Vicente Riva Palacio - Epistolario amoroso con Josefina Bros
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- Libro:Epistolario amoroso con Josefina Bros
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2000
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Epistolario amoroso con Josefina Bros: resumen, descripción y anotación
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CARTAS CON FECHA
CARTAS SIN FECHA
MAYO Y JUNIO DE 1853
A doradísima Josefina.
Hoy quiero escribirte mucho porque el otro día te puse una carta muy seca, pero tú me has de haber perdonado, pues conoces que el amor tan inmenso que te profeso me hace ver las cosas de una manera distinta de como son en sí, pero siempre te amo y te amaré hasta la muerte.
Dime, amor mío, ¿no te ha sucedido alguna vez pensar que otra mujer me cause más ilusión que tú; creer que seré capaz de abandonarte por amor a otra? ¿No has sentido destrozar este pensamiento tu corazón a pesar de que conoces que esto es imposible; que jamás amaré a otra mujer más que a ti, a ti sola porque has sido mi primer amor?
Pues bien, Josefinita, esto me sucedió a mí, creí que ya no me amabas, o a lo menos que no tenías por mí la ilusión propia del primer amor. Vine a mi casa y te escribí una carta tan disparatada y sin ortografía, sin sentido, que ahora me da vergüenza acordarme y quisiera que la hubieras quemado y te suplico que la rompas…
Josefina, te quiero tanto y me alucino al verte de tal manera que algunas veces (pero principalmente el día que te vestiste de blanco), que falta poco para que me arrodille en la calle a adorarte aunque me tengas por un loco, pues queriéndome tú nada me importa que el mundo me aborrezca.
Adiós, mi amor, mi Josefina, algunas ocasiones me da vergüenza lo mal que escribo, pero tú no atenderás a la letra, sino a lo que te dice el hombre para quien eres una diosa. Oye Josefina, y no se te olvide esto jamás, tú, si me abandonas alguna vez, podrás encontrar, y no lo dudo que lo encontrarás porque lo mereces, un novio más rico, más buen mozo, más amable, más sabio, en fin, mejor que yo, pero nunca, nunca uno que te ame tanto como te amo.
Recibe muchos besos y abrazos, juntos son el corazón del que ha sido y será siempre tu amante que te adora y es tuyo. R. P.
ENERO 10 DE 1854, A LAS 9 DE LA NOCHE
B ello arcángel de mi pasión, eterna luz de mi vida, J. de mi corazón, amor mío: acabamos de separarnos, aún resuena en mis oídos el dulce timbre de tu voz, cierro mis ojos, y me parece verte con tu sonrisa angelical, esa sonrisa que nadie tiene sino tú, esa sonrisa que es tan apacible y encantadora como la sonrisa del lago transparente cuando acaricia su tersa superficie el ala de los céfiros. J., estoy calenturiento, mi cerebro se arde, he leído tu carta, esa carta divina que sólo un ángel pudo habértela dictado. Sí, un ángel puro y esplendoroso, un ángel que con sus doradas alas forma un dosel brillante sobre nuestras cabezas, sobre nuestras almas unidas eternamente; este ángel, este protector, es, mi bien, es: óyelo, es nuestro amor.
¿Me agradeces lo que hago contigo, con tus retratos? ¡Oh!, ¿por qué lo agradeces? Si apenas pago con esto el inmenso placer que me das dignándote mirarme, porque yo no merezco ni una sola de tus miradas. Porque me das tu amor cuando yo me creía más feliz que un rey, con poder exhalar mi último aliento al estampar mis labios en la huella de tu pie. Si yo fuera un poderoso de la tierra regaría de perlas y diamantes tu camino, lo cubriría con un pabellón de mirtos y azucenas, y las flores y los diamantes, y la tierra se estremecerían de placer al sentirse divinizados si tú pusieras tus delicadas plantas en ellos. Pero como nada de esto puedo, te ofrezco, alma de mi alma, por alfombra un corazón puro y ardiente que te adora, por todas partes donde pises, considera que es él quien recibe tu dulce peso, es él que si no puede servirte de otro modo se pone siempre ante tus plantas. El dosel de tu vida será mi amor cada día más y más grande. ¡Dichoso mil veces el que pueda dar su vida por ti, por uno solo de tus deseos!
Adiós, J., mi esposa adorada, mi felicidad, no puedo decirte más porque estoy loco. Recibe, ángel mío, muchos besos de tu esposo que eternamente será tuyo, nada más tuyo, siempre tuyo, tuyo, tu R.
[P. D.] Amor mío, dile a L. que si le parece mejor que vaya yo ahora y no mañana a tu casa por no ser día de la señora Piña. A las 12 respóndeme por el balcón.
ENERO 12 DE 1854
E ncantadora mía, J. de mi corazón dulce bálsamo que, derramado en mi alma, purificó mi pasión. Amor mío: no puedo escribirte porque tengo visitas, adiós amor mío perdóname, mi ángel, y recibe millones de besos de tu esposo que te adorará eternamente, de tu R.
ENERO 16 DE 1854
A doradísima J., luz de mis ojos: bien mío, estoy muy ocupado con una cosa que tengo que estudiar; por eso, ángel mío, te escribiré poco, pero después del jueves te volveré a escribir muchísimo.
Amor mío: lo que sucedió con mi papá y lo que quiero hacer es cosa que no te digo para que no te mortifiques, pues sería capaz de dar mi vida por ahorrarte una lágrima; por eso, vida mía, hay cosas que no digo delante de ti.
Creo que será mejor que no te escriba al molino ni tú a mí, sino que hagamos un diario, pero como ya sé las dificultades que hay para escribirte donde no es su casa de uno, no quiero mortificarte exigiéndote me escribas.
Adiós mi vida, mi pasión, recibe muchísimos millones de besos y el eterno amor de tu R.
ENERO 17 DE 1854
A doradísima J., luz de mi corazón, mi vida, mi encanto: cada momento que pasa es una herida cruel que recibe mi corazón, es el tormento más espantoso porque se acerca el día fatal de nuestra separación, pero no nos olvidaremos. Para no entristecerme más, no saldré a ninguna parte y me estaré escribiéndote y mirando tu imagen para que, cuando tú vuelvas, tengas mucho que leer en el diario de tu esposo.
J., ¿cómo haremos para que antes de que te vayas podamos salir en la noche, para que te diga mi amor? ¡Oh!, dile a L. que vaya a la casa de la Ch[ata], y entonces tendrá tan inmenso placer tu esposo que eternamente será tuyo, nada más tuyo, tu R.
ENERO 19 DE 1854
I dolatradísima luz de mis ojos, mi vida, mi amor. Por última vez he estado en tu casa, por última vez te he estrechado en mi seno. J., amor mío, qué triste separación, siento el corazón desgarrado, te vas amor mío, te vas, tú que eres el único consuelo de mi vida, la dicha de mi corazón.
¡Dios mío, qué será capaz de consolarme, de darme la menor tranquilidad! Esto va a parecerme el infierno. Afortunadamente que no está hoy mi maestro y no tendré que salir para nada. Me encerraré a pensar en ti, que eres mi alma; en ti, que no me olvidas ni un instante, que como yo no podrías vivir sin este amor que es nuestra vida, el aliento de nuestra existencia, la paz de nuestro corazón.
Amor mío, qué buena eres, dices que me debes decir ángel, que lo soy, pues bien, J., dímelo, dímelo, dime todo lo que quieras: ángel, dios, todo, todo, pues aunque fuera un demonio, tu amor bastaría para purificarme, y tus palabras tornarían mi ser.
Mañana será el último día que nos veamos, pero no tengas cuidado, pues como otras veces, después de estar separados hemos vuelto a encontrarnos tan amorosos, tan fieles como siempre. No puede ahora ser de otro modo, y el día feliz de tu vuelta gozaremos el mayor placer; ya verás, amada mía, cuando vengas en el camino, ya de vuelta, después de tanto tiempo de separación, cómo late tu corazón, cómo saludas gozosa la primera casa de la ciudad como un anuncio del encuentro de tu triste y amante esposo.
Adiós J., esposa de mi vida, mi bien, mi felicidad, no te entristezcas porque jamás te olvidaré, porque lloraré sobre tu imagen, porque te será fiel tu triste amante, tu desgraciado esposo que te adora y te adorará eternamente y será tuyo, tuyo, siempre tuyo, tu R.
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