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Sergio Villalobos - Historia de los chilenos

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Sergio Villalobos Historia de los chilenos
  • Libro:
    Historia de los chilenos
  • Autor:
  • Editor:
    Taurus
  • Genre:
  • Año:
    2012
  • Ciudad:
    Santiago de Chile
  • Índice:
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Historia de los chilenos: resumen, descripción y anotación

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L A EMANCIPACIÓN
1810-1823
E L DILEMA DE 1810

Panorama internacional

No era promisoria la situación de España cuando comenzó a correr la primera década del siglo XIX. A los problemas de la corte, la inepcia de los reyes y el favoritismo, se unían los resultados moderados del reformismo ilustrado, menos satisfactorios que las expectativas soñadas.

Gran Bretaña, mientras tanto, había alcanzado el predominio en los asuntos mundiales por su desarrollo industrial, la amplitud de su comercio, el crecimiento de su marina mercante y la sólida presencia de la marina de guerra en su doble papel de protectora y ejecutora de acciones bélicas. Habían surgido, además, los Estados Unidos, con un potencial económico visible, su comercio y el rondar de barcos balleneros y loberos.

Los otros centros fabriles se unían con sus productos al tráfico mundial en una transformación que llevaba por todas partes la pulsación de un activismo económico. En esa forma, el comercio y la desenvoltura del contrabando asediaban a España y sus colonias, igual que la influencia más sutil de las ideas.

Vinieron a trastornar el cuadro de la política internacional la Revolución Francesa y luego el imperio napoleónico, que necesariamente debían abrazar, en giros inesperados, a la tambaleante España. Los hechos se sucedieron con rapidez, sin continuidad de propósitos y de caída en caída.

La corte madrileña procuró salvar la vida de los reyes franceses y terminó indisponiéndose con los revolucionarios. Éstos invadieron los territorios hispánicos cercanos a su frontera y, para lograr su devolución, España tuvo que ceder parte de la isla de Santo Domingo, que sería la base de Haití. Arregladas las cosas y aliada con Francia, el conflicto se desató con Gran Bretaña, con una derrota naval en el cabo de San Vicente, la entrega de Mallorca, y de Trinidad, a pocas millas de la costa venezolana.

Los problemas del comercio y el estado de la Real Hacienda retrajeron momentáneamente a España, hasta que la amistad con Napoleón dio origen a un nuevo choque con los británicos, concluyendo en la derrota de Trafalgar en 1806.

Aquel mismo año los ingleses golpean con violencia a las puertas de la América española, pensando atraer la voluntad de los criollos liberándolos de España. Francisco de Miranda, con ayuda norteamericana y luego inglesa, dirige una expedición contra Venezuela, sufre muchas bajas y, habiendo desembarcado, no logra insurreccionar a sus compatriotas.

Mucho más considerable y mejor preparada fue una expedición enviada por la corona británica al Río de la Plata, que logró apoderarse de Buenos Aires y bloquear Montevideo. Sin embargo, los criollos, formando en las milicias y junto con algunas tropas, resistieron la ofensiva y recuperaron la capital, para luego defenderse de una segunda expedición que también derrotaron.

Los americanos habían probado, en Venezuela y en el Plata, que profesaban gran lealtad a la monarquía y que estaban muy lejos de pensar en una emancipación. No podía negarse, tampoco, que esos hechos eran síntoma de las alteraciones que rodeaban a la política internacional y que las colonias estaban expuestas a cualquier amenaza o un vuelco impredecible. Además, los criollos de toda Hispanoamérica aplaudieron a los defensores de Buenos Aires y se enorgullecieron por un éxito guerrero que alcanzaba a todos.

En la capitanía general de Chile se efectuaron ejercicios y algunas maniobras para prevenir un ataque. Con fuerte entusiasmo, algunos destacamentos militares y cuerpos de milicianos se acantonaron cerca de Santiago y emprendieron acciones que tuvieron tanto de preparativos bélicos como de función social. Hubo uniformes brillantes de los oficiales, damas bien ataviadas y jolgorio.

En un episodio fortuito, una partida de caballería fue sorprendida por un grupo de infantería con disparos de pólvora, produciéndose un desorden vergonzoso, que minutos después fue respondido por los jinetes con golpes de lanza, palos, encontrones y uso del lazo, hasta poner en fuga a los infantes y dejar herido su amor propio. Éstos no iban a quedarse con la ofensa y taconearon sus fusiles con botones de las casacas y piedrecillas para efectuar disparos con algo más que pólvora; pero los jefes detuvieron las acciones para evitar consecuencias mayores.

Hubo denuestos, chismes y unos versos jocosos poniendo en ridículo las maniobras.

El evento había sido demostrativo del entusiasmo que despertaba la defensa del reino y de la monarquía; pero también se vio que no escaseaba el espíritu de chanza.

En el tiempo que corría había motivos para estar intranquilos, pero también se tomaban las cosas a la ligera, en la seguridad de una existencia que corría apacible.

Caída de la monarquía española

Tranquilos corrían los días coloniales cuando una pequeña carta, llegada por vía de Buenos Aires, vino a sumir a los súbditos chilenos en raras cavilaciones. Según sus noticias, la familia real había viajado a Bayona y quizás Napoleón preparaba un golpe, pues era bien sabido que muchas tropas del emperador, destinadas a invadir Portugal, se encontraban en España. También llegó una proclama del alcalde de Móstoles, pueblo cercano a Madrid, que en lenguaje vehemente llamaba a los españoles a luchar contra los franceses, que habían destronado a los reyes.

Las noticias eran inverosímiles y quizás eran una de esas farsas que la correspondencia traía de vez en cuando. Pero no había que engañarse, porque si bien la monarquía madrileña era poderosa y Bonaparte su amigo, la situación interna era profundamente deplorable.

Había que despertar a la realidad.

La corte se encontraba maleada desde los reyes para abajo. Carlos IV, regordete y sin carácter, se movía en palacio sin abocarse realmente a los asuntos de Estado. María Luisa, su esposa, casquivana y fea como una arpía, vivía dedicada al juego cortesano y preocupada de Manuel Godoy, un insignificante guardia de corps que había ascendido hasta el rango de príncipe de la Paz y favorito, con todas las llaves del poder.

En el plano internacional, el juego de alianzas y contraalianzas en que se había envuelto España había terminado en un acuerdo con Napoleón, apoyado por el favorito Godoy, para atacar a Portugal.

Oscuros presagios se abatieron sobre la corte y el pueblo, y las reacciones fueron desordenadas porque no había certidumbre política y la degradación ética había llegado al límite. En Aranjuez, donde se encontraban los reyes, el pueblo se levantó y se entregó al saqueo. Carlos IV abdicó y la corona pasó al príncipe de Asturias, que gobernaría como Fernando VII, mientras los pobladores celebraban el cambio con unos últimos saqueos.

En medio de las intrigas palaciegas, tanto Carlos IV como Fernando VII habían buscado los consejos y el apoyo de Bonaparte, cuyos designios cada día eran más claros. Obtuvo que el ex monarca y el nuevo se trasladasen a Bayona, y estando ellos en territorio francés, usando una triquiñuela, logró que la corona quedase en sus manos, para entregarla de inmediato a su hermano José Bonaparte, designado «rey de España y de Indias».

Concluida «la indigna comedia de Bayona», el pueblo español, mal armado y con mucho denuedo, inició la lucha contra el invasor. En las diversas ciudades se formaron juntas gubernativas para regir el país mientras durase el cautiverio del monarca; pero siendo necesario unificar el poder, cedieron el gobierno a la Junta Central de Sevilla y luego al Consejo de Regencia, establecido en Cádiz, en momentos en que casi todo el territorio se encontraba dominado por los franceses.

La invasión napoleónica es un hecho completamente ajeno a la historia colonial, casi un efecto del azar, que tuvo la virtud de poner en marcha acciones y reacciones insospechadas, para conducir a la emancipación a la vuelta de pocos años.

El fenómeno americano de tan gran significado no fue, sin embargo, de ocurrencia fortuita, sino que estaba en gestación poco visible, con síntomas aislados o difusos en la vida colonial. Eran las corrientes que operan en las sociedades fluyendo de una manera subterránea y que no afloran hasta que un detonante quiebra la superficie y deja que se manifiesten con todo su vigor.

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