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INTRODUCCIÓN
EL PENSAMIENTO POLÍTICODE EDMUND BURKE
BURKE Y SU SIGLO
Algunos historiadores consideran el siglo XVIII como el período más logrado de la cultura occidental, y este juicio acaso sea definitivo si observamos el panorama desde un punto de vista inglés. Otros siglos presentan momentos verdaderamente culminantes; pero no cabe duda de que los cien años que transcurren entre la batalla de Blenheim (1713, norte de Múnich) y la de Waterloo (1815, en Bélgica) muestran a Inglaterra en un brillante período de plenitud cultural y, quizá, en su etapa más orgánica de estructuración social y económica. Bajo una dirección política predominantemente aristocrática, la Inglaterra del siglo XVII alcanzó un momento de extraordinario dinamismo en todos los órdenes de la actividad humana; sin embargo, esta vitalidad no impidió que el arte y la distinción constituyesen una parte integrante de la vida ordinaria, y no era infrecuente encontrar generales y políticos que sabían latín, entendían de pintura y recitaban versos.
Situada entre las disensiones religiosas y la Revolución industrial, esta época individualista y todavía heroica disfrutó de una relativa tranquilidad interna, y produjo unas condiciones de vida que hicieron posible la aparición de una sociedad próspera, culta y elegante, que poseía un elevado sentido de la belleza.
En el siglo XVIII inglés, la aristocracia servía de modelo y de ejemplo a la burguesía y a la clase profesional, y estas le proporcionaban muy a menudo la necesaria energía intelectual y física. Fue una época de caballerosidad en que la sociedad aún no se había mercantilizado, en que el arte y la vida no estaban mecanizados, se apreciaba más la calidad que la cantidad, el buen nombre y la dignidad profesional tenían suma importancia, y los hombres vivían de un modo natural, en un ambiente de dimensiones más humanas, gozando de una vida socialmente más rica que la de nuestros días.
Del seno de esta sociedad surgieron eminentes políticos y militares, artistas y poetas, hombres de acción y pensamiento de la categoría de Nelson, Pitt, Hume, Reynolds, Pope, el doctor Johnson y Blake, Richardson, Fielding, Goldsmith, y este ambiente condicionó asimismo la formación de Edmund Burke, una de las figuras más destacadas de la Europa del siglo XVIII y, por descontado, el pensador político más grande que ha tenido Inglaterra desde su época hasta nuestros días.
Al estudiar figuras cuya grandeza multiplica su complejidad, es casi inevitable que se conceda a ciertos aspectos de su personalidad más importancia que a otros, según el propósito, la época o las circunstancias. Así ha ocurrido con Burke, y si ha habido momentos en que se han reconocido con exclusiva parcialidad su visión histórica y sus aciertos políticos, en otros se ha prestado quizá una desmesurada atención a sus condiciones literarias y a las cualidades de su estilo. Hoy día corremos el riesgo de no conceder importancia a su formación humanística y a los conocimientos que adquirió durante sus largos años de actividades de hombre de letras, y de olvidarnos de que esta preparación sirvió de base al pensador político.
Es verdad que Burke fue el defensor más enérgico de la causa de las colonias norteamericanas; que se opuso tenazmente a las pretensiones autocráticas de Jorge III y de su grupo de amigos y consejeros; que acusó las irregularidades de la administración inglesa en el nuevo imperio de la India; que defendió a Irlanda y al catolicismo; y que fue el primero en advertir sobre los peligros de la Revolución francesa. Sin embargo, sin dejar de reconocer el valor histórico de estos aciertos y la importancia política de muchas de sus intervenciones, hay que tener en cuenta que Burke no fue esencialmente un hombre de acción, lo que podríamos denominar un político práctico, sino un intelectual, un verdadero pensador político, que se sirvió de armas puramente intelectuales para establecer principios generales y presentar soluciones que se apoyaban firmemente en un subsuelo ético y religioso. El aspecto fundamental de la personalidad de Burke, por tanto, fue su extraordinaria facultad para formular principios de valor general partiendo de situaciones concretas, y su intuición para interpretar los hechos políticos y sociales relacionados en un contexto histórico orgánico, buscando el sentido de la historia. Y esta elevación mental, esta amplia imaginación filosófica, de la que estuvieron desprovistos eminentes políticos contemporáneos suyos, como Chatham, Holland, Pitt o Fox, Burke se la debía en gran parte a su preparación de hombre de letras.
LA PERSONALIDAD DE EDMUND BURKE
Edmund Burke nació en Dublín el 12 de enero de 1729 «new style». En consecuencia, paralelamente a su programa de leyes prosiguió sus estudios de formación histórica, filosófica y literaria y empezó a escribir.
Durante una temporada que pasó en Bath, en 1756, con el fin de rehacer su salud quebrantada, se enamoró de la hija de su médico —el Dr. Nugent— y se casó con ella. Este mismo año publicó sus dos primeras obras, A Philosophical Enquiry into the Origin of our Ideas of the Sublime and the Beautiful y A Vindication of Natural Society. La primera es un tratado estético que tuvo bastante importancia en su tiempo, y la segunda, una ironía acerca de la literatura que en aquella época defendía el retorno del hombre al estado de naturaleza, la cual, aunque parezca hoy día increíble, fue tomada en serio por muchos lectores». Creía, además, que el sentido de seguridad emanado de la aceptación de una fe y una tradición eran un factor de un valor inestimable para la estabilidad de la sociedad, y que la sensación de inseguridad derivada del ataque a estos fundamentos básicos era el principio de los mayores daños.
A partir de la fecha de su matrimonio empieza la serie de años en que Burke vive exclusivamente de la pluma y de los servicios que en calidad de secretario presta a políticos de la época como W. G. Hamilton, y lord Rockingham. En 1757 se compromete con los editores Dadsley a preparar el Annual Register, una especie de anuario de historia política y literatura europeas, que empezó a redactar solo, y en el cual colaboró eficazmente, sobre todo en la sección histórica, hasta el final de su vida. El llamado «artículo histórico», panorama histórico anual que osciló entre 45 y 244 páginas desde los años 1758 hasta 1787, en que Burke estuvo al frente de la publicación, se hizo famoso en su tiempo y todavía es una autoridad imprescindible para los acontecimientos de la época. Entre las reseñas de libros del