Mario Muchnik - Oficio editor
Aquí puedes leer online Mario Muchnik - Oficio editor texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2011, Editor: ePubLibre, Género: No ficción. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:
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- Libro:Oficio editor
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2011
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Oficio editor: resumen, descripción y anotación
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Oficio editor es un alegato a favor de una profesión tan antigua como el libro. Mario Muchnik repasa de forma amena y con insólita sinceridad sus vicisitudes en el mundo editorial, desde sus inicios con Robert Laffont en París hasta la publicación de Guerra y paz en el taller de Mario Muchnik. A lo largo de su extenso recorrido por casi toda una vida dedicada a las letras (antes de editor fue físico, y durante toda su vida fue fotógrafo), el autor repasa las particularidades técnicas del oficio: tanto la literatura y su mercado como el papel y la tipografía. Muchnik se detiene en la creación de Muchnik Editores, fundada con su padre en 1973, su aventura en grandes grupos editoriales —como director de Seix Barral o Anaya & Mario Muchnik—, su amistad con autores como Elias Canetti, Primo Levi, Julio Cortázar, Augusto Monterroso o Montero Glez y su complicidad con editores como Giulio Einaudi o Carlos Barral. Muchnik defiende sin concesiones un oficio amenazado por las delirantes exigencias de rentabilidad de los grandes grupos editoriales y de las cadenas de superlibrerías (los llamados libródromos). Y expone, ante la llegada del libro electrónico, de manera lúcida y divertida en un diálogo póstumo con Robert Laffont, las oportunidades y amenazas que acechan al editor de hoy. Al final responde a la inminencia de la revolución digital definiendo las atribuciones irreductibles e irrenunciables del oficio editor: defender al autor de sus errores y defender al lector de los suyos.
Mario Muchnik
ePub r1.0
Spleen 23.06.15
Título original: Oficio editor
Mario Muchnik, 2011
Editor digital: Spleen
ePub base r1.2
En memoria de
sir Stanley Unwin, editor,
que dijo claramente:
Si buscas ante todo dinero, no te hagas editor. Los editores que consideran su negocio solo como un medio para ganar dinero nos producen la misma impresión que los médicos solo preocupados por sus honorarios. El negocio editorial da mayores satisfacciones que el dinero. Si dominas la técnica y estás dotado de la necesaria aptitud, te ganarás discretamente la vida, pero la labor de tus jornadas será interminable y es posible que, cuanto mejor trabajes, peor sea tu recompensa pecuniaria.
y en memoria de
Robert Laffont, editor,
(1916-2010)
MARIO MUCHNIK (Buenos Aires, 1931) es editor y ha escrito algunos libros sobre edición y sus memorias. Se licenció en física en la Universidad de Columbia de Nueva York en 1953. En 1968 empezó a trabajar para Robert Laffont en París y en 1973 fundó con su padre Jacobo Muchnik, Muchnik Editores en Barcelona, que hoy lleva el nombre de El Aleph. Trabajó durante años en la editorial Anaya, y más tarde fundó su propio proyecto, El taller de Mario Muchnik, que se convirtió en un referente de la edición independiente.
El Aleph
Una mañana de noviembre de 2009 recibí una llamada telefónica de Bernat Puigtobella, director de la editorial El Aleph, que forma parte del Grup 62, de Barcelona. Bernat conoce mis libros («mis», en tanto que autor). Me llamaba pidiéndome, para editar él, un libro en que pusiera todo lo que llevo escrito sobre la edición. Y más, si hiciera falta —pero sin llegar al clásico mamotreto de 1000 páginas—.
Se da el caso de que El Aleph es ni más ni menos que el nuevo nombre de mi primera editorial, Muchnik Editores, con la que en 1990 se quedó Juan Seix, revendió a Julieta Lionetti y esta, a su vez y unos años más tarde, al Grup 62. Considere el lector cuánto me sentí halagado por este pedido; halagado y conmovido.
Evitando, en lo posible, el «refrito», el resultado es este tomo del que me siento inmensamente orgulloso. Ojalá, además de conmovedor para mí, resulte útil a algún aspirante a editor.
Haberlos, haylos.
Hacer libros
«Hacer libros» puede significar escribirlos o editarlos. Yo he hecho ambas cosas y soy incapaz de optar por lo uno o por lo otro: escribir me divierte tanto como editar, si bien editar tuvo la ventaja de darme de comer.
La tarea de editar es tan diferente de la de escribir como de la de leer. Se escribe en la intimidad, en la soledad. Como se lee. El diálogo del escritor, cuando escribe, es consigo mismo. El del editor no. El editor suele ser el primer lector de un texto. Custodio de la lengua y conocedor de la técnica, tiene el deber de señalar al autor todo lo que un texto pueda tener de chirriante, y de sugerirle cambios que, en su opinión, ayuden a su lectura. En este sentido, el editor es un mediador constructivo entre el autor y el lector. Al autor, que en su tarea suele perder la perspectiva, le conviene escuchar atentamente al editor y, llegado el caso, discutir con él punto por punto. El autor tendrá la última palabra, mejor fundamentada después de haber discutido con el editor. Quien sale beneficiado, por supuesto, es invariablemente el lector.
Una de las primeras tareas editoriales que realicé, es verdad que a instancias mías pero en divertida colaboración con mi padre, fue la de traducir.
Quizás el último espectáculo que haya visto en Nueva York antes de regresar a Buenos Aires (con un diploma de físico bajo el brazo) en 1953 fuera The Crucible, de Arthur Miller, en su producción original, en Broadway. Basta recordar qué tiempos se vivían entonces en Nueva York para comprender el significado que Miller quiso dar a su pieza y la recepción que tuvo por parte del público. El telón final, con el redoble de tambores, fue seguido por un silencio de iglesia. El miedo dominaba al público, que fue poniéndose de pie. Se oyó al principio un esporádico aplauso, pero se fue nutriendo hasta convertirse en una ovación, una de las poquísimas manifestaciones políticas que tuvieron lugar en Estados Unidos en esos años.
Recién llegado a Buenos Aires de Nueva York conté a mi familia el montaje de The Crucible que acababa de ver en Broadway. ¿Lo conté? Debo de haberlo representado en el salón de mi casa. John Proctor, Abigail Williams, Rebecca Nurse, el reverendo Parris, el juez Hathorne y todas las brujas de Salem se habían hecho carne en mí; conocía perfectamente la obra habiéndola visto y leído solo una vez. Traía el texto conmigo y le propuse a mi padre que lo tradujéramos juntos al castellano.
En ese momento mi padre todavía no era editor. Me halaga imaginar que mi propuesta haya contribuido a que fundara su primera editorial, Jacobo Muchnik Editor, en 1955. Empezamos a trabajar esa misma noche, después de cenar. Cada noche mi padre se servía una copita de coñac, colocaba el texto sobre su escritorio, se frotaba las manos y ponía una hoja en la máquina de escribir —que ni siquiera era eléctrica: las máquinas de escribir eléctricas llegarían unos años más tarde—. Los diccionarios se desparramaban, yo caminaba exaltado, volvía a representar tal o cual escena para lograr transmitirle el significado de alguna expresión oscura o arcaica de Miller.
Si con los años llegué a dejar la física (en 1966) y me metí en la edición, he de reconocer que esas deliciosas sesiones de traducción con mi padre fueron mi primerísima formación, sin que él ni yo lo supiéramos.
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