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Sinopsis
Si este libro fuese una serie de fechas y datos sueltos, no sería un libro de historia: sería un almanaque. Sí, hay hechos probados, pero a menudo la forma en que se cuentan dice mucho más de nosotros mismos que de la historia en sí. Aquí tienes las herramientas necesarias para entenderla: ¿Son importantes las fuentes? ¿Es necesario aprender fechas en la era digital? ¿Si eliminásemos a los «grandes hombres» de la historia, realmente cambiaría el cuento? ¿Qué es eso de que hay que entender el pasado para comprender el presente?
Aquí no solo leerás acerca de la batalla de Covadonga, entenderás lo que significa para la construcción de la idea de España; no solo te contarán que Colón llegó a América en 1492, entenderás cómo se gesta «el fin» de una edad. La lista de los reyes godos, la leyenda negra, la presencia árabe en la Península… No memorices la historia: ¡compréndela!
MAMARRACHEO, GLAMUR E HISTORIA, MUCHA HISTORIA
SI AÚN NO HAS DESCUBIERTO A MIKEL HERRÁN, ¿A QUÉ ESTÁS ESPERANDO?
Amama Marinari, bihotzez
y a todos los que cuidaron de mí cuando yo no podía.
INTRODUCCIÓN
Este es un libro de historia. Pero no es un libro de una historia concreta. El hilo argumental no es un país. No intento aquí ir desde los albores de los tiempos hasta el presente. Desde Altamira hasta la Transición. Tampoco un periodo específico ni un conflicto concreto. No pretendo hablar de la historia de un fenómeno social, un tipo de música o el alcohol. Podría ponerme metafísico y decir que, realmente, no hay un hilo conductor. Tal vez eso aumentase las ventas o, por el contrario, las alejase al pensar el lector que este libro son las reflexiones sueltas de un youtuber con ínfulas. Francamente, ¿quién quiere leer eso?
Pero si hay una idea que recorre este libro esa es la de invitar a la reflexión sobre cómo construimos los relatos que forman la historia.
Porque en este libro, realmente, no digo nada que un estudiante de Historia no haya aprendido en la carrera o, al menos, que debería saber al salir de ella. Sin embargo, son temas que parece que aún nos resistimos a entender. Que estudiar el pasado no consiste en encontrar un término en una fuente de hace mil años y repetirlo, como un acuse de recibo de la existencia de un concepto que estaba destinado a evolucionar de una manera concreta; o que el sujeto histórico que elegimos y las preguntas planteadas van a condicionar el resultado de nuestra investigación. Que ver la historia a través de videojuegos como el Age of Empires nos ha hecho a menudo heredar esta visión del pasado como la sucesión de eventos políticos (guerras, paces, reyes, descubrimientos tecnológicos), en una nítida línea hasta el presente. ¿Por qué buscamos en la historia la forma de entendernos? ¿Qué papel cumplen las fechas?
Así, cada capítulo se enfrenta a un pequeño (o gran) enemigo hecho de los tópicos que asedian nuestra visión del pasado. No para aniquilarlo y echarlo a un lado sin miramientos, sino para entender qué valores refleja, cómo hemos llegado hasta aquí e ir más allá, para buscar maneras alternativas de aproximarnos al pasado.
Tal vez he ahí el hilo conductor: cuestionar. Más a menudo hemos buscado en el pasado la forma de confirmar nuestras certezas, y en ellas hemos construido relatos que en muchas ocasiones exaltan figuras, conceptos o eventos en los que nos sentimos cómodos, sin preguntarnos qué significa esta manera de ver el ayer. Este libro no pretende tranquilizar, aunque, no nos alarmemos, tampoco es mi intención provocar un síncope a cada página. Por eso, intentaré ilustrar cada caso planteado con pequeñas ventanas al pasado y, al final de cada capítulo, buscaré un caso práctico, una forma de dejar de marear la perdiz con reflexiones filosóficas, y simplemente entendernos.
La historia va más allá de una contemplación de tiempos anteriores apartada del mundanal ruido. Más allá de aprender curiosidades con las que deslumbrar en una cena familiar. Sí, puede que a menudo veamos a los historiadores cubiertos de legajos en un archivo bajo una luz halógena que haría a Gollum parecer un saludable bañista en la playa; o a los arqueólogos cubiertos de polvo en una zanja en medio de la nada, buscando distintos tonos de marrón. Es probable incluso que, aprendiendo de historia en el instituto, lo viéramos todo como extraño y apartado, cosas que pasaron hace años y que no nos incumben.
Pero la historia es una ciencia, un ejercicio activo de exploración de los hechos del pasado que, de paso, nos ayuda a conocernos a nosotros mismos. No solo por intentar entender cómo hemos llegado aquí o cómo hechos del pasado nos siguen afectando. Las consecuencias de la Revolución francesa, o de la Constitución de Cádiz. También porque nos ayuda a entender cómo construimos los relatos que dan orden a nuestro mundo en la actualidad: cómo se formaron y cuántas diferencias ha habido entre unos y otros.
Pensar en la historia no de forma unívoca y direccional, el camino hasta el hoy, sino de forma diversa también nos permite pensar el presente, y el futuro, de forma diversa. No necesitamos imaginar universos paralelos o viajar a otros planetas para ver modos alternativos en que las sociedades pueden entenderse y organizarse: en otros tiempos, en otras sociedades, las hubo. Toda historia tiene algo de sociología, de antropología, de filosofía.
Pero bueno, para empezar, hablemos de historia.
Después de ver la serie española El Ministerio del Tiempo (TVE, 2015-2020), puede que a muchos les haya quedado claro que sí, que la historia es la que es. Pero dejadme que aporte algo de contexto para quienes, como yo, suelen ignorar la televisión abierta en favor de Netflix o de YouTube. La premisa de la serie es bastante sencilla: en España existe un ministerio secreto, el Ministerio del Tiempo, que tiene acceso a una serie de portales que permiten a sus agentes viajar al pasado. Su misión es mantener la línea temporal a salvo de interferencias que alteren la historia, algunas provocadas por sociedades secretas enemigas del ministerio y otras por serendipia o mutaciones aleatorias. El lema de este ministerio, que siguen todos sus agentes y que se repite en muchos de los capítulos, es ese: «La historia es la que es, no podemos cambiarla». Lo dicen, por ejemplo, cuando el protagonista se plantea si podría salvar a Federico García Lorca de morir fusilado el 18 de agosto de 1936.