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Barbara W. Tuchman - El telegrama Zimmermann

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Barbara W. Tuchman El telegrama Zimmermann
  • Libro:
    El telegrama Zimmermann
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1966
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El telegrama Zimmermann: resumen, descripción y anotación

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En enero de 1917 la Primera Guerra Mundial estaba en un trágico punto muerto. Los ingleses sabían que Europa sólo se salvaría si los Estados Unidos intervenían. Pero el presidente Wilson se aferraba a su neutralidad y a sus esfuerzos por mediar en la negociació de la paz.
Y entonces, de pronto, el instrumento para empujar a los norteamericanos a entrar en la guerra llegó a una tranquila oficina inglesa. Uno de los miles de mensajes interceptados por el equipo de descodificadores británico era un telegrama en clave de Arthur Zimmermann, secretario de Asuntos Exteriores alemán. Un documento de alto secreto en el que se invitaba al presidente de México a unirse a Alemania y Japó en la invasió de los Estados Unidos. La recompensa para México: recuperar los territorios de Texas, Nuevo México y Arizona. El plan estratégico del mando alemán: mantener a Estados Unidos ocupados en una guerra en su propia casa, al otro lado del Atlántico, lejos del escenario europeo.
La ganadora del Premio Pulitzer Barbara Tuchman desvela en esta apasionante historia de espías, la verdadera historia de cómo los Estados Unidos entraron en la Primera Guerra Mundial y cómo un telegrama cambió el curso de la historia.

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BARBARA WERTHEIM TUCHMAN Nueva York 30 de enero de 1912 6 de febrero de - photo 1

BARBARA WERTHEIM TUCHMAN. (Nueva York, 30 de enero de 1912 – 6 de febrero de 1989) fue una historiadora estadounidense, periodista y escritora. Hija del banquero Maurice Wertheim, era nieta Henry Morgenthau, también banquero y Embajador de Woodrow Wilson en el Imperio Otomano.

Barbara Wertheim recibió su Licenciatura en Artes de la Radcliffe College en 1933. En 1939, contrajo matrimonio con Lester R. Tuchman, un médico internista, investigador y profesor de medicina clínica en el Monte Sinai School of Medicine. Tuvieron tres hijas (una de ellas fue Jessica Mathews). Entre 1934 y 1935 trabajó como asistente de investigación en el Instituto de Relaciones del Pacífico en Nueva York y Tokio, y luego comenzó una carrera como periodista antes de dedicarse a los libros.

Se desempeñó como ayudante de redacción de The Nation y corresponsal estadounidense para el New Statesman de Londres, el Centro de Noticias del Lejano Oriente y la Oficina de Información de Guerra (1944-45). Algunas de sus obras son: La política británica perdida: Gran Bretaña y España desde 1700 (1938). La Biblia y la espada: Inglaterra y Palestina de la Edad del Bronce a Balfour (1956). El telegrama Zimmermann (1958). Un espejo lejano (1978). Los cañones de agosto (1962).

Título original: The Zimmermann Telegram

Barbara W. Tuchman, 1966

Traducción: Enrique Tremps, 2010

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.1

En enero de 1917 la Primera Guerra Mundial estaba en un trágico punto muerto - photo 2

En enero de 1917 la Primera Guerra Mundial estaba en un trágico punto muerto. Los ingleses sabían que Europa sólo se salvaría si los Estados Unidos intervenían. Pero el presidente Wilson se aferraba a su neutralidad y a sus esfuerzos por mediar en la negociación de la paz.

Y entonces, de pronto, el instrumento para empujar a los norteamericanos a entrar en la guerra llegó a una tranquila oficina inglesa. Uno de los miles de mensajes interceptados por el equipo de descodificadores británico era un telegrama en clave de Arthur Zimmermann, secretario de Asuntos Exteriores alemán. Un documento de alto secreto en el que se invitaba al presidente de México a unirse a Alemania y Japón en la invasión de los Estados Unidos. La recompensa para México: recuperar los territorios de Texas, Nuevo México y Arizona. El plan estratégico del mando alemán: mantener a Estados Unidos ocupados en una guerra en su propia casa, al otro lado del Atlántico, lejos del escenario europeo.

La ganadora del Premio Pulitzer Barbara Tuchman desvela en esta apasionante historia de espías, la verdadera historia de cómo los Estados Unidos entraron en la Primera Guerra Mundial y cómo un telegrama cambió el curso de la historia.

Barbara W Tuchman El telegrama Zimmermann El documento secreto que cambió el - photo 3

Barbara W. Tuchman

El telegrama Zimmermann

El documento secreto que cambió el curso de la Primera Guerra Mundial

ePub r1.0

Titivillus 05.08.2019

TEXTO EN CLAVE DEL TELEGRAMA

Copia del mensaje descifrado por Edward Bell en la embajada norteamericana (archivos nacionales, departamento de asuntos extranjeros, ficha decimal del departamento de Estado 862.20212/81 1/2).

Éste es el texto que contiene algunas ligeras alteraciones realizadas por Von Bernstorff, en la forma en que éste lo remitió a Von Eckhardt, tal como lo obtuvo el almirante Hall en la ciudad de México y lo entregó al embajador Page.

1

UN TELEGRAMA INSIDIOSO

El primer mensaje de la guardia matinal salió del tubo neumático y se depositó en el cesto metálico, sin causar mayor ruido que de costumbre. El oficial de guardia del servicio de inteligencia naval británico desenroscó la cápsula y examinó el mensaje de radio alemán interceptado, sin atribuirle ningún significado fuera de lo corriente. Cuando se dio cuenta, al ojear el mensaje, de que no estaba en clave naval, lo remitió a la Sección política, en la sala interior, y se despreocupó totalmente del asunto. Era el 17 de enero de 1917 y había transcurrido ya más de la mitad de aquella guerra que, a lo largo de sus treinta meses de duración, había ocasionado innumerables estragos sin aportar beneficio alguno.

Dos funcionarios civiles, dedicados al trabajo criptográfico, se encontraban de guardia aquella mañana en la sala interior —la más secreta de Whitehall— enmascarada bajo el inocente nombre de Sala 40. Uno de ellos era el reverendo William Montgomery, un intelectual alto, canoso, de cuarenta y seis años; el otro era Nigel de Grey, un joven editor de treinta y un años, cedido por la empresa William Heinemann. Ninguno de ellos percibió que estaban a punto de asistir a un acontecimiento histórico. De Grey abrió el mensaje interceptado y observó varias columnas numéricas, organizadas en grupos de cuatro y cinco cifras, y algunos grupos desperdigados de tres cifras. Al observar aquel documento con pasividad y en silencio, no sospecharon que la clave de aquella guerra en punto muerto se hallase camuflada en aquel irregular revoltillo. De Grey tan sólo percibió que el mensaje era de una extensión poco usual, ya que según sus cálculos constaba de más de mil grupos.

La mañana gris compartía la frialdad de la suerte inglesa, opaca como sus esperanzas durante este tercer invierno bélico. Las desastrosas pérdidas del Somme (sesenta mil bajas sufridas por el ejército británico en un solo día de locura y más de un millón de muertos aliados y enemigos a lo largo de cinco meses) no habían conducido a nada. No se había logrado todavía atravesar la línea Hindenburg. Ésta había sido la pauta de la guerra hasta entonces: regimientos enteros de vidas desperdiciadas como el agua, medio millón en Verdón solamente, sin que ninguno de los dos bandos lograse ventaja estratégica alguna, consiguiendo únicamente afianzar sus posiciones como dos alces con los cuernos entrelazados. Los franceses habían agotado sus posibilidades, los rusos perecían y Rumania, que hacía poco se había unido a los aliados, estaba ya arruinada y ocupada.

El enemigo no se hallaba en mejor situación. Los alemanes subsistían con un régimen alimenticio basado en patatas, reclutaban muchachos de quince años para su ejército y rellenaban las grietas que empezaban a aparecer en la estructura autoritaria del káiser, incrementando los castigos disciplinarios. La oferta hecha por los alemanes unas semanas antes, no había sido más que una estratagema, ideada para ser rechazada, con el fin de que el mando general pudiese extraer, tanto en su propio país como en la depauperada Austria, todavía una mayor abnegación y más profundos sacrificios. En la Sala 40 se sospechaba que debían de haber intenciones ulteriores, ya que no había indicación alguna de que los dirigentes alemanes, al igual que los aliados, hubiesen desistido de su obsesiva determinación de conseguir una victoria total.

A Inglaterra le quedaba la fuerza de espíritu, pero le faltaba dinero y, lo que es peor, ideas. Los nuevos comandantes se ajustaban a las viejas rutinas, sin plantearse si era o no necesario atacar nuevamente el frente occidental y se limitaban a darse cabezazos contra aquel muro. No se vislumbraba la posibilidad del fin.

Montgomery y De Grey examinaban los abigarrados grupos de cifras que debían intentar convertir en algo verbalmente inteligible, en la creencia de que sólo se trataría de otro ejemplar de la prolija correspondencia interceptada últimamente entre Berlín y Washington, que versaba sobre las negociaciones de paz. Éste era el fin anhelado por el presidente Wilson. Decidido a terminar con la guerra, perseguía una paz por vía del compromiso, con una ceguera mental que le impedía darse cuenta de que ninguno de los bandos combatientes estaba dispuesto a comprometerse. Berlín le incitaba a parlamentar con el fin de que mantuviera su neutralidad, aquellas conversaciones exasperaban a los aliados. No era mediación lo que ellos esperaban de los norteamericanos, sino su enorme fuerza virgen. Era lo único que podía sustraer la guerra de la parálisis en la que se hallaba. Armas, dinero, barcos y soldados, que era todo cuanto los aliados necesitaban, se encontraba en Norteamérica, pero Wilson no estaba dispuesto a ceder. Permanecía impasible detrás de sus gafas, dando lecciones a ambos bandos sobre la forma en que debían comportarse. Parecía que no había nada que pudiese obligar a Estados Unidos a incorporarse a la guerra antes de que los recursos se hubiesen agotado por completo en Europa, sin posibilidad de rehacerse.

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