10. Un balance último
UN BALANCE ÚLTIMO
Las cuatro décadas (1937-1977) a lo largo de las que la SF fue ostentando progresivamente la potestad de encuadrar a las mujeres españolas, al principio solo las de la retaguardia bélica y finalmente de las de todo el Estado, unidas a los treinta años (1977-2008) en los que su asociación legataria, Nueva Andadura, defendió con celo la memoria de su papel durante la dictadura, dibujan una vastísima trayectoria preñada tanto de éxitos, glorias y famas, como de reajustes, deslizamientos y alguna que otra tentativa de renovación. Este libro ha procurado explorar este periodo con el objetivo de evidenciar la voluntad adoctrinadora de la organización y descifrar los métodos que las falangistas emplearon en su proyecto de tutela de la comunidad nacional a su cargo.
El origen de esta empresa se situó, según se vio en los primeros capítulos, en los años de la República y la guerra civil. Fue entonces cuando el compromiso político de las primeras falangistas con su labor de propagandistas y la interpretación de sí mismas en clave comunitaria («hermandad») y clasista («élite», «vanguardia») conformaron los pilares necesarios sobre los que se levantaría su obra desde que a finales de 1939 les quedara encomendada la formación política y social de las mujeres españolas en orden a los fines propios de Falange Española Tradicionalista y de las JONS. Desde la temprana posguerra, los preceptos de las falangistas fueron tomando forma en cada libro, manual escolar, revista o programa de radio controlado por la organización, comenzando así a construir un modelo de feminidad en el que se conjugó la asignación de un repertorio muy limitado de funciones con la atribución de un estilo emocional no menos restringido en sus posibilidades afectivas.
Esta normativa genérico-afectiva tendría un largo alcance en el tiempo, de modo que a partir de los años cincuenta fue enriqueciéndose con otros atributos provenientes de una interpretación de lo patrio en clave folclórica y con las nuevas cualidades que le aportaba el carácter supuestamente transnacional de la identidad femenina hispánica. Sin embargo, ante la insuficiencia de estas estrategias de renovación y a la vista de la crisis de legitimidad que iba sufriendo la SF, las falangistas apostaron por promover en la década siguiente una imagen de la organización como defensora y valedora de los derechos laborales de la mujer, con la confianza de que ello la reinstauraría como organización de referencia para todas las españolas. Pero ni esto tuvo los resultados esperados ni tras la maniobra se escondía la única voluntad de incitar a la emancipación de las mujeres por la vía laboral: al tiempo que se presentaron como las impulsoras de aquellas reformas legales, las falangistas se afanaron en controlar el significado que esta incorporación al mundo profesional pudiera suponer para las interesadas, enfatizando para ello tanto el repertorio de funciones domésticas y familiares como el patrón emocional que desde la posguerra habían sancionado como privativo de la feminidad.
Aunque durante las décadas centrales de la dictadura estos equilibrios ayudaran a la SF a mantenerse a flote, los cambios sobrevenidos a partir de 1970 hicieron de la supervivencia un reto cada vez más arduo que la organización encaró entregando todas sus energías a la empresa de demostrar la vigencia de sus ideas y la utilidad social de sus actuaciones, con la esperanza de lograr mantener el lugar privilegiado que había ostentado durante el régimen franquista. Sin embargo, los efectos de la crisis política que alcanzaban al núcleo institucional de la SF, la cadena de desastres en la que sucumbieron buena parte de sus instrumentos formativos más apreciados (el cierre de la revista Bazar, la obsolescencia de los manuales escolares tras la reforma educativa de 1970 o la destrucción de centenares de libros en el incendio de la editorial Almena en 1974), sumados al crecimiento exponencial de nuevos fenómenos culturales (como el «destape») y sociopolíticos (el auge del movimiento feminista), arrinconaron a la organización e hicieron evidente el anacronismo de su proyecto. Por último, la disolución de la SF en abril de 1977 dejó fuera del tablero político a las falangistas y las emplazó en un nuevo combate, no demasiado diferente a los que hasta entonces habían peleado, pues se libraba en el terreno del discurso, pero sí lo suficientemente complejo como para hacerles emplear en él sus últimos esfuerzos: la construcción de un relato redentor que las restituyera al lugar de la historia pública nacional del que se consideraban merecedoras.
Este largo recorrido pone de relieve las amplísimas posibilidades que la SF tuvo para impactar sobre las mentalidades de las generaciones de mujeres que vivieron la dictadura franquista. Por ello, la eventual escasez de recursos, la falta de entendimiento con otras facciones del Movimiento o la misma falta de personal conforme avanzaba la desideologización de la dictadura no impidieron que las falangistas mantuvieran un poder constante y palpable durante el régimen. Y es que, a pesar de su pérdida progresiva de vigencia y atracción, la SF nunca dejó de ser parte indispensable del engranaje político del franquismo. Es importante tener en cuenta que, aunque el dominio de una organización política en el ámbito institucional suele venir parejo al éxito en la conformación de identidades culturales según sus propios patrones, ambos factores no tienen una relación de causalidad mecánica, como este caso demuestra: la SF permaneció en el poder durante sus últimos años gracias a las inercias políticas heredadas de las décadas anteriores; un impulso que la ayudó a sostener un papel rector cada vez más exclusivamente nominal, pero que seguía siendo medular en la configuración del tablero político de los últimos compases del franquismo. Mientras tanto, su discurso se oxidaba y dejaba de tener cabida en la cambiante sociedad de estos años. Solo desde esta doble circunstancia se explica el sentimiento, entre la frustración y la indignación, que a las falangistas les produjo su salida del gobierno durante la Transición, y únicamente desde la complejidad de esta conmoción se entiende la voluntad de las mismas por tratar de tender un puente que uniera la preeminencia que habían ostentado en épocas pasadas con la notoriedad que pretendían conservar en aquel presente. Este sentimiento compartido funcionó como factor desencadenante para la movilización de un repertorio de estrategias que aunaron recursos conocidos e inéditos con el propósito común «de ganar la partida lejana al juicio de la historia».
Estas dinámicas de generación, cambio, continuidad y debilitamiento invitan a pensar la trayectoria de la SF, al menos en lo que a su contenido doctrinal y cultural se refiere, como una evolución interdependiente, y no subsidiaria, respecto al devenir político de la propia dictadura. Interdependiente y no subsidiaria porque es imposible sostener una visión de la organización como un simple instrumento en manos del régimen sin ninguna posibilidad de transformar su propia agencia en opciones reales de elaborar un proyecto formativo acorde con sus principios políticos. Como ha quedado demostrado, la SF supo aprovechar el papel de formadora de las españolas para conquistar un lugar nuclear en el aparato de poder franquista desde donde intensificar su presencia en la vida cotidiana de las mujeres. El dominio de este campo de acción supuso la práctica continua de un adoctrinamiento identitario que, lejos de ser un factor secundario —o subsidiario— en el desarrollo del régimen, se transformó en un elemento sustancial para su funcionamiento.
En consecuencia, se puede deducir que el eventual éxito en la identificación de las mujeres con los patrones de género y emociones propuestos por la SF redundó directamente en una mayor adhesión de estas a la causa de la dictadura y, consecuentemente, significó una mayor estabilidad para el régimen. Igualmente, la pérdida de fuerza de su discurso y la falta de sintonía con las generaciones de mujeres jóvenes puso en trance su capacidad movilizadora y, con ello, propició la apertura de grietas cada vez más profundas por las que se irían colando las primeras actitudes contestatarias hacia la opresión vivida. Teniendo ambas variables en cuenta, es fácil percibir que la relación entre el aparato franquista y la SF fue más allá de la necesidad del primero de que la segunda cumpliera su papel en materia de encuadramiento y organización de la «masa» femenina. Por encima de estas funciones, la que más ventajas y utilidad reportó al régimen fue sin duda el establecimiento de unas categorías emocionales y de género cuya imposición y asimilación permitiera generar subjetividades femeninas sobre las que sostener la continuidad de su sistema y que, a la vez, imposibilitara la aparición de identidades disidentes que pudieran quebrar un orden social cada vez más precario.