José Luis Sampedro
La paloma de cartón
Un sitio para vivir / El nudo
Teatro escogido
Edición e introducción de
Francisco Martín Martín
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El teatro de Sampedro
I NTRODUCCIÓN
La obra dramática de José Luis Sampedro no es ni lo más leído ni lo más conocido de su ya extensa producción literaria, ni figura, con certeza, entre lo más granado de ella. La menor fortuna de estas obras se debe a dos cauces inevitables, los unos adheridos al proceso realizador del escritor, los otros a la época en que las escribió. Estos postulados se mezclan como el aceite en el agua, saliendo a flote los primeros sin perder de vista los segundos. Poco se ha reparado hasta la fecha en la relación estrecha existente entre el Sampedro escritor y el Sampedro economista, entre el ser y la esencia; en definitiva, en la importancia que tienen en nuestro autor las obras teatrales que ha creado a lo largo de su vida como literato y que no dejan de ser sustanciales para configurar ese mundo literario de José Luis Sampedro. Recorramos brevemente la topografía del mundo dramático del autor atendiendo a las razones, motivaciones y experiencias que configuran su entera figura teatral, desde 1935.
A propósito de nuestro autor, la crítica teatral se ha ocupado del teatro de José Luis Sampedro de forma tangencial. Así, Manuel Gómez García afirma que no le encuentra adscripción literaria. La nómina de estudiosos o conocedores de la obra teatral de Sampedro como se observa es reducida.
José Luis Sampedro escribe su primera obra teatral entre 1935 y 1936, con dieciocho años y tras debatirse en varios géneros literarios, probando en su palotes particular de adolescencia, la revista unipersonal UNO, donde escribió poemas, relatos y una pequeña obra de teatro: El que no tiene nombre. Es indudable que José Luis Sampedro gustaba de leer teatro y la lectura de los escritores teatrales extranjeros queda de manifiesto en esta obra de clara reminiscencia a O’Neill; así como, el conocimiento y lectura de Ibsen, Pirandello o Brecht. Parece ya común considerar a la década de los treinta como una época volcada en la búsqueda de caminos teatrales en el exterior y Sampedro no fue una excepción. Estas formas artísticas que definen esta época de crisis se asientan en la inquietud política, social y económica que reúne a todos ellos en una agudizada sensibilidad por la ruptura de los viejos valores morales de la naciente sociedad del siglo XX . Así pues, parece posible contemplar los intentos de renovación teatral de estos años poniéndolos bajo el denominador común del no-realismo como posición fundamental.
Continuamos avanzando y, en 1950, José Luis Sampedro escribe La paloma de cartón, una farsa pacifista, un alegato contra el telón de acero, una llamada en favor de una paz amenazada en las frías relaciones Este-Oeste. Lo primero que observamos en esta obra es el velado objetivo de la misma, donde se esconde un pacifismo que roza lo grotesco junto a un compromiso político, de ideología progresista, que parodia un país en el centro de una Europa en guerra, artificialmente neutral, con unas esferas sociales ridículas, una férrea autarquía, un pueblo atemorizado y amordazado. Esta obra obtuvo el premio «Calderón de la Barca» en 1950.
La constante reivindicación frente a la sociedad de una posición solidaria y solitaria es fundamental en el teatro de Sampedro y, así, responderá con su obra Un sitio para vivir (1955), cuando conteste a esa kafkiana sociedad española escribiendo, desde una posición simbólico-superrealista, un drama a camino de una angustia existencial del hombre y una actitud anárquico-nihilista, en la que existe una toma de conciencia de una nueva realidad social, económica y ecológica en un mundo cada vez más esclavizado por las nuevas fuerzas de producción y de organización. La solución pasa por un Fuenteovejuna en el siglo XX , donde la rebelión personal se amplía a la solución del grupo, en el que la culpa de las injusticias se imputa sobre todo a la sociedad moderna y a su extraordinaria manera de destruir los ecosistemas de paraísos como el que nos ofrece en su obra Sampedro. A esta reflexión se llegará tras una breve comedia en la que prevalece un mensaje de paz. Existe, pues, una estrecha relación entre la evolución del pensamiento ético de Sampedro, que se pone de manifiesto en sus escritos de índole económico y la sucesión cronológica e intelectual de estas primeras obras dramáticas. Al igual que en La paloma de cartón el espectador debe verse identificado, impactado y acusado con el mito propuesto. La representación para Sampedro tiene que turbar y emocionar para que en el lector-espectador tenga lugar una conexión entre distanciamiento e identificación.
Entretanto, José Luis Sampedro se acercó a la revista teatral con Cuatro mujeres y un día o las cuatro bodas. Esta revista fue escrita por Leandro Navarro y José Luis Pando, seudónimo con el que firmó Sampedro. La obra está fechada en 1952 en Madrid y estrenada ese mismo año. La mezcla de situaciones paródicas e inesperadas es una adecuada y segura fórmula de éxito. La música fue compuesta por el maestro Manuel Parada. La obra se divide en 2 actos y 26 cuadros.
Tras la década de los cincuenta, donde José Luis Sampedro estrenó sus dos obras referidas anteriormente, existe un paréntesis en el que el autor opta por la prosa en defecto del teatro. Para mayor alegría, a principios de la década de los ochenta, Sampedro se lanza de nuevo a escribir una obra teatral, El nudo (1982), que ahora, por primera vez, se edita. Este texto teatral, que se encuadraría dentro de la tragicomedia grotesca, es menos el resultado de una estética determinada y sí de una ética que se acerca al posrealismo, como gran parte de su narrativa que se desarrolla a partir de 1981, con Octubre, octubre. Los temas no varían tanto como podría suponerse tras un salto temporal y político tan importante, ya que si en la década de los cincuenta y sesenta el mejor teatro era un teatro de tesis social, humana y hasta donde se podía política, el teatro de los ochenta está protagonizado por la injusticia social, la explotación del hombre por el hombre, las condiciones inhumanas de vida del proletario, del empleado y de la clase media-baja, su miseria, su angustia, la hipocresía social y moral de los representantes de la sociedad establecida y la desmitificación de los principios y valores que les sirven de fundamento. El nudo estaría más cerca de la tragedia grotesca del Alberti de El Adefesio que de la raíz lorquiana de La casa de Bernarda Alba. Hemos de reconocer el interesante juego planteado por el autor donde combina el teatro de vanguardia y el teatro del absurdo, pero no absurdo metafísico, sino un absurdo social. La sexualidad —un tema tan recurrente en la década de los ochenta en España, por las condiciones político-sociales imperantes— es usada como la mecha que enciende las pasiones más bajas y muestra la alienación de una sociedad encerrada en viejos tabúes y recorrida por la hipocresía, verdadero símbolo de la obra.