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Bogotá D. C., diciembre de 2016
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D ESDE HACE YA MUCHÍSIMOS años, el llamado «arte de la correspondencia» ha desaparecido de la imaginación y las prioridades de la mayor parte de la población letrada. Las cartas, como las escritas a mano por los hermanos Cuervo y Rafael Pombo, por ejemplo, han dejado de ser un vehículo natural para el intercambio de ideas, sentimientos, noticias o simples anuncios, y han quedado relegadas a ese lejano territorio donde descansan los bienes desaparecidos, así como las prácticas de entender y, claro, explicar las cosas del mundo. Por lo tanto, el sentido literal de corresponder a un otro, de acompañarlo y compartir una respuesta por escrito, también ha perdido gran parte de su significado y sus propósitos originales.
Hoy en día es muy sencillo entender las causas de este destino, de esta desaparición, y no es un secreto que en el desarrollo y el avance de las tecnologías, con los cambios constantes y crecientes en las plataformas, los programas y los dispositivos digitales, se encuentran varias de las explicaciones a este cambio de escenario. Para casi nadie resulta extraño ahora redactar un correo electrónico, sucedáneo extremo de los antiguos intercambios epistolares en los que la paciencia, la expectativa, la reflexión callada, definían tanto la lectura de la carta recibida como la escritura de su posible respuesta por enviar. Ahora la contestación inmediata se ha convertido en la condición natural a cualquier correspondencia.
Sin embargo, y a pesar de haber perdido su propósito primordial como género y formato de escritura, de contacto entre dos voces cercanas que se comunican desde dos posibles extremos espaciales y, en muchos casos, bajo escenarios temporales desaparecidos, las cartas siguen siendo un medio más que pertinente también entre los ejercicios de lectura y aprendizaje de la realidad. Por otra parte, y como sucede con los diarios íntimos —ese otro género cercano a la correspondencia personal—, en principio el lector queda excluido del propósito para quienes se enviaron estas cartas; es decir, el diálogo escrito entre los corresponsales no contemplaba la presencia de este lector futuro y quizás esta característica sea una de las más enigmáticas a la hora de adentrarse en una correspondencia, como es el caso del Epistolario de Ángel y Rufino José Cuervo con Rafael Pombo.
Para el siglo XIX , la correspondencia adquiría una naturaleza adicional a la de un simple intercambio de anécdotas entre corresponsales conocidos o familiares y se convertiría, en poco tiempo, en un medio de intercambio de conocimientos y noticias de última hora en lugares remotos, pero, sobre todo, de consolidación de las llamadas redes intelectuales entre científicos y estudiosos en múltiples disciplinas a nivel mundial; un medio escrito que no sólo abría las fronteras del conocimiento sino que se afianzaba como un modelo de reflexión múltiple, compartida por escrito, sobre temas fundamentales, tanto en lo concerniente a las nuevas realidades nacionales como a los avances en la investigación. Así, el género de la correspondencia iniciaba el concepto de lo que durante las últimas décadas se ha venido a llamar la globalización.
Aunque podríamos afirmar que el Epistolario de Ángel y Rufino José Cuervo con Rafael Pombo recopila en su mayor parte noticias íntimas compartidas entre tres amigos cercanos, con anécdotas familiares y curiosidades locales, bromas y chistes privados, el lector encontrará sin duda una fuente de primera mano para conocer algunos detalles curiosos de la vida nacional de finales del siglo XIX y principios del XX , particularmente de Bogotá y los alrededores del barrio de La Candelaria, así como noticias culturales, literarias y cotidianas de algunos territorios europeos y, más que nada, de la ciudad de París, dictadas además por las experiencias personales de los hermanos Cuervo.
Uno de los rasgos más singulares que encontrará el lector en el Epistolario de Ángel y Rufino José Cuervo con Rafael Pombo, conformado por un intercambio de 222 cartas —con 11 de Ángel Cuervo, 43 de Rufino José Cuervo y 168 de Rafael Pombo— que van de 1883 hasta 1909, es que su mayor parte, es decir, las escritas originalmente por Rafael Pombo, son copias de los extractos de sus cartas originales enviadas a los hermanos Cuervo. Resúmenes hechos y archivados por el mismo poeta, pues, por algunos recovecos y giros del destino epistolar, y que aún no se han esclarecido del todo, las versiones verdaderas desaparecieron posteriormente. Algo semejante sucedió con las cartas enviadas por Ángel Cuervo, pues de los 11 registros que aparecen en este epistolario, 5 son cartas completas y 6 son fragmentos. Sin embargo, esta especie de involuntaria fragmentación en la escritura de esta correspondencia, que paradójicamente se asemeja a nuestros actuales correos electrónicos, también le ha fijado un tono de divertida ligereza a la lectura que hará el lector contemporáneo, y más si la realiza en una pantalla digital.