Ulrich Bröckling - Héroes postheroicos
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- Libro:Héroes postheroicos
- Autor:
- Editor:Alianza Editorial
- Genre:
- Año:2021
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Héroes postheroicos: resumen, descripción y anotación
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Ulrich Bröckling
HERÓES POSTHEROICOS
UN DIAGNÓSTICO DE NUESTRO TIEMPO
Traducción de Ibon Zubiaur
Para Barbara
Cada época y cada sociedad tiene sus propios héroes y heroínas, cada lengua tiene su propio idioma para hablar de ellos. Pero cada orden cultural tiene también sus propios problemas con las figuras heroicas y desarrolla formas específicas de socavarlas, ignorarlas o reinterpretarlas. Que la fascinación por los héroes y el desdén por los héroes se complementan entre sí es algo que vale especialmente para el presente: el muy fundado escepticismo sobre si todavía puede o debe haber héroes convive con la tendencia sostenida a elegir nuevos o cambiar el disfraz de los antiguos. A esa constelación contradictoria de heroísmos vueltos dudosos pero a la vez perdurables apunta el oxímoron «héroes postheroicos» que da título a este ensayo.
El libro está escrito desde una perspectiva alemana, la perspectiva de un país del que hasta 1945 partieron crímenes sin precedentes ligados a la invocación desaforada de una disposición heroica al sacrificio. Una vez que los aliados pusieron con su victoria fin al horror, el heroísmo militar en particular pareció desacreditado de raíz. La mentalidad postheroica dominante en la Alemania de la posguerra no fue tanto expresión de una depuración moral como efecto de la derrota.
La historia del heroísmo y la de su crítica discurrieron de modo distinto en España. También aquí cabe encontrar sanguinarios héroes de guerra y caudillos, desde el Cid hasta el «Generalísimo» Francisco Franco, pasando por los conquistadores coloniales. A su vez la izquierda, al menos su ala libertaria, venera a mártires rebeldes de la Revolución del tipo Buenaventura Durruti. Hans Magnus Enzensberger le brindó un epitafio literario en 1972:
Los orígenes del héroe son discretos. Emerge de su anonimato como ejemplo de lucha en solitario. Se gana la gloria con su valor, su rectitud, su solidaridad. Se acredita en situaciones desesperadas, en la persecución y el exilio. Una y otra vez sale airoso donde sucumben otros, como si fuera invulnerable. Y sin embargo sólo con su muerte llega a ser enteramente lo que es. Una muerte así encierra siempre algo de enigmático. En el fondo sólo cabe explicarla por la traición. El final del héroe opera como presagio, pero también como obligación. Sólo en ese instante cristaliza la leyenda. Su entierro deriva en manifestación. Se da su nombre a calles, su imagen figura en los muros, en pancartas; se convierte en talismán. El triunfo de su causa conlleva su canonización, lo que significa casi siempre abuso y traición. Durruti habría podido ser el héroe nacional oficial. La derrota de la Revolución española lo libró de esa suerte. Siguió siendo lo que siempre había sido: un héroe proletario, un hombre de los explotados, los oprimidos y perseguidos. Pertenece a la contra-historia, la que no figura en los libros de texto. Su tumba está en las afueras de Barcelona, a la sombra de una fábrica. Sobre la lápida vacía se hallan siempre un par de flores. Ningún cincelador grabó su nombre. Sólo quien se fija atentamente alcanza a leer lo que un desconocido raspó en la piedra con letras torpes con una navaja: la palabra Durruti*.
Ahora bien, con Don Quijote la literatura española produjo también la novela que puede considerarse el original —avant la lettre— del relato postheroico: su protagonista es todo menos un héroe, pero cree inquebrantablemente serlo a raíz de sus profusas lecturas de historias de caballería, y con sus fantásticas aventuras brinda una formidable parodia de la autoelevación heroica. Quizá el mayor logro de Cervantes sea que desde el Caballero de la Triste Figura todas las aspiraciones heroicas transmiten algo de ridículo.
También el presente libro ensaya una deconstrucción de lo heroico. El momento de su aparición no pudo ser más inoportuno; habent sua fata libelli: la edición alemana llegó a las librerías en febrero de 2020, pocas semanas antes de que la primera ola de la pandemia alcanzara Alemania. De ahí que en las siguientes páginas no se hable aún del coronavirus y de sus efectos. El estado de excepción que perdura hasta hoy ha replanteado la pregunta por el lugar de lo heroico en la actualidad y hecho enmudecer a quienes anunciaban una era postheroica, al menos por un par de meses. Aprovecho este prólogo para un breve estudio de los llamados héroes y heroínas del coronavirus.
No podía sorprender que la pandemia desencadenara un apogeo heroico. También aquí rige la máxima de que los malos tiempos son buenos tiempos para las historias de héroes. Éstas proliferan siempre que la normalidad queda suspendida y se le exige a la gente un esfuerzo especial. Cuanto más estridentes resuenan las sirenas de la crisis, tanto mayor la sed de voluntarios entregados, mandatarios resueltos y luchadores indomables. Su abnegada implicación confirma la gravedad de la situación, pero avala también la confianza en que al final todo acabará bien. Sirven tanto al anhelo de apoyarse en una autoridad en el momento de peligro como al sueño rebelde de no someterse a autoridad alguna. Las historias de héroes han de incitarnos a emular a los modelos; pero inclinarse reverentes ante sus hazañas también exonera a cada uno de abandonar su zona de confort.
Las primeras heroínas y héroes de la Covid aparecieron poco después de imponerse el confinamiento. Se empezó con el médico chino Li Wenliang, que advirtió tempranamente de la existencia del virus, lo que le valió ser amonestado por la policía; poco después, él mismo fallecía a causa del coronavirus. Celebrado al principio en las redes sociales como valeroso filtrador frente a la política de ocultación del gobierno chino, éste se lo apropió tras su muerte como personalidad destacada en la lucha contra el virus. También en las sociedades occidentales el personal médico ocupó pronto el centro del emergente culto a los héroes de la Covid. Las terribles imágenes de ucis abarrotadas ilustraron una amenaza por lo demás invisible. Quienes prestaban servicio en esas salas se veían abocados al heroísmo, al estar directamente envueltos en una lucha a vida o muerte y expuestos a un elevado riesgo de infección. El que a menudo carecieran de mascarillas de protección y prendas de seguridad sólo probaba su valor. Se recurría a menudo a metáforas militares, según las cuales enfermeros y médicos estarían en primera línea de la guerra contra la epidemia; mientras mantuvieran la posición, la batalla no estaba perdida. En Alemania, en España y en muchos otros países se les rendía reverencia con aplausos vespertinos o conciertos de balcón. No dejaba de notarse el alivio que los que aplaudían sentían por permanecer ellos mismos en retaguardia.
Rápidamente se elevó a otras profesiones al estatus heroico: las trabajadoras de supermercado que hacían turnos extra para reponer artículos depredados, los recogedores de basura que se encargaban también durante el confinamiento de vaciar los contenedores, repartidores, policías, camioneros, cuidadoras, por nombrar sólo a algunos. Cualquiera que ejerciese una actividad calificada de esencial y se ocupara de la salud, la seguridad o el suministro de alimentos podía regodearse por una temporada en el aura heroica. A excepción, por supuesto, de los jornaleros migrantes en la agricultura y de los temporeros en la industria cárnica.
El uso inflacionario depreció un título de honor que ya resultaba algo insípido. Las enfermeras recordaron que en los hospitales reinaba desde hacía tiempo la escasez crónica de personal y que ya antes de la pandemia venían trabajando al límite por un escaso sueldo. En vez de laureles, reclamaban mejores salarios y más puestos. El clamor remitió muy pronto. Visto en retrospectiva, en todas las campañas de «sois nuestros héroes» se difuminaron los límites entre una hábil publicidad y el deseo sincero de otorgar el reconocimiento debido a aquellos cuyo trabajo suele merecer poca atención. No resulta fácil distinguir si el elogio estaba viciado por enmascarar un fracaso organizativo consolando a los homenajeados con gratificaciones simbólicas o era sencillamente un gesto amable que invocaba con un guiño fórmulas de
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