MICHAEL AYERS (1935). Es profesor de Filosofía de la Universidad de Oxford y miembro de la dirección del Wadham College. Ha escrito muchos artículos sobre la filosofía de los siglos XVII y XVII.
Obras: Philosophy and its past (1978), Philosophical works: including the works on vision George Berkeley 1685-1753 (1985), Locke: epistemology and ontology (1991), The Cambridge history of 17th century philosophy (1998).
CUALIDADES PRIMARIAS Y SECUNDARIAS
PODERES Y CONOCIMIENTO SENSITIVO
N o es el propósito ahora precisar la forma del constructivismo de Locke, ni explorar si es defendible; más bien se trata de abordar los argumentos en los que desarrolla la noción de una diferencia entre la manera en que algo es en sí mismo y la manera en que ordinariamente lo concebimos. Las siguientes secciones son preliminares a su famosa distinción entre cualidades primarias y secundarias:
7. Para descubrir mejor la naturaleza de nuestras ideas y para discurrir de manera inteligible sobre ellas, será conveniente distinguir cuándo son ideas o percepciones en nuestra mente y cuándo modificaciones de la materia en los cuerpos que producen dichas percepciones en nosotros. Y esto, para que no pensemos (como quizá se hace de manera habitual) que las ideas son exactamente las imágenes y semejanzas de algo inherente al sujeto que las produce, porque la mayoría de las ideas de sensación no son en la mente la semejanza de algo que exista fuera de nosotros, sino que los nombres que les corresponden son una semejanza de nuestras ideas, aunque ellos mismos no dejen de provocarlas en nosotros cuando los escuchamos.
(II. VIII, 7, pág. 205)
8. Todo lo que la mente percibe en sí misma, o todo lo que es el objeto inmediato de percepción, de pensamiento o de entendimiento, es lo que yo llamo idea; y al poder de producir una idea cualquiera en nuestra mente lo llamo cualidad del sujeto en el que radica ese poder. La bola de nieve puede producir en nosotros las ideas de blanco, frío y redondo; a esas potencias que producen en nosotros estas ideas, en tanto se encuentran en la bola de nieve, las llamo cualidades; y en cuanto son sensaciones o percepciones en nuestro entendimiento, las llamo ideas; y si algunas veces me refiero a estas ideas como si se encontraran en los mismos objetos, quiero que se me entienda que me refiero a esas cualidades en los objetos que las producen en nosotros. (II, VIII, 8, pág. 205-206).
A pesar de estas explicaciones, la terminología empleada en la discusión que sigue es notoriamente resbaladiza. Las distinciones trazadas aquí entre ideas sensoriales y ‘modificaciones de la materia’ causalmente responsables por aquellas ideas, así como entre los poderes de los cuerpos para producir ideas y las ideas producidas, no se mantienen estables. Por ejemplo, Locke propone aquí llamar a los poderes, en tanto están en los cuerpos (‘en tanto en cuanto se encuentran en la bola de nieve’), ‘cualidades’; y llamarlos, en cuanto son experimentados (‘en cuanto son sensaciones o percepciones en nuestro entendimiento’), ‘ideas’. Esto hace de la ‘idea’, en efecto, una manera en que el objeto se nos aparece, y de la ‘cualidad’, el poder del objeto de aparecer de esa manera. Sin embargo, el uso tradicional de las expresiones ‘en el objeto’ y ‘en la mente (entendimiento)’ hace posible decir que la idea es la cualidad tal como es (es decir, aparece) en la mente, y la cualidad es la idea tal como es en el objeto. Consecuentemente, tal como lo concede la siguiente oración, Locke usa ‘cualidad’ e ‘idea’ (o ‘idea simple’) como términos virtualmente intercambiables, sin adherirse a su propósito. Más aún, el ‘poder’ o ‘cualidad’ en el objeto no es algo distinto de la ‘modificación de la materia’ o más que ella (es decir, la propiedad intrínseca del objeto material) en virtud de la cual éste aparece de manera particular. Locke aclara esto en la discusión directa de la idea de poder. Atribuye la idea de poder a la experiencia de patrones regulares de cambio, experiencia de la que surge, primero, la expectativa de que ‘en el futuro se producirán cambios semejantes en las mismas cosas, por agentes similares y de manera parecida’, y, segundo, el pensamiento de que en una cosa existe la posibilidad de ser cambiada y en otra, ‘la posibilidad de realizar ese cambio’. Así, nos formamos la idea de poder, activo y pasivo: el poder del fuego para derretir la cera y el poder de la cera para derretirse son aspectos del fuego y de la cera conocidos e identificados solamente por su efecto articulado. La idea de un poder de X es, así, la concepción indirecta del atributo del cual tornarse X es el signo observable, atributo que en principio se puede conocer directamente. Así, podemos referirnos en el pensamiento, si bien de manera indirecta, a tal atributo desconocido. Todo esto explica cómo —anticipando el siguiente pasaje—, Locke puede afirmar que ‘lo que es dulce, azul o caliente según una idea, no es, en los cuerpos así denominados, sino cierto volumen, forma y movimiento de las partes insensibles de los mismos cuerpos’ (II, VIII, 15, pág. 210).
Son comunes las quejas acerca del uso laxo por parte de Locke de su propia terminología, pero su práctica tan solo coincide con la manera resbalosa en que ordinariamente se habla de la apariencia y de los objetos de la percepción y del pensamiento. Por ejemplo, si yo, de manera miope, veo en el diagrama del optómetra una H como una N, resulta válido tanto afirmar como negar que la N que existe sólo ‘en mi mente’ es la H ‘en el objeto’, percibida de manera errónea. Ni la afirmación ni la negación de la identidad es ‘correcta’ en oposición a la otra. Sin duda Locke sintió que bastaba con que ‘su sentido pudiera entenderse’. Una manera de expresar su sentido en el siguiente pasaje es decir que algunas propiedades que creemos percibir en las cosas son intrínsecas a ellas, en tanto otras son relativas a la percepción, no más que poderes para aparecer de cierta manera en virtud de propiedades intrínsecas que de otra manera resultarían imperceptibles.
9. Consideradas de esta manera, las cualidades en los cuerpos son, en primer lugar, aquellas que son totalmente inseparables de un cuerpo, sea cual fuere el estado en que se encuentre, y de tal naturaleza que las conserva de manera constante en todas las alteraciones y cambios que dicho cuerpo pueda experimentar por razón de alguna fuerza ejercida sobre él. Estas cualidades son de tal naturaleza que las encuentran los sentidos de manera constante en toda partícula de materia que tenga la suficiente consistencia para ser percibida, y tales que la mente las tiene por inseparables de cada partícula de materia, incluso aunque sean demasiado pequeñas para que nuestros sentidos las perciban de forma individual. Tomemos, por ejemplo, un grano de trigo y dividámoslo en dos partes; cada una de ellas conservará todavía extensión, solidez, forma y movilidad. Dividámoslas otra vez, y las partes conservarán todavía las mismas cualidades; y si se siguen dividiendo hasta que estas partes no se puedan percibir, conservarán necesariamente todas esas cualidades cada una de ellas. Pues una división (que es lo que un molino, prensa o cualquier otro cuerpo hace a otro para reducirlo a partes insensibles) no puede privar a un cuerpo de la solidez, la extensión, la forma y la movilidad, sino que tan sólo hace, de lo que antes era una sola cosa, dos o más masas de materia separadas y diferenciadas; y todas estas partes, consideradas desde ese momento como otros tantos cuerpos distintos, constituyen, una vez realizada la división, cierto número determinado. Llamo a estas cualidades,