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Ricardo de la Cierva - Agonía y muerte de Franco

Aquí puedes leer online Ricardo de la Cierva - Agonía y muerte de Franco texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1996, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Ricardo de la Cierva Agonía y muerte de Franco

Agonía y muerte de Franco: resumen, descripción y anotación

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«El 4 de diciembre de 1974, Francisco Franco cumplía años por última vez: ochenta y dos. El autor de este libro habló con él también por última vez dos semanas antes, para cumplimentarle, como es costumbre cuando se cesa en un alto cargo. El 29 de octubre anterior Franco había destituido, por presiones del núcleo duro del régimen, el llamado bunker, al ministro aperturista de Información y Turismo Pío Cabanillas, y alguien muy próximo a Franco me había revelado que, al comentar ese cese (lo cual casi nunca sucedía) el Caudillo había apostillado que hubo de tomar esa decisión por creerle traidor al régimen. Yo conocía bien a Pío Cabanillas, todo lo bien que se podía conocer a Pío Cabanillas…».

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El 4 de diciembre de 1974 Francisco Franco cumplía años por última vez - photo 1

«El 4 de diciembre de 1974, Francisco Franco cumplía años por última vez: ochenta y dos. El autor de este libro habló con él también por última vez dos semanas antes, para cumplimentarle, como es costumbre cuando se cesa en un alto cargo. El 29 de octubre anterior Franco había destituido, por presiones del núcleo duro del régimen, el llamado bunker, al ministro aperturista de Información y Turismo Pío Cabanillas, y alguien muy próximo a Franco me había revelado que, al comentar ese cese (lo cual casi nunca sucedía) el Caudillo había apostillado que hubo de tomar esa decisión por creerle traidor al régimen. Yo conocía bien a Pío Cabanillas, todo lo bien que se podía conocer a Pío Cabanillas…».

Ricardo de la Cierva Agonía y muerte de Franco Episodios históricos de España - - photo 2

Ricardo de la Cierva

Agonía y muerte de Franco

Episodios históricos de España - 3

ePub r1.0

Titivillus 18.01.15

Título original:Agonía y muerte de Franco

Ricardo de la Cierva, 1996

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Para Mercedes 61 El último mensaje el régimen a la deriva El 4 de diciembre de - photo 3

Para Mercedes 61

El último mensaje: el régimen a la deriva

El 4 de diciembre de 1974 Francisco Franco cumplía años por última vez: ochenta y dos. El autor de este libro habló con él también por última vez dos semanas antes, para cumplimentarle, como es costumbre cuando se cesa en un alto cargo. El 29 de octubre anterior Franco había destituido, por presiones del núcleo duro del régimen, el llamado bunker, al ministro aperturista de Información y Turismo Pío Cabanillas, y alguien muy próximo a Franco me había revelado que, al comentar ese cese (lo cual casi nunca sucedía) el Caudillo había apostillado que hubo de tomar esa decisión por creerle traidor al régimen. Yo conocía bien a Pío Cabanillas, todo lo bien que se podía conocer a Pío Cabanillas, de quien ese mismo año Manuel Fraga Iribarne, que le conocía mucho mejor que yo, solía echar pestes atroces, de lo que soy testigo. En solidaridad con Cabanillas dimitieron, entre otras personas, todos los miembros de su equipo entre los que me contaba; casi con seguridad, si no dimitimos nos echan. Creo que fui el único del equipo que visitó a Franco para cumplir con el protocolo y además, aunque el cese me había sentado como un tiro (siempre sucede en todos los ceses, digan lo que digan los interesados) necesitaba decir a Franco, con todo respeto, dos cosas. Primera que quienes le habían convencido de la traición de Cabanillas le habían mentido; segundo que, cuando él desapareciera se desencadenarían inevitablemente oleadas de barro contra su figura histórica, pero antes tenían que anular la biografía que sobre esa figura histórica yo acababa de escribir. No contestó a mi defensa del ministro eliminado aunque me habló de mi abuelo, a quien veneraba. Sobre las oleadas de barro y mi futura defensa histórica no dijo nada de palabra, pero todo con la mirada. Creo haber cumplido mi promesa, sin abdicar por ello de mi sentido crítico como historiador; ahora que ya han pasado veinte años largos de su muerte mi biografía sigue en pie aunque pienso mejorarla mucho; ahora sé bastante más. A esa promesa, y a mi fidelidad a la historia, se deben los repasos que con dureza más que merecida he propinado a Paul Preston y otros cantamañanas nacionales y extranjeros. Pero lo que ahora me interesa evocar es que en aquel otoño de 1974 Franco, envarado y ausente, parecería una sombra con movimientos de robot si no fuera por la intensidad de sus ojos y la cordialidad emocionada con que me retuvo las manos entre las suyas. El largo proceso degenerativo que el profesor Rafael Calvo Serer hace remontar al año 1967 (cuando lo escribió era muy hostil a Franco después de haberse hartado de adularle, pero a veces poseía una información excelente) estaba llegando a sus extremos y precisamente en el mes de diciembre de ese año 1974 se complicó con una nueva manifestación de sus terribles dolencias dentales que ha revelado el documentado estudio clínico del doctor González Iglesias, apoyándose para este caso en la autoridad del doctor Vicente Pozuelo: entre diciembre del 74 y el mes de enero siguiente Franco sufrió cuarenta días de «martirio de los decúbitos», es decir una dolorosísima inflamación de las encías provocada por un acomodo deficiente a las prótesis dentales. Por diversas causas ese martirio le había acompañado toda su vida y se iba a recrudecer en sus últimos meses. En fin, ahora sabemos que ese 4 de diciembre ya había entrado Franco en el último año de su vida y todo el mundo sospechaba, con creciente aprensión o esperanza, según los casos, pero en todos los casos con creciente nerviosismo, la proximidad del desenlace. El panorama exterior estaba marcado por tres crisis gravísimas, con inevitable incidencia en España: la crisis económica, petrolífera y de otras materias primas, que se había desencadenado en 1973 con motivo de la guerra árabe—israelí del Yom Kippur, ante la que los gobiernos europeos tomaban ya las medidas adecuadas pero el de España prefería inhibirse para mantener a precio del futuro la pujanza del desarrollo; la lucha del presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, gran amigo de España, por el malhadado asunto del Watergate que, sus enemigos liberals esgrimían con el propósito de hundirle; y la retirada de Occidente ante los comunistas de Vietnam, donde los Estados Unidos, minada su retaguardia por las protestas universitarias y pacifistas, sólo aspiraban ya a salvar la cara de la manera menos deshonrosa posible. Defenestrado, como acabo de recordar, el ministro liberalizador Pío Cabanillas a fines de octubre, todo el mundo estaba convencido de que había que esperar a la muerte de Franco para plantear seriamente una nueva convivencia española sobre la figura clave de don Juan Carlos de Borbón. Y en el horizonte inmediato el problema y el peligro era la cuestión del Sahara, planteada maquiavélicamente en el juego de las maniobras mundiales por el listísimo rey Hassan II de Marruecos sobre la debilidad de España y el estado preagónico de Franco, con la flagrante complicidad de la estrategia norteamericana.

En noviembre, fortalecido por su victoria contra los aperturistas, el gran jefe del bunker, ex ministro José Antonio Girón de Velasco, creaba su Confederación de Combatientes (le había quitado el ex) con el designio de mantenerse como grupo decisivo de la transición en las horas difíciles que se avecinaban. El gobierno presidido por don Carlos Arias Navarro desde el asesinato de Carrero había interrumpido una reunión de casi toda la oposición interior —en la que figuraban el joven líder socialista Felipe González y el eterno muñidor democristiano Joaquín Ruiz Giménez—, con detención de varios participantes. Se enrarecía el ambiente político; los comunistas, en la plenitud de su esperanza tras haber ejercido como protagonistas del antifranquismo total, arreciaban en sus ataques a través de una campaña de huelgas y manifiestos; los comandos de ETA, aliados entonces del Partido Comunista de España, como se había comprobado en el asesinato de Carrero y en el salvaje atentado de la calle del Correo, intensificaban su oleada de crímenes. Se inauguraba, en la noble villa manchega de Socuéllamos, el último de los monumentos dedicados a José Antonio Primo de Rivera. El ministerio de Información suspendía y secuestraba revistas y diarios y el ministerio de la Gobernación llegó prácticamente a anular al de Información, como demuestra esta insólita noticia del 21 de diciembre, cuando la policía desautorizó abiertamente al director general de Cultura Popular (profesor Miguel Cruz Hernández, que me había sucedido en el cargo). Había declarado el señor Cruz que se encontraba a la izquierda del anterior titular; quizá por ello la policía impidió la inauguración de un centro por tan peligroso izquierdista:

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