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Juan Bautista Sejean - San Mart?n y la tercera invasi?n inglesa

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El abogado porteño Juan Bautista Sejean pone sobre el tapete otro asunto - photo 1

El abogado porteño Juan Bautista Sejean pone sobre el tapete otro asunto candente.

Pocos recuerdan que en 1986 suscitó fuertes debates cuando introdujo el divorcio vincular en la Argentina a través de una demanda judicial que la Corte Suprema de Justicia de la Nación acogió favorablemente. Ahora, en este libro, nos sorprende al abordar otra cuestión conflictiva, ajena a su profesión, pero no menos espinosa: ¿fue San Martín el jefe de una tercera invasión inglesa, oculta, maquillada? Éste es el tema central de la obra. El autor, aunque no es historiador, contradice todo lo que se ha escrito sobre el prócer acerca de los motivos, las causas, los objetivos que lo movilizaron para incursionar en la guerra contra los españoles en América. También pone al desnudo la política desplegada por Gran Bretaña desde fines del siglo XVIII para obtener la dominación económica de América del Sur.

Con lenguaje ameno y directo, Sejean intenta demostrar que después de las frustradas invasiones de 1806 y 1807 los ingleses cambiaron su estrategia de conquista, poniendo en cabeza de San Martín la responsabilidad de llevar adelante los planes que no pudieron concretar Beresford, primero, y después Whitelocke. Sus argumentos, originales y sólidos, se apoyan en bibliografía argentina de la que extrajo fragmentos tan interesantes y sorprendentes como poco conocidos. Al poner en crisis la figura mitológica del Padre de la Patria —nadie lo hizo hasta hoy— este ensayo abre una polémica que seguramente será apasionante.


Juan Bautista Sejean

San Martín y la tercera invasión inglesa

Título original: San Martín y la tercera invasión inglesa

Juan Bautista Sejean, 1997

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2


PRÓLOGO A LA CUARTA EDICIÓN

No es usual recibir una invitación para prolongar la cuarta edición de un libro cuando precisamente ese éxito editorial está señalando a su autor la falta de necesidad de efectuar tal ofrecimiento. He aceptado con gusto porque, además de tratarse de una obra de mérito, es a mi juicio muy trascendente, a pesar de lo cual no obtuvo la debida crítica hasta ahora.

Es explicable —aunque no disculpable— esa falta de comentarios, ese silencio de los círculos relacionados con la historia, debido a las distorsiones que ha sufrido ésta hasta el presente. Ella no consiste sólo en fechas y en batallas, en hacer interpretaciones corrientes, sino también en revelar el trasfondo de los sucesos históricos, invisible a primera vista, tanto más indetectable cuando hay interés en ocultarlo.

Como dice el autor, hay mucho en la vida de José de San Martín que ha quedado en la penumbra, pero aquí me limitaré a referirme a cuanto se ha exagerado en lo que de él se sabe. Su figura, que Sejean se atreve a analizar descarnadamente, había escapado en nuestro país al frío análisis científico, si esa jerarquía asignamos a la rama del conocimiento que se dedica a desentrañar nuestro pasado y procurar descifrar su sentido.

San Martín ha adquirido carácter mitológico en nuestro medio; sus hazañas y personalidad son descriptas con énfasis dogmático. La mayor fuente de esas exageraciones se debió, a mi juicio, a calculadas acciones gubernamentales. Baste recordar, como ejemplo, lo ocurrido en 1950, centenario de su muerte, en que era obligatorio escribir junto a la fecha de todo documento «Año del Libertador General San Martín», caso contrario, éste perdía valor.

Son incuestionables sus méritos militares: reconquistó la libertad de Chile en 1817 (había sido perdida en 1814), y fue el primer jefe de Estado del Perú, país que fue liberado por él. No es objetable por ello que también merezca el título de «libertador», pero de allí a que se justifique que en la Argentina quiera llamárselo «Padre de la Patria»…

Es cierto que su campaña en el exterior benefició al país en cuanto significó la derrota de fuerzas españolas, pero también lo es que parecidos efectos tuvieron las de Simón Bolívar y Antonio Sucre y que recién en 1825 —a más de dos años de su partida de Perú— se dio en Ayacucho la batalla final contra el poder de España en Sudamérica. No obstante, esas acciones del general San Martín (que siempre fueron presentadas como el camino seguido para liberar nuestras provincias del norte) no lograron cumplir ese objetivo.

En marzo de 1812, cuando por primera vez el teniente coronel San Martín pisa suelo argentino, a los treinta y cuatro años y después de veintiséis de ausencia, desembarcando junto con otros compañeros del navío inglés Canning, habían transcurrido casi dos años desde la Revolución de Mayo, y ésta estaba consolidada. Mayo fue una revolución de independencia, que desde sus primeros días creó un ejército propio para liberar a las provincias interiores de sus opresores. Desde su primera victoria en Suipacha estuvo combatiendo en tres extensos frentes y para entonces, cuando San Martín llegó, el general Manuel Belgrano ya había creado la bandera nacional. Si bien éste aparentemente había fracasado en su campaña al Paraguay, dejó allí también la simiente de la independencia. En mayo de 1811, en la Banda Oriental, se había obtenido el triunfo de las Piedras, que confinó a los realistas al puerto fortificado de Montevideo. Toda la campiña, hasta Misiones, quedaba adicta a la causa de la libertad. Si bien Bartolomé Mitre reconoce que la revolución iniciada en Buenos Aires nunca más fue doblegada, en su afán de enaltecer los logros de San Martín sostiene que los patriotas no tuvieron hasta entonces plan alguno de acción, afirmación con la que discrepo: Moreno ya había escrito de su puño y letra un proyecto de Constitución en 1810 para organizar el nuevo Estado, y en el Plan de operaciones se daban las pautas a seguir para consolidar su libertad e independencia. Por conveniencia se debió usar al principio la llamada «máscara» de Fernando vil, pero, al mismo tiempo, el general Belgrano preparaba su expedición al norte, donde en 1812 y 1813 obtiene —sin la intervención del teniente coronel recién llegado— las dos victorias más decisivas que hayan tenido lugar en territorio de lo que es hoy la República Argentina: las de Tucumán y Salta.

Frente a la importancia de esas batallas, empalidece la librada en San Lorenzo en febrero de 1813. Ella sólo sirvió para demostrar el arrojo personal del teniente coronel San Martín, quien no trepidó en efectuar una carga de caballería, sable en mano, con ciento veinte granaderos contra una columna española desembarcada para obtener provisiones para la sitiada Montevideo. Mientras esta acción ha sido magnificada, otras más trascendentes, como la de Florida (25 de mayo de 1814), no son casi conocidas por nuestros compatriotas, a pesar de recordar su nombre una calle típica de Buenos Aires. En esa ocasión el enemigo dejó en el campo cien prisioneros y otros tantos muertos, entre ellos el coronel que los mandaba, mientras los patriotas sólo sufrieron un muerto, y su jefe, el coronel Arenales, quedó con catorce heridas de sable y bayoneta por haberse batido también gallardamente.

Como bien lo señala el autor, las evidencias históricas apuntan a Gran Bretaña como promotora del viaje de San Martín al Río de la Plata. Pero obviamente, en asuntos de índole tan delicada como lo son los que atañen al proceder político de una nación respecto de su aliada en un conflicto, no esperemos encontrar huellas de todo ello. Su envío, o la facilitación de su traslado para que intervenga en la lucha armada contra España, significó un doble juego por parte de los ingleses. Ello es así porque mientras con ese y otros manejos afectaban los intereses de los hispanos en ultramar, en Europa luchaban junto a ellos contra Francia. Por esa razón no conoceremos a ciencia cierta las condiciones o las promesas hechas a San Martín por las cuales éste dejó, mediante un subterfugio, el ejército español, fue a Londres por cuatro meses y luego a Buenos Aires en un barco inglés.

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