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Carlos Forcadell - Las Internacionales Obreras

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Carlos Forcadell Las Internacionales Obreras

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Título original: Las Internacionales Obreras

Carlos Forcadell & Fernando Claudín Pontes, 1985

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.1

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Entrega n.º 75 de la colección Cuadernos Historia 16 dedicado a las Internacionales Obreras.

Carlos Forcadell Fernando Claudín Pontes Las Internacionales Obreras - photo 2

Carlos Forcadell & Fernando Claudín Pontes

Las Internacionales Obreras

Cuadernos Historia 16 - 075

ePub r1.1

Titivillus 28.09.2021

Las Internacionales Obreras

L A historia del movimiento obrero está jalonada por la existencia de las sucesivas organizaciones internacionales organizadas con el fin de dotarlo de la cohesión y fuerza necesarias para conseguir válidos objetivos. Como obligado prólogo a la aproximación en profundidad que en este Cuaderno se hace de la Segunda y la Tercera Internacionales, debe incluirse aquí una somera referencia a la que las precedió en el tiempo y constituyó el primer intento real ordenado en esta dirección.

La Primera Internacional fue creada en el año 1864 durante la reunión de Londres, y bautizada como Asociación Internacional de Trabajadores. Impulsada por la acción común de dirigentes sindicales franceses e ingleses, fue avalada por el propio Karl Marx. Este, con ocasión de su fundación, concretaría los fines específicos perseguidos: organización de la clase obrera: lucha por la emancipación económica y por la abolición de la sociedad clasista: y solidaridad internacional obrera.

La necesidad de plantear una acción unitaria del proletariado quedaría plasmada en sus estatutos fundacionales, ratificados en el año 1866. Se decidía la creación de un consejo general —de carácter supremo y naturaleza ejecutiva, residente en Londres y renovado en cada congreso anual— y una serie de federaciones territoriales, regionales y locales.

Los años más brillantes en la vida de la organización, fuertemente impregnada de pensamiento marxiano, serian sin embargo muy breves. Después de 1870, tras la guerra franco-prusiana, las divergencias existentes entre el filósofo alemán y el anarquista Bakunin habían de decidir su división e inmediato debilitamiento. Hasta entonces habían tenido lugar los sucesivos congresos de Ginebra —1866—, Lausana —1867— y Bruselas —1868.

A lo largo de los mismos habían ido perfilándose las reivindicaciones obreras, de entre las que cabe destacar el fortalecimiento del movimiento sindical: la importancia de la huelga como instrumento de lucha: la necesidad de la abolición de la propiedad privada de los medios de producción: y por último la perentoriedad de abolir la existencia de los ejércitos permanentes.

De esta forma, la Primera Internacional asumía los postulados de reforma social y antimilitarismo que habían de ser recogidos por sus sucesoras. Sin embargo, y al igual que en el caso de éstas, el más evidente fracaso constituiría el saldo final para esta acción colectiva.

Si en 1866 la organización había contado con un masivo respaldo, a lo largo de la siguiente década iría perdiéndolo, tanto debido a la mejoría de la coyuntura económica como por efecto de las debilitadoras disensiones de carácter ideológico. Para entonces los integrantes de las clases trabajadoras habían perdido combatividad, y la misma organización se apartaba gradualmente de la realidad proletaria.

Durante el congreso de La Haya —1872— los partidarios de Bakunin fueron expulsados, y crearon en el mismo año una Internacional disidente en el congreso celebrado en Saint-Imier. Organización ésta que había de mantenerse por espacio de seis años hasta 1877.

Por su parte, la Internacional originaria había trasladado su sede a la ciudad de Nueva York, y celebrado su postrer congreso en la de Filadelfia en 1876. Era el fin, y deberían transcurrir trece años hasta que un renacido impulso levantase al internacionalismo obrero del estado de postración en que había caído.

En el caso especifico de España estas iniciativas obtendrían una temprana respuesta, tras la creación en 1870 de una federación regional, a pesar de la precariedad de que adolecían las organizaciones obreras existentes. También aquí se mostraría de forma evidente la división que fragmentó a la organización en su ámbito internacional. En 1872 el congreso reunido en Córdoba se adhirió a los planteamientos de Bakunin, mientras que de forma paralela se formaba una sección de inspiración marxista dirigida por Paúl Lafargue. Esta federación se mantuvo con vida hasta el año 1881, es decir, durante más tiempo incluso que la organización originaria.

Este fracaso no habría de impedir que el sentimiento colectivo que había hecho nacer a la Primera Internacional en medio de condiciones marcadamente difíciles se mantuviese vivo entre grandes sectores de la población obrera. La sucesiva emergencia de las otras dos organizaciones de similar naturaleza sería la mejor demostración de ello.

Carlos Marx según grabado de La Ilustración Española y Americana Huelga de - photo 3

Carlos Marx según grabado de La Ilustración Española y Americana .

Huelga de mineros franceses de la zona del paso de Calais en el año 1906 La - photo 4

Huelga de mineros franceses de la zona del paso de Calais en el año 1906.

La Segunda Internacional

Por Carlos Forcadell Álvarez

Profesor de Historia Contemporánea. Universidad de Zaragoza

En el tránsito del siglo XIX al XX la Internacional se consolidó como una de las realidades más importantes de la política mundial, como uno de los instrumentos de cohesión ideológica y social más potentes que se hubieran conocido, como una fuerza moral universal.

El socialismo de la II Internacional se caracterizó, además de por su continuo crecimiento en los países centrales europeos y en los espacios mundiales desarrollados económicamente, por la conciencia profundizada de la universalidad del movimiento, por la aspiración compartida a la unidad del mundo socialista y a la internacionalización de sus fines, básicamente la conquista del poder social y político.

En un mundo progresivamente amenazado por imperialismos voraces, por conflictos coloniales y odios nacionales, por acumulación de armamentos y por graves crisis internacionales, la Internacional socialista se convirtió, por su misma existencia como órgano de relaciones internacionales entre los pueblos, en una auténtica instancia moral, y sus doctrinas antibelicistas e internacionalistas en una esperanza de poder mantener una paz europea y mundial visiblemente amenazada.

En el verano de 1914, los socialistas de toda Europa asistieron impotentes a la conflagración europea que no habían podido evitar y que pronto iban, mayoritariamente, a justificar. Los socialistas, a los que se había predicado durante generaciones la solidaridad de clase, se encontraron enfrentados en las trincheras. La propia existencia de la II Internacional se derrumbó tras el trauma que supuso comprobar cómo las más acendradas ideas internacionalistas se mostraban no sólo inoperantes, sino también falsas.

El entusiasmo con que los pueblos se lanzaron a la guerra del 14 es probablemente uno de los más grandes problemas del siglo XX en materia de historia comparada de las sensibilidades colectivas. Se hace necesario analizar y reflexionar sobre el desarrollo de esta II Internacional —que llegaría a ser propuesta en 1913 para el Premio Nobel de la Paz— y a la vez sobre su composición real, ideológica y social, sobre las dificultades para generar una teoría y una práctica política concretas y comunes, y sobre las diversidades que encubría y que, a la postre, explican su fragilidad y su hundimiento.

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