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Richard Bassett - El enigma del almirante Canaris

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Richard Bassett El enigma del almirante Canaris

El enigma del almirante Canaris: resumen, descripción y anotación

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La historia de William Canaris, el jefe del espionaje de Hitler, ahorcado por los nazis en abril de 1945 —no una vez, sino dos, con el objeto de prolongar su agonía—, encierra un misterio que Richard Bassett ha procurado descifrar, usando documentos y testimonios hasta hoy inéditos, para aclarar la conducta del hombre que, desde dentro mismo del régimen nazi, trató, según sus propias palabras, de oponerse a la locura de Hitler, que conducía a Alemania a la destrucción.

Además de las nuevas perspectivas que nos ofrece acerca de la segunda guerra mundial, el libro resulta importante por cuanto se refiere a las relaciones de Canaris con España, desde su colaboración con Juan March durante la primera guerra mundial, en relación con el aprovisionamiento de los submarinos alemanes, o sus contactos posteriores con el gobierno español en los años de la dictadura de Primo de Rivera, hasta su decisivo papel en conseguir el pleno apoyo de Hitler a Franco en la guerra civil española.

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Agradecimientos

De todas las expresiones de la creatividad, escribir es una de las más egoístas. Mientras el escritor se adentra en el laberinto mental de la creatividad, su mujer, sus hijos y sus compañeros deben convivir con alguien sumido en un insatisfactorio estado de abstracción casi permanente. Así pues, mi primera obligación es dar las gracias a mi mujer, Emma-Louise, a mis hijos, Edmund y Beatrice, a mi madre y a cuantos familiares han tenido que sufrir las exigencias del «almirante». Y aprovecho la oportunidad para agradecer a mi agente, Kate Hordern, el constante ánimo que me ha ido infundiendo, sin el cual nada de lo presente habría sido posible.

El enigma del almirante Canaris me atrapó por vez primera hace ya tiempo, cuando, al abandonar el periodismo, gocé del privilegio de trabajar durante varios años muy cerca de los hoy fallecidos Julian Amery, Alan Hare y Nicholas Elliot. Mi gratitud para con ellos es y será siempre inmensurable, por su capacidad de análisis, su amabilidad y su camaradería. En muchos aspectos, la historia de Canaris es también la historia de los desafíos y las decisiones a los que estos tres hombres debieron enfrentarse. En algunos casos, como se verá en el presente libro, interpretaron papeles que superaban con mucho el de unos meros figurantes. He contraído también una deuda de gratitud con el difunto Ihsan Bey Toptani, amable y sabio conocedor de las relaciones que durante la segunda guerra mundial unieron a los servicios de espionaje de Inglaterra y Alemania.

Este libro tampoco habría sido factible sin la atención y el apoyo de muchos amigos de varios países. En lo que respecta a España estoy en deuda con la hospitalidad y compañía de, entre muchos otros, Boojum, Peebles y Dorry Friesen, en cuya biblioteca mallorquina me topé por vez primera con la historia de la Abwehr. No quiero olvidar a miembros del servicio diplomático de España como Carmen Fontes y Alfonso La Palata. En Portugal disfruté asimismo de la ayuda y la hospitalidad de Anthony Allfrey y Francés Beveridge.

En Alemania, todo el personal del Instituto de Historia Contemporánea de Múnich —el Institut für Zeitgeschichte, donde con certeza se albergan los archivos más completos sobre la segunda guerra mundial— se distinguió por su acierto y espíritu de colaboración. Estoy en deuda, sobre todo, con la señora Grossman y el señor Bockner, quienes, a lo largo de muchas semanas, supieron guiarme a través de metros y más metros de microfilmes. También he contado con el apoyo de Antón Graf Wengersky, la doctora Nina Bushart, la doctora Christine Pfeiffer, la señora Christoph Martin, la señora Claudia Eiles, Karl-Christian Jacobi y mis siempre pacientes colegas de la Königinstrasse. Quisiera dar las gracias igualmente a los numerosos amigos de Kronberg, ante todo a Andreas y Gabriela von Erdmann, y no menos a Donatus von Hessen, en cuya torre de Friedrichshof se redactó una parte de este libro. Hago extensiva la gratitud al personal de los Archivos Militares de Alemania en Friburgo de Bresgovia, así como a la familia Canaris.

Sin salir de Alemania debo expresar mi agradecimiento especial a Erich Vermehren, cuya deserción al bando aliado tuvo amplias repercusiones para la Abwehr y el almirante Canaris. Al compartir conmigo sus recuerdos y sus ideas, me ha permitido comprender con más claridad los extraordinarios acontecimientos de principios de 1943. En Berlín he contado con la fructífera y amable colaboración de Gabi y Daniel von Scheven. No me ha sido de menor ayuda Diemut Köstlin, gracias al cual, tras varios días de búsqueda infecunda, pude identificar la casa de Canaris en el Schlachtensee. Por su parte, David Blow y Andrew Clegg Littler me trasladaron datos de gran valor, sobre todo respecto de algunos detalles de la campaña finlandesa de 1940.

En Italia conté con la generosa ayuda de Luciana Frassati, quizá la última superviviente de cuantos conocieron a Heydrich en Praga. También quiero expresar mi agradecimiento a Tiziana Frescobaldi, Francesca Galli, Wanda Gawronska, el padre jesuita Anthony Barrett, Alessio Altichieri, Piero Kern y Paolo Rumiz; e igualmente al personal de la Biblioteca Vaticana y a don Vincenzo Pagla. En Trieste disfruté de la perspicacia y la cordialidad del difunto barón Gottfried von Banfield, quien durante la guerra había servido junto a Canaris en Pola (Croacia).

En Salzburgo he contado con la ayuda de Elizabeth Waldedorf, Cornelia Meran y, muy especialmente, Reinhold Gayer, de la librería Paracelsus, que junto con ese oasis de la civilización que representa la librería de Gilbert en Dusseldorf, han sido las responsables, en gran medida, de procurarme muchas de las fuentes bibliográficas alemanas. En Viena me siento en gratitud con John Nicholson, Charlotte Szapary y el difunto Georg Eisler. En Praga me han asistido amablemente Marian y Lisa Schweda y Daniel y Victoria Spicka. En Varsovia estoy en deuda con Igor Witkowski y sus amigos de la inteligencia militar de Polonia; e igualmente con Mikolaj Radziwill y Eva Dzeduszinska.

En Londres debo destacar el minucioso trabajo de El’vis Beytullayev y Beytulla Destani, mis dos investigadores en los Archivos Nacionales de Kew. El derecho de copia de los documentos que custodia la Public Record Office pertenece a la Corona; aquí se reproducen con autorización de la Stationery Office de S. M. Por su parte Crispin Sadler, en Chile, me abrió generosamente su archivo de relatos de cuantos testigos presenciaron las consecuencias del hundimiento del Dresden, tras la batalla de las islas Falkland.

Además he contado con la ayuda de Inge Haag, una de las secretarias de Canaris; de Francesca Scoones, Andrew Gimson, Gina Thomas, Joachin vom Halasz y Giles MacDonough; y de Desmond y Tina Mac-Carthy, en cuya biblioteca de Wiveton disfruté de la tranquilidad necesaria para preparar los primeros esbozos de mi manuscrito. La librería Aldeburgh, de Mary y Johnny James, demostró ser un proveedor sin igual de libros huidizos; otra fuente de gran utilidad han sido los fondos de la London Library. Mi agradecimiento se dirige asimismo a la perspicacia y compañía del difunto Justin Crawford, cuyo interés y entusiasmo por cuantas notas al pie tratan oscuros pero esenciales asuntos de la historia del siglo XX representó una constante fuente de inspiración.

Me gustaría expresar también mi reconocimiento a la señora Ian Colvin, a Neal Ascherson, David Smiley, Jill Haré, Elizabeth Elliot, Penelope Tay, Leo Amery, el profesor Norman Stone, Mark Almond, John Stevens, Katharina Kelton y Brendan Donnelly, e igualmente al Museo Imperial de la Guerra, por haberme permitido acceder a los diarios del primo de mi esposa, el capitán Troubridge, de la Royal Navy británica, quien antes de la guerra fue agregado naval en Berlín. Mis antiguos compañeros de Janes, y sobre todo Clifford Beale, Nic Cook y Chris Aaron, me han sido de gran ayuda en varios aspectos.

Este libro se escribió, en buena medida, en Ridge; me congratula hacer extensiva la gratitud a mis vecinos de Wiltshire, como Charles Elwell, Robin e lona Carnegie, Daphne Lamb y Gordon Etherington Smith, el último superviviente del personal diplomático de alto nivel en la embajada británica del Berlín de antes de la guerra. Clare y Julián Thomas, James y Sarah Rundell, Rosemary Macdonald, Joe Cant y Michael y Henrietta Dillon contribuyeron a preservar el fuego del proceso creativo.

En lo que atañe a Estados Unidos, me siento en deuda con Cran Montgomery III y el difunto Ted Shackley, de cuyo profundo conocimiento de la evolución histórica de los servicios de espionaje tuve la fortuna de poder beneficiarme, aunque demasiado brevemente.

En último lugar quiero expresar mi sincero reconocimiento a muchos miembros de los servicios de inteligencia, a los que no debo mencionar por su nombre pero que —con el auténtico espíritu de fraternidad que tanto hubiera apreciado el mismo Canaris— han prestado apoyo y servido de norte a mi modesta empresa.

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