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Bogotá D. C., diciembre de 2017
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L A INDEPENDENCIA DE LAS provincias españolas en América, y su posterior transformación en repúblicas democráticas, despertó en europeos y norteamericanos la curiosidad por estas tierras. De estas apenas tenían conocimiento, o lo que sabían resultaba de una exótica mezcla de leyendas y añejas noticias de personas y lugares difundidas de modo muy irregular por las imprentas europeas o por el voz a voz de quienes regresaban luego de largas correrías no exentas de aventuras reales o imaginadas. Pero luego de una época inicial que duró más de dos siglos, ya en el XVIII , durante esos complejos años de la Ilustración europea, había cambiado la idea inicial que se tenía del subcontinente como un lugar glorioso que debía esconder en alguna parte el paraíso terrenal, y pasó a la de un sitio próximo al infierno donde únicamente alimañas y salvajes podían sobrevivir. Fueron filósofos y naturalistas europeos quienes contribuyeron a dar forma a la idea de la América hispana como un lugar insano poblado apenas por seres de escasa humanidad. Fueron otros naturalistas, sin embargo, los que comenzaron a cambiar esos imaginarios. Lo que diferenció a unos de otros fue que los segundos sí visitaron y recorrieron detenidamente el continente al cual estaban haciendo referencia.
Por ello, los pioneros fueron científicos. Apenas despuntando el siglo XIX , Alexander von Humboldt, acompañado de Aimé Bonpland, recorrió de Caracas al Orinoco, de Bogotá a Quito y muchas de las regiones del extenso virreinato de la Nueva España, dejando sus hallazgos en una importante obra, aún hoy en día objeto de estudio, Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente. Sus memorias y la crónica de estas correrías, además de sus detallados estudios científicos, dieron forma a lo que pronto se convertiría en un subgénero literario, la crónica de viajes.
Desde esa época y hasta muy entrado el siglo XX , haciendo referencia a los diferentes países de la América hispana y lusitana, fueron publicados decenas y decenas de diarios de viaje, observaciones científicas, descripciones corográficas, anotaciones costumbristas, retratos de personajes y lugares, detallados inventarios de minerales y vegetales potencialmente provechosos para las empresas y los mercados de los países industriales, sin olvidar el gusto por consignar curiosidades, señalar lo exótico y, muchas veces, comparar y criticar lo que veían. Muchos de esos libros fueron resultado de encargos deliberados de los gobiernos extranjeros en busca de mercados e inversiones; pero muchos otros resultaron del interés de sus autores por dar a conocer la experiencia vivida en estas tierras, la que consideraron con la importancia suficiente como para que los demás tuvieran noticias de lo que ellos vieron y experimentaron.
Una cantidad considerable de los mencionados libros fueron publicados poco tiempo después de regresar a su lugar de origen el científico, el político, el militar, el comerciante, o simplemente el viajero, pero este no fue el caso para todos. Las literaturas nacionalistas del siglo XX , presentes en todos los países de la región, además del interés de intelectuales y editores por dar a conocer materiales valiosos para la historia de cada región —sin olvidar que las crónicas en sí mismas fueron objeto aun de culto para muchos lectores—, dieron lugar a que se buscara en añejos archivos los manuscritos dejados por esos viajeros, se tradujeran y prepararan para su edición y, finalmente, fueran publicados. Por ello, las colecciones de estas crónicas que hoy están a nuestra disposición son abundantes, variadas y compuestas por un número considerable de volúmenes publicados, ya sea en épocas cercanas a la visita realizada o mucho tiempo después.
Muchos viajeros europeos y norteamericanos recorrieron más de un país, razón por la cual sus crónicas nos permiten comparar entre sí regiones, ciudades, habitantes y costumbres propias de las diferentes repúblicas latinoamericanas. Otros visitaron un país o apenas un sector del mismo, por lo que sus crónicas sólo permiten aproximarnos a la descripción de ese sector, lo que sin embargo no le quita valor. En este sentido, los diarios, las memorias y las crónicas de viajeros se convirtieron en fuentes para el estudio histórico de las realidades a las que aluden, pero también son piezas literarias que pueden leerse sin otra pretensión que disfrutar de un magnífico texto lleno de noticias de otras épocas.
Este es el caso del libro que tenemos ante nosotros. El texto de Rosa Carnegie-Williams fue publicado inicialmente en inglés, su lengua materna, por la London Literary Society, con el título A year in the Andes, or A Lady’s Adventures in Bogotá, apenas comenzando la década de 1880, esto es, poco después de su regreso a Londres. La versión en español debió esperar más de un siglo, pues sólo hasta 1990 la Academia de Historia de Bogotá, en conjunto con la ya desaparecida editorial Tercer Mundo, la dio a conocer recurriendo a la traducción de Luis Enrique Jiménez Llaña-Vezga.