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Arrabal- Galian - Garcia Nieto Jose - Memorias Y Compromisos

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    Garcia Nieto Jose - Memorias Y Compromisos
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Garcia Nieto Jose - Memorias Y Compromisos: resumen, descripción y anotación

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MEMORIAS Y COMPROMISOS EL ARRABAL GALIANA Jorge García Nieto Ed - photo 1MEMORIAS Y COMPROMISOS EL ARRABAL GALIANA Jorge García Nieto Ed - photo 2

MEMORIAS Y COMPROMISOS EL ARRABAL GALIANA Jorge García Nieto Ed. Biblioteca Premios Cervantes, 1997. * MEMORIAS Y COMPROMISOS (1966) --------------------- "Solo recuerdo la emoción de las cosas y se me olvida todo lo demás, muchas son las lagunas de mi memoria:" Antonio Machado
COMPROMISOS ANTIGUOS TENGO algunos antiguos compromisos de los que quisiera liberarme ahora recordando. Por ejemplo aquel con el niño pobre y no sé si mi amigo de Covaleda solo y rubio ralo de pelo atento ante la nieve y nuestra puerta haciéndome envidiar su rueda fresca con la llanta de corteza oscura y el corazón amarillo hecha del tronco de un pino joven serrado limpiamente. O aquel con el perro que vigiló la muerte de mi padre y se quedó luego mucho tiempo terco y gruñendo bajo la caricia temblorosa en el mismo lienzo que sostuvo la caja mirándome hondo y transparente y acuoso mejor que yo le miraba. O aquel con el asistente de mi tío a quien daba vergüen-za mirar a las criadas y quería compartir mi tristeza poniéndose muy serio después.

O aquel con la niña a quien quise regalar un frasco de colonia que cogí vacío no sé dónde y que me lle-naron en la droguería mientras yo apartaba los ojos del suceso y sobraba un poco y yo creo que dije no importa y luego no se lo di a ella porque quedaba triste y feo en el estuche viejo con tiempo y polvo entre el terciopelo rojo que no fui capaz de adecentar. O aquel con el titiritero de largo cabello nazareno de cuya sangre espesa huí asustado y con asco porque le salía de la boca. O aquel con el muchacho que forcejeó conmigo en lo alto de una peña cerca de San Servando por evitar que yo colocara la bandera pirata mientras otros le arengaban desde lejos y se dejó vencer yo sé que se dejó en el momento justo. O aquel con la morena bailarina delgada en la escalera del carro de la feria sonriendo apenas cuando yo pasaba después de las clases de la tarde y un día separando la cortina con los dedos pintados cerca de la cama donde dormiría y se alejaba. O aquel con el librero de viejo que después que otros dos se negaron aceptó los libros del curso ya apro-bado y me dio unas monedas y mi madre esperaba fuera. Tengo algunos otros compromisos antiguos de los que no me acuerdo y de los que entonces sé que no podré nunca liberarme,
GAMBITO DE REY Si pudiera ahora mismo -¿por qué no ahora?- poner en orden tantas cosas del misterioso discurrir por el tiempo, traer nombres, y ciudades, y sobre todo alguna cabeza que dejó su esperanza reclinada en mi hombro; si pudiera hacer llover como aquel día en que cayó la lluvia sobre una mano que besé luego, o despertar en aquella arboleda que se asomaba al fondo del río donde iba a encontrarse con las torres desiguales del templo mirándose también; si pudiera caminar por el centro de esta plaza vacía, apoyándome, tocando todo lo que ahora toca mi recuerdo, haciendo definitivamente mío lo que la memoria posee; si pudiera de pronto elevar esas piezas de mi vida en las losas de esta plaza, como en un juego noble; si pudiera tantear de nuevo aquel hermoso muro, donde el triunfo y el miedo alternaban sus fuerzas y yo era admirado por alguien, y mis dedos buscaban los huecos de las piedras, como el amante que, clavado de uñas en los hombros contiguos, se cree ascendido a una región prohibida, y arriba los vencejos batían el aire con sus alas de sable, y abajo las reses del matadero mugían en la víspera de su sangriento holocausto; si pudiera vivir temblor y audacia, y primera escapada, y libro con la lección preferida, y repetir en cada losa de esta plaza las palabras que ya no sé, y tuvieron la magia creadora de hacer un ser distinto en cada música; si pudiera cerrar los ojos y abrirlos en un alrededor conocido hace tiempo, y conseguir entonces que todo el juego tuviera sentido, y realidad antigua, y actual conformidad, y las torres volvieran a las torres, y ensayaran los peones el corto paso sobre la tierra, como quien recibe una primera entrega portentosa, y los caballos de la sangre piafaran inquietados por el desconocido empuje de aquella primavera; si todo esto pudiera volver sobre estas losas, en esta plaza, junto a este maduro apartamiento, donde el hombre es un lúcido vestigio de los hombres que ha sido, de los niños que ha sido, pero es también un torpe remedo de "la materia de los sueños»; si pudiera, decía, repito ambicionando, abrir el juego y detener el tiempo, si pudiera decirte, Señor: -Guía mi mano y hazla dueña, salvándola, de lo que amó en tinieblas...»
SÓLO UNA FRUTA Mis hijos son pequeños todavía.

Diariamente, en la mesa, llega la hora de la fruta, y tengo que pelar una manzana o una naranja. Yo tengo prisa por terminar de comer. Para mí la mesa suele ser una obligación no demasiado grata. Pienso que pierdo el tiempo pelando esta manzana que miro silencioso. Pero tomo el cuchillo y en seguida mi oficio cobra una dimensión de no sé qué importancia. (Me acuerdo de aquel jefe que tuve hace ya muchos años.

Era muy alto, y me parecía menos hostil que otros. Allá arriba, en las sienes, le brillaba el blanco cabello inicial como a ciertos artistas de cine de tópica atracción entre muchachas aún adolescentes. Tenía yo entonces poco más de veinte años. Y él hablaba así --mientras yo escuchaba-con otros compañeros: «Yo creo que el hogar es sentarse a la mesa diariamente y pelar fruta para cuatro»... Otro día se murió; sí, joven todavía. Y cuando me dijeron que había muerto yo solamente pensé en la mesa enorme de su casa, sola con unos cuantos frutos esperando aquel ademán cotidiano y un débil malhumor que ya no volvería.) Ahora, todos los días tomo el cuchillo, y tengo que pelar la manzana o la naranja.

Me molesta, me aburre. Siento que pierdo el tiempo, que debo levantarme de la mesa para hacer algo que creo más importante. Pero me acuerdo de aquel hombre, y cojo el cuchillo, como agarrándome a la vida que tengo todavía entre estos niños y junto a estas frutas.
EL RAYO DE mano en mano iban los cubos pasándose. Una fila de hombres se alargaba desde la única fuente hasta la casa en llamas. Relámpagos sin truenos, allá en el horizonte, aclaraban un cielo más tranquilo.

De mano en mano se renovaban los cangilones; llenos unos, vacíos otros; yendo y volviendo, yendo hacia la luz naranja de la hoguera. Mis ojos, espantados, apresuraban la carrera de los cubos. El agua se batía con la prisa, caía sobre los pies de los portores, enternecía el suelo, oscureciéndolo. Mi madre me apretaba fuertemente la mano. El agua pobre y corta, tenaz, insuficiente y maltratada, era sobre el incendio como una palabra de amor que apenas mueve el pecho que ha olvidado su acento. Como en las tardes de fiesta, todo el pueblo estaba en la calle.

Al toque de rebato volvían los pastores, y los leñadores, y los carpinteros de la serrería -ahora en silencio, junto al río-para incorporarse a la fila. Al tonto del lugar le hicieron sangre en un dedo porque no quería soltar el asa de aquel cubo que agitaba en el aire chillando. Mis ojos no miraban ya a la casa incendiada. Subían hasta el balcón del hotel del indiano pendientes de una luz, como otras veces. Una voz a mi lado: «...mas líbranos de mal» «Amén...»Y yo rezaba padrenuestros, que se enredaban siempre en la misma palabra, por que acabara pronto todo aquello, por que el agua fuera mayor y poderosa, y por que mi madre no llorara, y por que Santa Bárbara bendita no castigara más a Covaleda... se iluminó el balcón, debajo del tejado de pizarra con el único pararrayos del pueblo.

Alguien movía arriba los visillos. Yo rezaba, rezaba, equivocándome siempre, y temía que el trueno volviera todavía, ronco, y después el rayo, sobre mi madre, o que cayera -todo podía ser— entre nuestras dos manos separándolas. También Dios, que podía hacerlo todo, cegaría mis ojos si quisiera por irme fácilmente de la oración confusa, que aumentaría el agua salvadora, a la niña prohibida detrás de los cristales.

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