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C., diciembre de 2015 Primera edición: Ministerio de Cultura, Biblioteca Nacional de Colombia, 2015 Presentación y compilación: © Luis Fernando Macías Licencia Creative Commons:
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Aves de rico plumaje que voláis por la llanura, ¿queréis recuerdos del cisne? ¡Id recogiendo sus plumas! E PIFANIO M EJÍA E n este epígrafe, Epifanio Mejía alude a su admirado poeta Gregorio Gutiérrez González. Uno y otro realizaron su obra durante el siglo XIX . Aunque antes de ellos ya existía una tradición literaria en Antioquia, es a ellos a quienes se les considera sus fundadores, tanto por la calidad de sus versos como por el hecho de que expresan lo que Antioquia es como colectividad. Cuando una comunidad se identifica con uno de sus poetas, es porque este encarna los valores esenciales de su pueblo. El cantor resume y expresa la identidad moral del grupo.
Si quisiéramos conocer a fondo el espíritu de una nación, lo hallaríamos manifiesto en la cadencia sentimental y significativa del cantor popular. Cuando el poeta es olvidado y, guardado en los anaqueles bajo el polvo, su canto se vuelve fósil, se sabe que el pueblo vive tiempos difíciles porque, ante la ausencia de valores e ideales, estos son sustituidos por el caos y el desorden moral, donde todo es posible y, como todo es posible, es el tiempo de las fuerzas aciagas. Durante la segunda mitad del siglo XIX Antioquia fue una nación cuyo cantor popular era Gregorio Gutiérrez González. Si nos atenemos a sus características como poeta, se puede decir que era un pueblo campesino cándido, dedicado al cultivo de la feraz montaña y a la explotación de grutas doradas. Su solaz era el murmullo de los arroyos y sus signos, la transparencia y el amor propio. Se trataba de un pueblo en expansión fecunda que debía domeñar los montes, cultivarlos y poblarlos, de tal modo que la existencia florecía y, en el seno del pueblo, nacía el cantor puro, así como en el bosque brotaban las aguas limpias del hontanar.
Si uno lee los comentarios de su época sobre la poesía de Gregorio Gutiérrez González, se encuentra con que lo llamaban el «Virgilio colombiano», puesto que los críticos veían en su obra una suerte de geórgicas criollas. Al referirse a su poesía, Rafael Pombo escribió que se trataba de «… la poesía descriptiva más directa y pura, más despreocupada y mejor sentida…» y otros agregaban que era ideal, a la par que realista y matemática. Alguien incluso alcanzó a pedir su «… don de gracia para transformar en música del alma la cuotidiana prosa que nos rodea». La tradición antioqueña es como un bosque que extiende sus raíces hasta el cancionero y romancero españoles, y se ha consolidado en más de tres siglos de permanente sublimación entre la flor y el canto. Durante el siglo XIX florecieron los dos primeros árboles de robustas ramas, Gregorio Gutiérrez González y Epifanio Mejía. A su manera de cantar, se le llamó «nativismo», por aquello de que entre sus temas favoritos se destacan los paisajes y las costumbres sencillas de su suelo, abordados desde la vivencia natural, y expresados bajo el ideal de la transparencia, con la autenticidad del que sabe lo que es y lo es sin pretensiones.
Junto a Gregorio Gutiérrez González, casi siempre, aparece el nombre de Epifanio Mejía, a quien se le mira como la expresión primigenia de un modo de ser que podríamos llamar la naturaleza antioqueña. Él es el primer arroyo que hace de la vida el canto que es su pueblo: lírico, agudo y sublime como el canario; cándido y triste como la tórtola; de expresión brillante, firme y duradera como «La ceiba de Junín», o épica, altiva y libertaria como el cóndor de cabeza calva. Hay en los versos de Epifanio la música y el olor a musgo intocado del manantial que nace entre la arboleda virgen. Tanto por sus temas épicos, que le dan himno a una nación, pues las estrofas del «Himno antioqueño» fueron tomadas de uno de sus poemas, como por sus características de modestia, transparencia y autenticidad, que lo identifican, es el fundador del espíritu antioqueño. La tarea del poeta en la soledad de su creación consiste en darle expresión verbal a la esencia espiritual del pueblo del que, sin saberlo, es hijo y fundador mítico, savia y manifestación. Precisamente lo mejor del pueblo antioqueño se puede resumir en uno de sus versos: «la flor de la batatilla, la flor sencilla, la modesta flor».
Hoy Antioquia no es la nación de Gregorio y Epifanio, una herida sangra en las montañas agrestes; el nuestro, ya no es el canto del toche mañanero o del canario que trina, sino el lamento del sucio río, el oscuro relato de la ignominia. Bienvenida sea entonces esta edición popular de los poetas fundacionales de Antioquia, para que los colombianos recordemos lo que en esencia somos los antioqueños y, retornando a la fuente, rescatemos lo que realmente debemos rescatar en nosotros: la pureza, el amor propio, la gracia del amor fraterno. L UIS F ERNANDO M ACÍAS