La infantita, en brazos del príncipe don Juan Carlos, con la princesa Sofía
Nacido en Bilbao el 27 de mayo de 1898, cursaría estudios de Derecho por la Universidad de Deusto. Se iniciaría en la política, llegando a ejercer como presidente de la «Juventud Monárquica» de Bilbao, en 1931, y presidente de Renovación Española en Guipúzcoa, en 1935. Por aquellas fechas hacia 1934 también fue secretario de Propaganda de la plataforma Derecha de Cataluña. Aunque llegó a ejercer brevemente la abogacía, se dedicaría al periodismo. Corresponsal del diario Ya en Barcelona, a partir de 1935 asumió la dirección de El Diario Vasco de San Sebastián.
Tras el estallido de la Guerra civil las fuerzas sublevadas le designaron gobernador civil de Guipúzcoa, cargo que sin embargo solo desempeñaría durante un corto período. Tras la contienda ejerció como director de varios diarios: El Alcázar de Madrid, El Correo Español-El Pueblo Vasco de Bilbao o El Diario Vasco de San Sebastián. Además, colaboraría con otros diarios, como ABC, Informaciones o La Gaceta del Norte donde trabajó como redactor. En su faceta como escritor dejó varias obras.
Falleció en Madrid el 20 de diciembre de 1988.
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LOS CAMINOS QUE LLEVAN A ESTORIL
A muy pocos españoles se les ocurre visitar Portugal cuando planean viajes por el interior de la Península con ánimo de ir descubriendo, paulatinamente, las tierras y las ciudades que quedan al margen de sus habituales itinerarios, tan pocos y tan reiterados. Y no es que piensen que lo primero que deben conocer es su propio país —motivo loable y sensato—, sino que sienten una especie de inercia secular que coloca a Portugal fuera de la órbita de su curiosidad. Una inercia que sólo fue vencida, episódicamente, a principios de siglo, cuando se puso de moda, sobre todo entre las clases modestas españolas, veranear en Espinho y Figueira da Foz. El automóvil, al poner tan a mano Lisboa, singularmente para los gallegos, los extremeños y los andaluces, nos va curando de esos desvíos, y el avión comienza a enseñar a los madrileños que se pueda llegar al mar, y a una bellísima ciudad, en menos tiempo que a ninguna otra de su porte, si se vuela en un reactor. Si mira usted su reloj cuando estos monstruosos cohetes abandonan las pistas de Barajas y vuelve a consultarlo cuarenta minutos más tarde, estará ya volando sobre los tejados de Lisboa. Pero, a pesar de que es tan fácil llegar a esta gran capital portuguesa —y tan cómodo si duerme usted bien en el tren, que es, además, el mejor sistema de transporte cuando no se quiere perder tiempo—, son todavía poquísimos los españoles que visitan Portugal. Y, sin embargo, este país, desde Ayamonte hasta Tuy, es la más deliciosa sucesión de paisajes, de aldeas, de pequeños burgos, de relicarios, mimosamente cuidados, de una historia gloriosa, de focos de cultura que arrancan del medievo, de costas maravillosas, de monumentos singularísimos, de grandes ciudades como Lisboa y Oporto, de centros fabriles modernísimos, envuelto todo, el mar, el campo y la piedra labrada, en un halo poético que deja hechizado al viajero que tenga un mínimo de sensibilidad y no se deje seducir, únicamente, por lo colosal y lo mecanizado.
Pero, además, para un español que interrogue al porvenir queriendo descubrir el secreto que encierran los anales que ya tiene escritos la Providencia, la historia que va a condicionar su vida, si es joven, o la de sus hijos, si aquélla declina, Portugal tiene un interés especialísimo. Yo le invito a seguirme en una excursión que va a iniciarse en Lisboa y cuyo recuerdo le acompañará toda su vida. Una excursión que le servirá para familiarizarse con los caminos que se están abriendo ante el empuje, incontenible, de las más positivas y constantes tradiciones españolas.