Imagen de interior: Hotel do Parque, Estoril, s.f.
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Hotel do Parque, en Estoril, donde Alexandre Alekhine
fue hallado muerto el 24 de marzo de 1946.
Si Alekhine hubiera sido un científico nazi antisemita, inventor de maquinarias de exterminio, y como tal hubiera gozado de la protección de los poderosos, entonces toda esa chusma intelectual habría contenido cobardemente el aliento. No siendo así, la víctima tuvo que beber el amargo cáliz hasta las heces... Incluso el supremo gesto de su partida fue vulgarmente mancillado. Y nosotros, temerosos, con un nudo en la garganta, callamos. Porque la única virtud que aúna fraternalmente a todos, blancos y negros, judíos y cristianos, es la vileza.
ESTEBAN CANAL
Índice
Teoría de las sombras
PRÓLOGO
Estoril, agosto de 2012
Me despierto una vez más a media noche, sofocado por el calor de finales de agosto, y al encontrarme acostado en la cama de este modesto hotel de Estoril me siento atenazado por la angustia. Esa pregunta que desde hace años me obsesiona no hace sino acrecentarse en la soledad y el silencio nocturnos hasta resultar ensordecedora. ¿Conseguiré encontrar por fin una respuesta?
El origen de todo fue mi inveterada pasión por el ajedrez. Aunque no he participado nunca en un torneo ni ocupado ningún puesto en la clasificación oficial, me declaro abiertamente un aficionado entusiasta. Ni que decir tiene que este juego puede deparar grandes satisfacciones incluso a un ajedrecista de café. En el fondo, éste compite con adversarios de su misma talla, y la emoción que siente no es muy distinta de la que experimentan los campeones. Se suma a ello, además, el placer de la investigación, del estudio de las partidas que jugaron los grandes maestros del pasado, así como del descubrimiento de cuán atormentadas fueron sus vidas precisamente a causa de su devoción absoluta a este ídolo temible. Vidas que, en muchas ocasiones, concluyeron de un modo trágico.
Nací en Venezuela y pasé la infancia en Caracas. Mi padre murió cuando yo sólo tenía cinco años. Mi madre entró entonces a trabajar como ama de llaves en la casa de una familia italiana que había hecho fortuna en el sector de la restauración. La tenían en gran aprecio y estaba muy unida a ellos, por lo que, cuando decidieron regresar a Italia, nosotros también nos trasladamos allí y nos establecimos en la capital.
Pero, dado que mi intención es hablar de la vida de otro, no viene al caso que me extienda sobre la mía, la cual ha transcurrido hasta el umbral de los cincuenta en una dorada medianía, y si de repente decidí escribir una novela, no lo hice por el deseo de redimirme de una existencia gris, sino impelido únicamente por una idea fija: descubrir las causas de la muerte de un hombre que tuvo lugar hace casi setenta años. Ese hombre es Aleksandr Aleksándrovich Alejin, más conocido como Alexandre Alekhine, y si puede decirse que he aprendido a jugar al ajedrez, alcanzando un nivel para mí satisfactorio, se lo debo a él. Se lo debo al estudio de sus extraordinarias partidas y a los comentarios que él mismo realizó, de forma clara y comprensible, sobre las diversas fases de su juego y las estrategias aplicadas en el transcurso de cada partida concreta. Desde hace ya muchos años, él es mi modelo, mi numen tutelar. Sin embargo, hasta una fecha muy reciente no comencé a indagar sobre su pasado, y de ahí surgió la idea de escribir una novela. No tanto sobre su vida, en realidad, como sobre los últimos días que precedieron a su muerte, todavía inexplicable. Así pues, para escribirla me he metido en la piel de un investigador decidido a reabrir el caso de un crimen que se archivó sin haber sido resuelto. He venido a Portugal y he visitado todos los círculos ajedrecistas, desde el Turf Club, en la céntrica Rua Garrett de Lisboa, hasta la última tasca llena de humo de Estoril, donde, haciéndome pasar por un periodista interesado en escribir un artículo sobre la vida de Alekhine, he establecido contacto con bastantes personas.
El conocimiento del portugués —que era la lengua de mi madre— me ha sido de gran ayuda para comunicarme con la gente del lugar. No obstante, por lo que he conseguido descubrir hasta ahora, al parecer sólo un hombre podría proporcionarme algún dato inédito sobre los hechos acaecidos en aquella época. Se llama Rui Nascimento. Jugador y problemista de ajedrez, músico y poeta, es un personaje muy popular en Lisboa. Desgraciadamente, se encuentra próximo al fin de sus días y está ingresado en un hospital. Un hecho nada sorprendente, puesto que ha llegado a la envidiable edad de noventa y ocho años. Aun así, decidí ir a visitarlo. Pensé que quizá tendría la oportunidad de hablar con alguno de sus familiares. Sin embargo, ni siquiera tuve valor para cruzar el umbral de su habitación. La cama estaba junto a una ventana, a través de cuya cortina, que estaba echada en aquel momento, se filtraba una luz lechosa. A su alrededor, unas mujeres vestidas de negro rezaban en actitud de recogimiento. Sólo conseguí entrever su perfil aguileño, al que las mejillas hundidas daban un aspecto más corvo: un rostro reducido ya a una máscara fúnebre.
Hasta ahora, pues, nada nuevo ha venido a sumarse al resultado de mis indagaciones. Más de sesenta años han transcurrido desde entonces, y todavía hoy el misterio de su muerte sigue sin resolverse. Con la llegada de Internet, además, las hipótesis —muchas de las cuales no me atrevería a compartir— se han multiplicado hasta límites insospechados. Quedan, en cualquier caso, los hechos probados y documentados.
La mañana del domingo 24 de marzo de 1946, Alexandre Alekhine, campeón del mundo de ajedrez, fue hallado sin vida en su habitación del Hotel do Parque, en Estoril. Quien dio la voz de alarma fue el asistente del servicio de habitaciones encargado de llevarle el desayuno, el cual, al entrar empujando el carrito con las viandas, vio al maestro arrellanado en el sillón donde se sentaba habitualmente: con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en el respaldo, parecía dormido. En vez de la bata, llevaba un abrigo, el brazo izquierdo le colgaba inerte junto al costado, y tenía entre los dedos un trozo de carne.