Agradecimientos
A pesar de que todos estos ensayos fueron escritos para este libro, algunos de ellos han influido en mi trabajo en The New Yorker, y viceversa. Varios de ellos hablan de temas sobre los que escribí en Jezebel y The Hairpin. Estoy muy agradecida de haber empezado a escribir en la familia del blog Awl: gracias a Logan Sachon y a Mike Dang, los primeros editores en publicar algo mío; gracias a Jane Marie, mi primera editora de ensueño en Hairpin; gracias a Choire Sicha y Alex Balk, que solían confundirme cuando se quejaban de internet: en aquel entonces era una niña, ahora lo entiendo.
Estoy agradecida al Repentágono, también conocido como el Baptidome, por la duradera educación que recibí allí, y por los amigos también; en específico por las mujeres de la Lauren Allen Invitation-Only Retirement Community. Rachel, Annabel, Lara, gracias por verlo todo. A Robert Doty, me alegro tanto por ti ahora como cuando vimos a los ángeles de la construcción.
A mi querida Universidad de Virginia: gracias a la Jefferson Scholars Foundation por liberar de deuda de por vida a los estudiantes, a Michael Joseph Smith por dirigir el legendario campamento que es PST, a Caroline Rody, a Walt Hunter, a Rachel Gendreau. Kevin, Jamie, Ryan, Tory, Baxa, Juli y Buster Baxter: gracias por ofrecerme un permanente hogar espiritual.
Durante mi breve periodo en el Cuerpo de Paz empecé a plantearme la inverosímil posibilidad de ganarme la vida escribiendo. Lola, Yan, Kyle, gracias por permitirme llorar cuando me robaron el ordenador, y Akash, gracias eternas por prestarme el tuyo para poder empezar a escribir de nuevo. David, eres el mejor kuya. Dinara Sultanova, eres la mujer más maravillosa que he conocido en mi vida.
Le debo tanto a los fondos y al espacio proporcionado por el Programa para Escritores Hellen Zell de la Universidad de Michigan. Gracias a Nicholas Delbanco por animarme de inmediato, y a Brit Bennett, Maya West, Chris McCormick y Mairead Small Staid por vuestra tranquila brillantez. Rebecca Schern, Barbara Linhardt, Katie Lennard: nos veremos en barra, etc.
Mis amigos de Nueva York han mantenido una pequeña parte del mundo cálida y estable: gracias al Grupo de Ayuda, a 2018, y a los cabrones de la ópera. Amy Rose Spiegel, para mí fuiste un ángel de la guarda desde el principio. Derek Davies, buena parte de mi relación con la música se cimentó a tu lado. Franni Stabile, eres el santo patrón de la optimización de mis nalgas. Puja Patel, lamento no recordar aquella vez en el SXSW. Luce de Palchi, nunca olvidaré que me quedé sin palabras, con un texto que entregar, la noche de las elecciones, y que tú me dijiste que lo único que tenía que hacer era ser honesta, que lo que pensaba sería suficiente.
A la gente de Gawker Media, el mejor lugar al que llegar: Tom Scocca, gracias por editarme de un modo tan agudo; creo que me inspiraste el título de este libro cuando me aconsejaste (horrible) cómo lograr que «brillase» el final de una sección. Mis colegas en Jezebel —Kate, Julianne, Clover, Kara, Anna, Ellie, Joanna, Stassa, Kelly, Maddie, Bobby—, por favor, pasaos por aquí para tomarnos una botella de rosado.
A Rebecca Mead, Rebecca Solnit y Rebecca Traister —Andrew siempre me preguntaba con qué Rebecca había quedado en esa ocasión—, os admiro tanto a vosotras y a vuestra obra, y siento una oleada de felicidad al pensar en cómo me cuidasteis al principio. Gracias a Jeff Bennett, que me dio un montón de valiosas indicaciones sobre este manuscrito, y a ese genio que es Marlon James por presentarnos. A Gideon Lewis-Kraus, gracias por tu visión de rayos-X tanto respecto al borrador como a mi persona. Gracias al extraordinario Mackenzie Williams, que me ayudó durante la documentación de varios de los ensayos, en especial en «Venimos de la vieja Virginia» y «Sí temo». Mi querida esposa Haley Mlotek, gracias por proporcionarme el subtítulo de este libro el día de la entrega. Y a Emma Carmichael: gracias por posibilitar que tuviese una carrera en los medios de comunicación, y también por la constante y atenta atención sobre cómo sacar lo mejor de la gente, y sobre todo por una amistad sin la que no sería capaz de imaginar mi vida.
Estoy muy agradecida a la Colonia MacDowell por posibilitar que pasase un mes en el paraíso para acabar mi libro. A mi increíble agente Amy Williams, gracias por elegirme cuando estaba en fase embrionaria y por todas las cosas que has hecho. Gracias a Jenny Meyer y a Anna Kelly de Fourth Estate. Todavía me da risa al pensar que trabajo en The New Yorker; mis brillantes colegas, siempre me impresionáis. Emily Greenhouse, gracias por haberme adoptado en Londres. Jeanie Riess, gracias por verificar los datos de este libro. Bruce Diones, gracias por hacer que todo siguiese su curso. Nick Thompson, gracias por contratarme. Gracias a Dorothy Wickenden y a Pam McCarthy. A David Haglund, mi editor, eres el mejor; gracias por mejorarme. Gracias a David Remnick por no despedirme (todavía) cuando cuelgo algún tuit sobre mi pipa de agua.
Carrie Frye, eres la lectora más generosa, la editora más alucinante y la persona más adorable; gracias por guiarme con esa meticulosa elegancia y perspicacia a través de todo el proceso de transformar una propuesta en un manuscrito. No sé cómo lo haces, pero ahora sé que no habría podido escribir este libro sin ti. Estoy agradecida a todo el mundo en Random House por haber cuidado tan bien de mí; especialmente a Andy Ward, Susan Kamil, Molly Turpin y Dhara Parikh. A mi editor Ben Greenberg, gracias por convertir este libro en una realidad; por defenderlo, afilarlo y hacerme sentir siempre que estaba en buenas manos.
Finalmente: a Lynn Stekas y John Daley, gracias por ser mi familia desde 2010, por los valores que les traspasáis a vuestros hijos y por ser un ejemplo de amor mutuo y de respeto. Clare y Matt y CJ y Quinn, me alegra tanto que forméis parte de mi vida. A mi hermano Martin, te pido disculpas por haber fingido en una ocasión que eras mi perro. (¡Qué bueno que apareció la leyenda Gretzky Tolentino!). A mi perra actual, Luna, gracias por ser la mejor amiga peluda; contigo nunca estoy sola. A Aida Adia, mi hermosa abuela, sé que soy lectora gracias a ti. A mi madre y a mi padre, os estaré eternamente en deuda: vuestros sacrificios me hicieron dura y capaz y consciente de la extrañeza del mundo, y me enseñasteis lo que es el amor absolutamente incondicional. Y a Andrew Daley, mi pareja-para-todo: gracias por crecer conmigo, por construirme un rincón para escribir, y por ser tan atractivo. A decir verdad, me siento casada contigo desde hace mucho tiempo.
BIBLIOGRAFÍA
EL YO EN INTERNET
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READ, Max. «Does Even Mark Zuckerberg Know What Facebook Is»,