Cuando las artes de todos los países, con sus cualidades locales, se hayan acostumbrado a los intercambios recíprocos, el carácter del arte se verá enriquecido en todas partes de modo incalculable, sin que cambie el peculiar genio de cada nación. De esta forma se formará una escuela europea en lugar de las sectas nacionales que aún dividen a la gran familia de los artistas; entonces, una escuela universal, familiarizada con el mundo, a la que nada humano será ajeno.
El dinero ha emancipado al escritor, el dinero ha creado las letras modernas.
—Eres algo muy parecido a un extranjero —dijo Gertrude.
—Muy parecido, es cierto. Supongo que sí. Pero ¿quién podría decir hasta qué punto? No hemos tenido nunca ocasión de dilucidar este asunto. Debes saber que hay gente así. Personas incapaces de decir con exactitud cuál es su país, o su religión, o su profesión.
UNA NOTA SOBRE EL DINERO
En este libro he dado las cantidades monetarias en la divisa original, pero, en los casos en los que la comparación puede resultar de utilidad, he añadido entre paréntesis su equivalente en francos franceses. El franco francés era la moneda de uso más común en la Europa del siglo XIX , y era con ella como las personas que constituyen el centro de este libro gestionaban, por lo principal, sus asuntos.
Los tipos de cambio entre las divisas más importantes de Europa se mantuvieron relativamente estables durante la mayor parte del siglo XIX . Dependían de la cantidad de metal que contuviesen las monedas. El factor estabilizador clave era la libra británica, que seguía el patrón oro. Otras divisas fijaron un tipo de cambio estable con la libra británica pasando al patrón plata —así lo hicieron la mayoría de los estados alemanes y escandinavos— o al bimetálico (oro y plata) —como en el caso de Francia y Rusia—. A partir de la década de 1870, se fue imponiendo en Europa un desplazamiento general hacia la paridad con el oro.
En las décadas de mediados del siglo XIX , 100 francos franceses equivalían aproximadamente a:
4 libras esterlinas
25 rublos rusos de plata
90 liras milanesas (austriacas)
19 scudi romanos
23 ducados napolitanos
38 florines austriacos
27 táleros prusianos
100 francos belgas
20 dólares estadounidenses
Como indicador de valor, la simple conversión monetaria puede resultar engañosa, porque no tiene en cuenta las diferencias existentes en el poder adquisitivo. En Reino Unido el coste de la vida era, en términos generales, más elevado que en el continente, aunque algunos artículos, como el algodón, eran más baratos debido a las ventajas de la industrialización y el imperio. Este mayor coste de vida también se reflejaba en salarios más altos. Las clases profesionales británicas ganaban significativamente más que sus homólogas del continente. En 1851, los honorarios de un juez del Tribunal de Apelación británico eran de 6.000 libras (unos 150.000 francos), dos veces el salario anual de sus homólogos franceses. Un profesor de un college de Oxford tenía un salario base de 600 libras al año (unos 15.000 francos), más de lo que ganaba un profesor de la Sorbona (en torno a 12.000 francos anuales). A medida que se desciende en la escala social, la diferencia se va volviendo menos significativa. Una familia británica de «clase media» contaba por lo común con una renta anual de unas 200 libras (5.000 francos) en la década de 1850, renta que, al menos, igualaría la gran mayoría de las familias burguesas de Francia, donde la dote seguía suponiendo un complemento de los ingresos familiares de forma más sustancial que en Reino Unido. Un mecánico o un ingeniero primerizo francés ganaban entre 3.000 y 7.000 francos al año. El salario anual de un trabajador urbano cualificado o de un oficinista podía estar entre 800 y 1.500 francos. En este extremo de la escala social, los salarios británicos eran similares.
En el ámbito de las artes, los ingresos podían ser extremadamente variables. En términos económicos, los escritores, artistas y músicos que aparecen en este libro podían ubicarse, según la escala antes descrita, en cualquier posición entre el juez mejor pagado y el mecánico peor pagado. Unos pocos ejemplos bastan para ilustrar estas diferencias de renta. En la época más álgida de su carrera, en la década de 1850, el pintor Ary Scheffer ingresaba entre 45.000 y 160.000 francos anuales; pero muchos otros artistas, por ejemplo, el protegido de Scheffer, Théodore Rousseau, ganaban menos de 5.000 francos al año. Hasta 1854, los escritos de Victor Hugo le reportaban 20.000 francos anuales de media. George Sand e Iván Turguénev ganaban aproximadamente lo mismo, y el último recibía, además, una cantidad equivalente de dinero de las tierras que tenía en Rusia. Entre 1849 y 1853, el compositor Robert Schumann percibía, en promedio, unos 1.600 táleros prusianos (6.000 francos) anuales de sus composiciones, ingresos que complementaba con su salario como director musical en Düsseldorf, unos 750 táleros (cerca de 2.800 francos) anuales.
Es casi imposible traducir estas cifras a términos actuales. En el siglo XIX, el coste de los bienes y servicios era muy distinto. La mano de obra era mucho más barata (gratis, de hecho, en Rusia, para los terratenientes que tenían siervos); los alquileres también eran mucho menos onerosos; pero, en las ciudades, la comida era relativamente cara. Un apunte para ayudar a los lectores a hacerse una idea general sobre los valores monetarios de mediados del siglo XIX : un millón de francos era una gran fortuna, permitía adquirir bienes y servicios por un valor aproximado de 5.000.000 de libras (5.800.000 euros) de hoy; con 100.000 francos podía adquirirse un château con extensas tierras (como el que los Viardot compraron en Courtavenel), mientras que 10.000 francos, que hoy serían como 50.000 libras (60.000 euros), fue el precio que pagaron los Viardot por un órgano fabricado por el famoso organista Aristide Cavaillé-Coll en 1848.
INTRODUCCIÓN
En su inaugural viaje a Bruselas, la primera locomotora de vapor partió de la Gare Saint-Lazare a las siete y media de una soleada mañana de sábado, el 13 de junio de 1846. A continuación, la siguieron otras dos locomotoras, entre los aplausos de la multitud y la música de una banda que acompañaba su partida. Cada uno de los tres trenes estaba formado por veinte vagones abiertos, adornados con los colores de las tricolores francesa y belga. Sus mil quinientos pasajeros habían sido invitados por el barón James de Rothschild para celebrar la apertura de la línea de ferrocarril París-Bruselas, que su compañía, Chemins de Fer du Nord, había completado hacía poco con la construcción del tramo que unía la capital francesa con Lille.