?ngel de Campo - Cosas vistas. Cartones
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Ángel de Campo
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Título original: Cosas vistas (1894). Cartones (1897)
Ángel de Campo, 1894
Edición y prólogo: María del Carmen Millán
Ángel de Campo es uno de los pocos escritores de su tiempo conocido exclusivamente como cuentista. Su obra editada es pequeña: tres libros que contienen unos setenta cuentos. Este hecho advierte que no fueron razones de cantidad las que contribuyeron a que el cuentista se impusiera, antes bien lo poco que publicó le bastó para consagrarse y para ayudar a establecer la autonomía del género.
El cuento no acaba de independizarse de la novela sino hasta los últimos años del siglo XIX, con los escritores llamados realistas. Por entonces no está totalmente deslindado su campo ni aquilatada su importancia literaria. La prueba es que en las historias de la literatura se considera a los poetas o a los novelistas, y se añade, cuando el caso lo amerita, que también cultivaron el cuento. No existe un criterio para establecer los límites de este género narrativo. Se confunden el cuento largo y la novela corta; y lo mismo sucede con la técnica: un cuento amplificado es una novela; una novela comprimida, es un cuento; y cuento es también cualquier relato o las impresiones o reflexiones personales acerca de un hecho cualquiera.
El cuento, cultivado en México después de 1870 por José María Roa Barcena (1827-1908), Pedro Castera (1838-1906), Vicente Riva Palacio (1832-1896), Ignacio M. Altamirano (1834-1893) y Justo Sierra (1848-1912), tiene uno de sus mejores momentos con Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895), que en 1883 publica sus Cuentos frágiles. De hecho él es quien introduce el cuento literario e impone una modalidad sugestiva del género que los escritores modernistas continúan con variantes personales. Hacia 1890 tiene vigencia la corriente realista en la que se destacan Rafael Delgado (1853-1914), José. López Portillo y Rojas (1850-1923) y Ángel de Campo. Sin perder de vista que las clasificaciones suelen ser estrechas y arbitrarias, la coincidencia temporal y algunos rasgos comunes colocan a Micrós junto a López Portillo y Rafael Delgado bajo el rubro de escritor realista.
Del realismo francés directamente, o a través de España, muchas notas benefician la producción mexicana, cuya pintura de la realidad es minuciosa y analítica. El escritor realista es artista y observa una actitud crítica; busca la verdad y su arte es una manera de conocimiento. Su sensibilidad prefiere la base que puede proporcionarle el documento. Dentro del medio popular, en que se desenvuelve, no desdeñará nota alguna, así sea cruda o grosera. Establece entre él y su materia de trabajo la necesaria objetividad y busca, como fin, la dignidad artística, la perfección. Estas líneas generales del realismo se unen a la tradición moralizante y didáctica, que nació en la novela hispano-americana con El Periquillo Sarniento, y a la tendencia nacionalista que Altamirano impuso a la literatura.
Por motivos fáciles de comprender, lo mejor de la novela y el cuento mexicanos en el siglo XIX fue costumbrista. Este contenido costumbrista era lo novedoso, lo auténtico y ofrecía un camino original que se alejaba un tanto de sus modelos. En la historia de la cultura una constante recoge y conserva las transformaciones fisonómicas de un país en su proceso de integración. Si se refieren a los grandes cambios, se hablará de Historia. Si se busca desentrañar el pequeño problema diario, con que se enfrenta ya no la nación y la sociedad, sino el hombre, el cambio de interés en el enfoque dará la novela, el cuento.
Con diferentes tratamientos, acordes con la sensibilidad de cada época, nuestra literatura narrativa ha acumulado escenas, tipos, ambientes que, al paso del tiempo, reafirman su validez literaria gracias a su profunda raíz histórica, política o social. Este costumbrismo, esta fotografía de la vida real cambia de expresión a lo largo del siglo, pero no varía gran cosa en su temática y propósitos. Con la pintura de las costumbres el realismo muestra aquellos aspectos que son motivo de estudio sociológico, agregando a los hechos pintorescos y típicos, todas las fases negativas que ponen de manifiesto sus causas y sus resultados. El realismo ha logrado una conciencia artística que actúa, tanto sobre la selección de la realidad, como sobre el tratamiento a que va a sujetarla. La frecuencia del detalle y la minuciosidad no son pretextos para detener la acción o para retardarla, sino para explicarla mejor. La prolijidad no es un velo engañoso y superficial, sino la complicada base de sustentación del relato, generalmente sostenido por una médula lírica y evocadora de profundidades humanas.
Ángel de Campo, escritor realista que recrea las costumbres de su tiempo, tiene coincidencias con el Modernismo en ciertos procedimientos técnicos y en su preocupación de artista, pero difiere en la forma de enfrentarse a la realidad. Sólo de manera excepcional se aparta Micrós de los tipos y problemas de las clases bajas y de los barrios pobres. El mundo que describe es más bien sórdido: casas de vecindad, niños anémicos, muladares, perros sarnosos. Era difícil aceptar entonces que alguien presentara este lado miserable de la realidad, que no se compaginaba con la idea de progreso material, la influencia europea y el cosmopolitismo literario que prevalecen en el país y cuyo fruto cultural más cumplido fue precisamente la generación modernista. En el aspecto personal, según afirma Federico Gamboa, se inició una «despiadada campaña del grupo modernista» contra Ángel de Campo.
En la temática y el tono melancólico, Micrós tiene semejanzas con un escritor modernista: Gutiérrez Nájera. Presenta éste en sus narraciones aspectos lamentables de un gran sector de la población citadina: la orfandad, la pobreza, el abandono, la ignorancia, como lo hace Micrós. Pero ¡qué diferencia en los procedimientos! Gutiérrez Nájera saca sus asuntos de la realidad con fines literarios. Sus recursos son infinitos, es ágil, elegante, tierno, fino, sabe tocar en el momento oportuno el resorte del sentimentalismo. En su historia amarga, realista, emotiva, llena de contrastes y de reflexiones, recrea los hechos en un juego ingenioso y brillante.
El caso de Micrós es diferente. Su tono es triste, sin duda, porque es triste la realidad descrita. Pero es necesario conocer bien, zambullirse en el pueblo bajo para comprender las causas que afectaron tanto la sensibilidad de Micrós. Quiere ser el intérprete fiel de un medio humano que le ofrece sugerencias interesantes, evocaciones innumerables y oportunidad de ejercitar su poder de observación. Preferiría hacer con ese material, más bien justicia que «literatura». Limita, por otro lado, sus recursos en formas y colores, porque el sector escogido es pobre, y la pobreza es gris.
Todos los cuentos de Micrós son fragmentos de la misma historia: la de la ciudad; aunque sus tres libros aparecieron en diferentes fechas, de 1890 a 1897, no hay una sensible distancia entre ellos. En cualquiera hay magníficos ejemplos del género, porque en todos los casos se trata de selecciones de su colaboración periodística. Por eso puede hablarse de los cuentos de Ángel de Campo sin hacer distinciones de época ni de procedimientos estéticos. Lo más corriente es clasificar su obra atendiendo a la temática, según los rasgos que la crítica contemporánea le asignó. Luis G. Urbina dice que es un costumbrista, fustigador de vicios e injusticias sociales, y lo considera como el primer escritor festivo. Carlos González Peña hace hincapié en su pesimismo, en su amor a la ciudad y en su naturaleza de poeta. Federico Gamboa lo califica de impresionista y observa sus semejanzas con Daudet y con Dickens. La crítica más reciente de Mauricio Magdaleno y Joaquina Navarro puntualiza y amplifica estas ideas.
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