Gabinete de curiosidades médicas de la Antigüedad
J.C. McKeown
© Oxford University Press, 2017
© de la traducción, Silvia Furió, 2017
© del diseño de portada, Sophie Guët
© de las ilustraciones de portada: Wellcome Library, London; Erich Lessing/ Album; Sophie Guët
© Editorial Planeta S. A., 2017
Primera edición en libro electrónico (epub): septiembre de 2017
ISBN: 978-84-17067-36-6 (epub)
Conversión a libro electrónico: Newcomlab, S. L. L.
Gabinete de curiosidades médicas de la Antigüedadse ha publicado originalmente en inglés en 2017. Esta traducción se publica bajo acuerdo con Oxford University Press. Editorial Crítica es la única responsable de esta traducción de la obra original. Oxford University Press no asume ninguna responsabilidad derivada de errores, omisiones, imprecisiones, ambigüedades o pérdidas de significado que puedan producirse en esta traducción.
J.C. McKeown, profesor de la Universidad de Wisconsin, que nos fascinó con sus gabinetes de curiosidades romanas y griegas, nos transporta ahora al singular mundo de las ideas y las prácticas médicas de la Antigüedad.
Nos adentramos así, a través de una amena secuencia de hechos, anécdotas y textos, en las creencias, el saber y la práctica de la medicina en la antigüedad griega y romana. Un mundo dominado por el prejuicio (por la idea, por ejemplo, de que los hombres tienen más dientes y un cerebro mayor que las mujeres) en el que convivían las supersticiones y la magia con las observaciones científicas de los primeros grandes médicos de la Antigüedad.
Un recorrido de relatos extraños y hechos sorprendentes que nos permite advertir las diferencias entre aquellos tiempos y los nuestros, a la vez que la permanencia de algunos rasgos básicos de la naturaleza humana.
En agradecimiento a los médicos y enfermeras
que me salvaron la vida un día de verano .
Prefacio
El tratado hipocrático Sobre la naturaleza del hombre empieza con la siguiente declaración: «Aquel que está acostumbrado a escuchar discursos sobre la naturaleza del hombre en un contexto amplio, y no solo en relación específica con la medicina, no encontrará nada que sea de su interés en esta obra mía». Sin embargo, más que en la medicina propiamente dicha, en esta obra se hace especial hincapié en los aspectos más amplios de la vida en la Antigüedad tal como se han conservado en los textos médicos. Aquí encontraremos estampas de médicos lidiando junto al lecho del enfermo y asombrando al abultado público con sus habilidades quirúrgicas; curas para la migraña como la de envolver un pez eléctrico, un sujetador femenino o una venda con excrementos de ratón alrededor de la cabeza del paciente (los dolores de cabeza, y también la alopecia, se pueden prevenir si uno se corta el pelo el decimoséptimo o vigesimonoveno día después de luna nueva); burras en el cuarto del enfermo para garantizarle el suministro de leche fresca; una gran profusión de amuletos, como una víbora estrangulada para ahuyentar la amigdalitis o un cuco en una bolsa de piel de liebre para inducir al sueño; y viejos chistes conocidos del tipo «Un hombre fue al médico y dijo: “Doctor, cuando me despierto me siento mareado durante media hora, después ya me encuentro bien”. A lo que el médico respondió: “Entonces ¡levántese media hora más tarde!”».
No hay modo de mitigar lo disparatado de las innumerables afirmaciones sobre medicina hechas en la Antigüedad. Si tomamos unos pocos ejemplos al azar, no podemos sino maravillarnos ante declaraciones como:
Las medicinas pierden eficacia si se colocan sobre una mesa antes de ser administradas . Puede retrasarse la pubertad untando sangre de murciélago sobre los pechos de las niñas y sobre los testículos de los niños . Una de las observaciones más profundas de Pitágoras fue el descubrimiento de que si a un niño se le ponía un nombre con un número impar de vocales tenía propensión a sufrir cojera, pérdida de visión y otros defectos similares en el lado derecho del cuerpo, y en el izquierdo si el número de vocales era par .
Es posible que hoy en día haya algunos médicos que, si piensan en los orígenes de su profesión, desdeñen sin ambages todos los logros alcanzados en este campo anteriores al descubrimiento de los microorganismos y de la tecnología para estudiarlos. Esta actitud autocomplaciente, que prescinde de las muchas y brillantes percepciones sobre la medicina que le debemos a la Antigüedad, sería errónea, pero este libro hace muy poco o nada por corregirla. Como ya se habrá adivinado por las citas ofrecidas, mi principal aspiración es la de proporcionar destellos del mundo de la medicina en el pasado lejano que ofrecen entretenimiento más que conocimiento. No tengo competencia para hablar con autoridad de ningún tema médico, ni antiguo ni moderno, y mi modus operandi no pretende en absoluto hacer una exposición fiel y equilibrada de la medicina griega y romana. La atención se centra básicamente en lo raro, lo extraño, lo totalmente insólito, como el pronóstico a través de la astrología y el útero errante (véanse pp. 37 y 129); pocos de los textos citados apuntan siquiera a los aspectos más racionales y científicos del pensamiento médico antiguo.
La medicina se ha desarrollado de formas tan radicalmente diferentes desde la Antigüedad que el contenido de este libro resultará en más de una ocasión sorprendente para el lector más acostumbrado al mundo médico moderno. Se otorga gran relevancia, por ejemplo, a los supuestos vínculos de la medicina con la religión y la magia, a los procedimientos pintorescos como las sangrías, y a anticuadas teorías como la de la tenaz y férrea creencia en los cuatro humores. Por otro lado, aunque voluminosas, las fuentes antiguas son visiblemente circunspectas sobre cuestiones de la disciplina que son de vital importancia en la medicina moderna. Puesto que correspondía a las familias hacerse cargo de sus enfermos y de sus mayores, poco sabemos del cuidado de los discapacitados físicos y no existía ninguna especialización en geriatría; la odontología consistía en poco más que la extracción de dientes (aunque algunas personas tenían dentaduras o dientes de oro); la adicción, tanto al alcohol como a las drogas, apenas se menciona; las infecciones de transmisión sexual al parecer no estaban tan extendidas ni eran tan virulentas como hoy en día; la cirugía se practicaba con frecuencia, pero, debido a la ignorancia de la anatomía interna y a la ausencia de anestésicos efectivos, era un remedio temido y desesperado, y, por consiguiente, los relatos de dicho procedimiento son inevitablemente breves y superficiales.
Los progresos llevados a cabo en la ciencia médica moderna no tienen precedentes en cuanto a su alcance y rapidez. Desde comienzos del milenio, se ha elaborado el mapa del genoma humano, se ha extendido la cirugía robótica y mínimamente invasiva, y se han creado el primer hígado y el primer riñón humanos. Las expectativas de avances decisivos en el tratamiento del cáncer, trastornos genéticos y enfermedades cardíacas y neurológicas son elevadas. Por supuesto, estas listas podrían alargarse fácilmente. La investigación médica afronta el futuro con la presunción realista de lograr progresos cada vez más asombrosos.
No siempre ha sido así. Hasta épocas relativamente recientes, la medicina, como la mayoría de las ciencias, estaba firmemente anclada en el venerado pasado más que en el futuro inexplorado. En la Antigüedad, el médico por excelencia fue Hipócrates de Cos (ss. V - IV a. C.). Debido a su enorme reputación, le fueron atribuidos los aproximadamente setenta tratados del corpus hipocrático, aunque no se puede demostrar la autoría de ninguno de ellos y muchos probablemente se escribieron tras la muerte de este gran hombre. Galeno (ss. II - III d. C.) dominó el pensamiento médico occidental prácticamente sin oposición hasta el Renacimiento, y algunas de sus enseñanzas todavía constituían el dogma vigente hasta bien entrado el siglo XIX . El hecho de que continuara siendo una autoridad durante más de un milenio y medio indica un conservadurismo extremo. En realidad, vemos que este compromiso con la inercia intelectual se extiende a lo largo de un período todavía más prolongado, puesto que los propios textos de Galeno están profundamente influenciados por el corpus hipocrático.