre todo en mí, una intensa reflexión sobre lo que debía ser un medio en pleno siglo XXI en Colombia.
Cuando La Silla nació, en 2009, como un medio nativo digital, pionero en América Latina, menos del 2 % de nuestras visitas venían del celular. Hoy, con casi un millón de usuarios únicos al mes, más del 75 % nos consultan desde los móviles. En esa época, Facebook y Twitter apenas se estrenaban en Colombia. Instagram no existía. Ahora, la mayoría de personas empiezan y terminan su experiencia informativa en alguna de las redes sociales.
La Silla surgió cuando la mayoría de medios tradicionales de la región veían Internet como una mera plataforma para distribuir sus impresos y no anticipaban la gran amenaza que sería para su modelo de negocio. El debate para ellos ahora es erigir muros de pago o agonizar.
Los dilemas para los medios nativos de Internet no son menos existenciales. El debate público ha migrado hacia las redes sociales, un espacio que privilegia —casi que exige— filiaciones decididas (así cambien a la semana siguiente), en el que un periodismo basado en hechos y datos fríos es percibido, en el mejor de los casos, como tibio. Por el lado del negocio, la expectativa de que cuando la pauta siguiera a la audiencia hacia Internet, el modelo de sostenibilidad de los impresos se replicaría en la web, tampoco se cumplió. Aun así, el espacio que en 2009 La Silla ocupaba prácticamente sola hoy está poblado de medios digitales, de todas las tendencias ideológicas y calidades periodísticas.
Este libro aspira a documentar algunos de esos cambios que Internet ha desencadenado en el periodismo y la política en Colombia en la última década, a partir de la ventana que me ha ofrecido ser la fundadora y directora de La Silla Vacía desde su creación hace ya más de diez años, un período marcado por las redes sociales. Una revolución que le ha planteado dilemas trascendentales a la profesión del periodismo, tras casi un siglo registrando cambios drásticos en la sociedad, pero sufriendo muy pocos ella misma.
La transformación producida por Internet es tan profunda que, incluso, cuestiona pilares esenciales del periodismo, como el valor de la verdad, cuando entra en conflicto con el sentido de identidad de la audiencia; del lenguaje argumentativo propio de un texto, que riñe con el más emocional de los memes y los stickers, que condensan en una imagen un evento o un personaje y, a partir de allí, construyen narrativas difíciles de desvirtuar por artículos reporteados bajo los cánones tradicionales de la profesión; del concepto de relevancia, que compite con el de popularidad, definido por los algoritmos. O, incluso, de la importancia de registrar la memoria de una época, cuando el olvido es cada vez más protegido judicialmente como un derecho.
Las redes sociales han alterado la forma como mucha gente construye sus nociones de realidad, y, por ende, han tenido un profundo impacto no solo sobre el periodismo, sino también sobre la política. Durante la vida de La Silla, las redes permitieron que un personaje como Álvaro Uribe, con tan solo una cuenta en Twitter, pudiera armar la oposición más efectiva que ha existido contra un gobierno en Colombia; que Antanas Mockus, el exalcalde de Bogotá que venía de una seguidilla de estruendosas derrotas electorales, pudiera protagonizar alrededor de Facebook una ola de entusiasmo sin precedentes entre los jóvenes urbanos en la campaña para la Presidencia de 2010; que un joven zanquero en Santander, apoyado por una página web que denuncia infracciones de tránsito, le quitara la curul en la Cámara de Representantes a un gamonal; o que una movilización en las calles, sin un liderazgo centralizado, pusiera contra las cuerdas al gobierno de Iván Duque. Las redes han desvalorizado a los intermediarios y han reducido las barreras de entrada a la política, con lo cual también han comenzado a marcar las horas finales del clientelismo en Colombia, abriéndoles paso a voces más independientes y, también, a nuevos populismos.