INTRODUCCIÓN
La primera acepción de «mentira» en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española es «expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente», y la segunda, «cosa que no es verdad». Ambas «inducen a error» (segunda acepción de «mentir» en el mismo diccionario), considerando «error» un «concepto equivocado o juicio falso». Pues bien, en este libro vamos a examinar y analizar algunas afirmaciones, hipótesis o teorías —«conocimiento autorizado» en su momento— con respecto a las mujeres que, a lo largo de nuestra historia y hasta el presente, han inducido a errores muy graves, justificando su sometimiento y su estatus subordinado (al igual que sucede con otros grupos desfavorecidos). Nuestros análisis pretenden sacar a la luz falsedades manifiestas, invisibilizaciones y ocultaciones más o menos intencionadas, o directamente invenciones sobre la naturaleza, comportamiento, etc., de las mujeres.
Gran parte de la historia de la ciencia se ha construido con imágenes de mentes masculinas que conocen «naturalezas» femeninas o «lo humano» construido a partir de lo masculino. Se podría añadir, de forma paralela, de mentes blancas que conocen «naturalezas» negras o lo «humano» a partir de lo blanco. La consecuencia es que apenas tenemos un imaginario que represente a mujeres blancas o negras como sujetos de conocimiento que investigan a hombres blancos (negros o de otra raza o etnia). Podríamos añadir a este ejercicio imaginativo más variables, como la clase social, la sexualidad o la edad haciendo uso de la interseccionalidad. La pregunta es si el «sexo» o la «raza» del sujeto de investigación son epistemológicamente relevantes o, dicho de otro modo, si la diversidad y la democracia en una comunidad científica influyen en mejores formas de hacer ciencia, más objetivas y más justas socialmente. Sabemos que la presencia de mujeres en la ciencia (al igual que otros colectivos) no es condición suficiente para una mejor ciencia, pero sí necesaria. Porque lo que sí tenemos claro —y pretendemos ejemplificar con este libro— es que cuando la ciencia se hace desde el punto de vista de grupos tradicionalmente excluidos de la comunidad científica, se identifican muchos campos de ignorancia, se desvelan secretos, se visibilizan otras prioridades, se formulan nuevas preguntas y se critican los valores hegemónicos (a veces, incluso, se provocan auténticos cambios de paradigma).
Este libro es deudor y pretende reconocer a muchas investigadoras, desde las pioneras hasta las actuales, que pusieron sus conocimientos científicos al servicio de la lucha frente a la ignorancia sobre las mujeres y contribuyeron con ello a una mejor ciencia. Es deudor también del conocimiento generado cuando se escucha a las mujeres, sus experiencias, sus cuerpos o sus reflexiones colectivas. Con ello pretendemos aportar una visión crítica a la historia de la ciencia, pero también ofrecer material divulgativo y pedagógico, así como herramientas analíticas para fomentar una investigación sensible al género, que sea consciente de los efectos de la ignorancia y los sesgos que se producen, con el objeto de hacer una ciencia mejor y más responsable.
El libro está dividido en cinco capítulos principales donde describimos ejemplos de falsedades científicas sobre las mujeres y las diferencias sexuales (capítulo 1); la producción de ignorancia mediante silencios e invisibilizaciones de las mujeres en la ciencia, como sujetos y como objetos de conocimiento (capítulo 2); o mediante olvidos, secretos y ocultamientos (capítulo 3); o bien los procesos de invención científica y farmacológica de determinadas enfermedades que afectan a las mujeres (capítulo 4); para terminar con un apartado transversal a los capítulos anteriores que desarrolla un recorrido por los diferentes sesgos de género que pueden ocurrir a lo largo del proceso de investigación (capítulo 5).
Es necesario advertir que en este viaje por las «mentiras científicas sobre las mujeres» hemos seleccionado algunas paradas que nos parecían relevantes o significativas, pero obviamente «no están todas las que son». Con la misma estructura, se podrían escribir tristemente segundas y terceras partes del libro con ejemplos de diferentes disciplinas que aquí no han sido desarrolladas, como por ejemplo, la economía, la arquitectura, la informática, etc. Nuestro objetivo no era hacer un libro exhaustivo sobre «mala ciencia» sobre las mujeres, sino más bien exponer y visibilizar algunos «estudios de caso» que problematizan lo que se presentan como verdades científicas y, con ello, ofrecer herramientas analíticas y pedagógicas para detectar diferentes sesgos de género en ciencia, tanto respecto a la producción de conocimiento (y sus aplicaciones) como en relación con sus omisiones e ignorancias.
En el primer capítulo, «Falsedades científicas», pretendemos enlazar pasado y presente en la historia de la producción de conocimiento que busca justificar desigualdades sociales de género basándose en argumentos «científicos» sobre las diferencias innatas entre hombres y mujeres. Mucha bibliografía ya ha sido escrita sobre el sexismo y el androcentrismo en las teorías científicas del siglo XIX que pretendían demostrar la inferioridad «natural» de las mujeres (fundamentalmente en inteligencia) o su complementariedad esencial con los varones (con medidas de personalidad). «La falsa medida de la mujer» constituyó un arsenal teórico empleado para justificar un statu quo que las condenaba a la desigualdad en diferentes esferas (entre ellas, la educación superior, el no poder votar, el ser recluidas a la esfera doméstica con los roles exclusivos de esposas y madres, etc.). En este trabajo nos hemos querido centrar en la teoría darwinista, por sus derivas actuales en algunos autores de la sociobiología o de la psicología evolucionista que presentan el dualismo sexual como rasgo evolutivo y adaptativo de la especie, y su reverso, la igualdad de género como regresión evolutiva y a contracorriente de la naturaleza. Curiosamente, esta idea es la que cala en el imaginario colectivo, muchas veces a través de los medios de comunicación, pero también de obras literarias o ensayos, seguramente porque se conforma con la idea profundamente arraigada de diferencias irreconciliables que equivalen, en el fondo, a desigualdades: sin embargo, lo opuesto a desigualdad es igualdad —no diferencia— y a esta última se opone lo idéntico, la mismidad.
El legado de Darwin nos lo encontramos en las palabras de un premio Nobel de Medicina o de un presidente de la Universidad de Harvard en el siglo XXI que desalientan la inversión en políticas coeducativas porque las mujeres nunca llegarán a lo más alto en matemáticas (por naturaleza, son menos variables, más mediocres). O mediante formas sutiles que pretenden maquillar con el discurso de la complementariedad (las mujeres no son inferiores, son esencialmente diferentes: inferiores en matemáticas pero superiores en empatía) nuevos neurosexismos. Paradójicamente, el mostrar a las mujeres como inferiores respecto a los varones, o esencialmente diferentes, oculta la gran riqueza y diversidad de la naturaleza, que tanto alabó Darwin, más allá de patrones dualistas.
Hemos utilizado las investigaciones sobre la competencia matemática como ejemplo de los estudios sobre diferencias sexuales cognitivas y diferencias psicológicas entre varones y mujeres en general (se podría haber hecho un desarrollo similar con otra competencia como la empatía). Nuestro objetivo ha sido identificar los problemas del determinismo biológico, y de aquellas investigaciones que tratan de demostrar (in)capacidades innatas o esenciales, y por lo tanto inevitables, para legitimar el statu quo y justificar desigualdades de género. La obsesión académica y popular por las diferencias, y el desinterés por las semejanzas, produce en muchos casos sesgos de género y mecanismos de atención selectiva (encontramos lo que buscamos) que se manifiestan en qué se mide, cómo se mide, qué variables se tienen en cuenta y cuáles no en los diseños experimentales y, sobre todo, en los saltos inferenciales de las interpretaciones. En definitiva, el gran problema de este tipo de estudios sobre las diferencias sexuales es reducir a dos la gran diversidad y variabilidad humana.