Javier Martínez-Pinna López - Muerte y religión en el mundo antiguo

¿Hay vida en el más allá? ¿Dios existe? La historia del ser humano ha tratado de contestar estas preguntas. A través de diversas doctrinas religiosas, filosóficas e incluso, en los últimos años, a partir de la aplicación de métodos científicos se ha intentado despejar estas cuestiones tan trascendentales de la vida de las personas.

Un viaje integral que investiga la muerte desde las antiguas civilizaciones a lo largo de la historia. Un análisis de los textos sagrados para comprender la concepción que tenían de Dios, de los mitos relacionados con el sentido de la vida y de la muerte.

MUERTE Y RELIGIÓN

EN EL MUNDO ANTIGUO

JAVIER MARTÍNEZ-PINNA

El estudio de la muerte ha despertado en los últimos años un gran interés en la comunidad científica, pero sigue siendo muy poco lo que sabemos sobre la concepción que han tenido los pueblos de la antigüedad de este proceso que ha sido tradicionalmente entendido, más que como el cese completo y definitivo de la vida, como la separación del cuerpo y el alma, y el paso a un nuevo tipo de existencia de carácter espiritual. El gran problema para los estudiosos del pasado es que apenas disponemos de fuentes escritas que nos informen sobre el tipo de creencias relacionadas con el destino último del alma del fallecido después de su muerte física, sobre los rituales que se llevaban a cabo para posibilitar el tránsito entre el mundo material y el trascendente y, finalmente, sobre la naturaleza de ese más allá desconocido al que se ha mirado con una mezcla de temor y desconfianza.

Los hombres y mujeres del pasado, al igual que nosotros, y como seguro harán en el futuro, pensaron en la muerte, en lo que les ocurriría cuando les llegase la hora de emprender ese inevitable viaje y tuviesen que traspasar el umbral hacia un mundo ignoto. Ellos, como nosotros, también se preguntaron sobre lo que les depararía el destino una vez que dejasen de respirar y sus corazones de latir. Esta duda existencial, que siempre nos ha acompañado como especie, se fue haciendo cada vez más intensa cuando los primeros seres humanos observaron que sus cuerpos envejecían e intuían que su parte física sería muy pronto inservible y, por lo tanto, que estaban cerca de terminar su ciclo vital, pero en general siempre tuvieron la sensación de que lo que desaparecía no era todo lo que realmente habían sido. ¿Qué ocurría, entonces, con esa parte que no estaba sometida a las mismas leyes que la materia y que era inmortal? Ante todas estas dudas, los seres humanos trataron de encontrar respuestas a partir de distintos sistemas de creencias, filosofías y religiones que, en su mayor parte, consideraron la muerte como un tránsito hacia una nueva realidad que nos desvelaría el auténtico significado de la naturaleza, de la fuerza creadora e infinita, también incomprensible, que rige el funcionamiento del universo, de ese dios que nuestra mente no es capaz de comprender, solo de intuir.

En este trabajo pretendemos estudiar la forma en la que los seres humanos hemos afrontado el hecho de la muerte a lo largo de la historia, para de esta manera poder acercarnos hasta ella con algo menos de temor e incluso con esperanza. Para ello debemos centrar nuestra mirada en el trabajo de los arqueólogos; gracias a ellos podremos comprender la evolución de los rituales funerarios desarrollados por las primeras religiones para tratar de dar sentido al gran misterio de la muerte. Lógicamente, el registro más importante con el que el arqueólogo se ha visto obligado a trabajar para asimilar el hecho funerario en sí es el que procede de los enterramientos y lugares de culto. Pues bien, el enterramiento y el cuidado de los difuntos, incluso entre las tribus paleolíticas, es una muestra difícil de rebatir sobre la creencia que estas comunidades primigenias tenían sobre la existencia del más allá y, por lo tanto, de que el muerto seguiría viviendo en un lugar desconocido después de abandonar la compañía de los vivos. Todo parece indicar que el hombre prehistórico daba por hecho el mantenimiento de la personalidad y la conciencia del muerto en la otra vida e incluso que sus necesidades serían muy semejantes a las terrenales. Esta idea es, al menos, una de las bases principales a la hora de entender la concepción que posteriormente tendrán los egipcios (y por su influencia el mundo grecorromano) sobre la inmortalidad del individuo.

En este trabajo, podremos comprobar que el más allá ha sido concebido de formas muy diversas a lo largo del tiempo, como un paraje (paradisíaco o de suplicios) situado en el cielo o bajo la tierra, como un lugar en el que las almas de los difuntos se veían obligadas a vagar sin tener conciencia de sí mismas o como un proceso de resurrección para volver a nacer como otros humanos o animales (especialmente en el Lejano Oriente). Los enterramientos neolíticos también reflejan la creencia en la vida después de la muerte al multiplicar el ajuar del difunto con ofrendas de comida, adornos personales y otros objetos considerados necesarios para poder continuar con la vida cotidiana del fallecido, similar a la que había tenido antes de iniciar su último y más importante viaje.

La posición de los cadáveres al ocupar su última morada es otro de los elementos que nos permiten sacar conclusiones sobre el universo religioso de los mal llamados pueblos primitivos y de las primeras civilizaciones históricas. Si el muerto fue depositado en la tumba mirando hacia Oriente era para ayudarle en su futura resurrección, ya que, al igual que el sol nacía todos los días para iluminar con su presencia el mundo de los vivos, el muerto podría volver a nacer y así disfrutar de una nueva existencia si se enterraba en dirección al astro rey. En este mismo sentido cabe interpretar la posición de algunos cuerpos en las tumbas prehistóricas que aparecen encogidos y plegados sobre sí mismos para, con toda probabilidad, imitar la postura del feto (o bien, la del sueño) como si se intentase favorecer una nueva gestación para la futura vida del difunto en las entrañas de la Madre Tierra; una y otra vez, el mundo de la vida y la muerte quedan estrechamente entrelazados. Si por el contrario el muerto estaba orientado hacia Occidente, hacia el lugar por donde se ocultaba el sol y se encontraba la morada de los muertos, era para ayudarle a encontrar su camino en la travesía hacia el otro plano de la existencia. No tan conocida es la presencia de no pocos enterramientos situados cerca de las costas, muchas veces en zonas de acantilados, casi con toda seguridad por la creencia en un más allá, pero, en esta ocasión, situado al otro lado del océano.

El enterramiento no solo era considerado como una muestra de respeto hacia el finado, ya que en muchas ocasiones lo que primaba era el miedo, el temor a ser molestado por la presencia de los espíritus a los que se consideraba responsables de provocar enfermedades y todo tipo de males para los que no se conocía una explicación natural. Por este motivo, se solían tomar precauciones. Los antropólogos han logrado identificar la costumbre de los tongas africanos de atar a los moribundos cuando estos ya se encontraban a punto de pasar la última frontera; de esta forma, su alma nunca molestaría a los vivos. Los arqueólogos han encontrado, por otra parte, esqueletos prehistóricos en los que las manos y los pies aparecen atados e incluso enterrados con la cabeza boca abajo. Las extrañas posiciones de los esqueletos (Chancelade, Grimaldi o en la cultura española de El Argar) se explican por el intento de impedir que los espíritus de los muertos pudiesen escapar de su morada para provocar desgracias entre los vivos. Una y otra vez (tendremos ocasión de estudiarlo en este ensayo) detectamos pruebas contundentes, tanto desde el punto de vista arqueológico e histórico como antropológico, que nos informan sobre la creencia en la existencia de seres fantasmales y el contacto entre los vivos y los muertos en todo tipo de culturas y contextos espaciotemporales muy alejados los unos de los otros.