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Hans-Ulrich Rudel - Piloto de Stukas

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Hans-Ulrich Rudel Piloto de Stukas

Piloto de Stukas: resumen, descripción y anotación

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XVII
EL FINAL

El 7 de mayo, todos los comandantes de unidades aéreas del ejército de Schoerner se encuentran reunidos en el Estado Mayor del Cuerpo aéreo para tratar del plan que acaba de comunicar el mando supremo. Se pretende replegar progresivamente todo el frente oriental hasta la altura del frente occidental. Es evidente que se avecinan muy graves decisiones.

¿Comprenderá en el último instante el Occidente la verdad de lo que se juega y se nos unirá para combatir al bolchevismo? Entre nosotros discutimos ardientemente sobre ello.

El 8 de mayo salimos en busca de tanques al norte de Bruex y cerca de Oberleutensdorf. Por primera vez en esta guerra no consigo concentrar toda mi atención en el ataque, ya que estoy invadido de un sentimiento indefinible, sofocante. No consigo destruir ningún tanque porque permanecen todo el tiempo metidos en la montaña al abrigo de mis disparos.

Siempre abismado en mis pensamientos, inicio el regreso a la base. Tomamos tierra y entro en el puesto de mando. Fridolin no está, le han llamado del Estado Mayor del Cuerpo aéreo. ¿Significará que…? Procuro alejar mis sombríos presentimientos.

—Niermann, telefonee al grupo de Reichenberg y concierte con ellos un nuevo ataque; señale también el próximo punto de reunión con la caza.

Examino un mapa…, esto no va bien… ¿Qué hará Fridolin? Veo tomar tierra en la pista a un Storch, debe de ser él. ¿Iré a su encuentro? No, le esperaré aquí…, me parece que hace bastante calor para esta época…, anteayer dos de mis hombres resultaron muertos por la espalda por guerrilleros checos… ¿Qué estará haciendo este Fridolin? Oigo abrirse la puerta y a alguien que entra. Me contengo para no volverme. Alguien tose ligeramente. Niermann continúa telefoneando…, no era, pues, Fridolin. Niermann empieza a tartamudear…, es curioso…, observo que mi memoria registra todo, hoy, con una nitidez asombrosa…, incluso los detalles más ridículos.

Me vuelvo; la puerta acaba de abrirse…, es Fridolin. Está pálido. Nos miramos… un nudo me aprieta en la garganta. No consigo articular ni una palabra: «Entonces…».

—Todo ha terminado… hemos capitulado sin condiciones —dice Fridolin casi en murmullo.

Terminado… Tengo la impresión de caer en un abismo infinito y, bruscamente, un desfile de recuerdos pasa ante mis ojos: los numerosos camaradas que he perdido, los millones de soldados que han caído en tierra, mar y aire… los millones de víctimas entre la población civil…, las hordas orientales que se volcarán ávidamente sobre nuestra patria… Fridolin exclama nerviosamente:

—¿Por qué sigue hablando por teléfono, Niermann? ¡La guerra ha terminado!

—Seremos nosotros los que fijemos el momento en que deba terminar para nosotros —contesta Niermann.

Todos ríen, ríen muy fuerte, con risa falsa. Es necesario que haga algo…, hablar…, interrogar…

—Niermann, anuncie al grupo de Reichenberg que dentro de una hora tomará allí tierra un Storch con una orden muy importante.

Frídolín observa mi desorientación y con voz emocionada empieza a darme detalles.

Ya no es cosa de replegarse hasta el Oeste… los ingleses y americanos sólo han aceptado la rendición incondicional, a contar desde el 8 de mayo, es decir, desde hoy. La orden es que entreguemos todo a los rusos antes de las veintitrés horas. Pero mientras los soviets ocupen Checoslovaquia se ha decidido que todas las fuerzas alemanas se replieguen al Oeste lo más rápidamente que puedan para evitar que caigan en manos de los rusos. Las unidades aéreas deben partir hacia las bases occidentales, o bien…

—Fridolin, haz formar a todo el personal de la escuadra —le digo interrumpiéndole. Me resulta imposible comprender todo esto. Pero lo que aún tengo que hacer me resulta más penoso… ¿Qué puedo decir a mis hombres?… Nunca me han visto abatido y ahora estoy interiormente aplanado. Fridolin interrumpe el curso de mis pensamientos:

—El grupo está formado.

Salgo fuera. Mi pierna artificial de fortuna me impide andar convenientemente. El sol brilla con toda su joven fuerza primaveral, una ligera bruma planea en la lejanía… Me encuentro ante mis hombres:

—¡Camaradas!…

Las palabras se detienen en mi garganta. Ante mí se halla formado el segundo grupo; el primero sigue en Austria… ¿lo volveré a ver? Y el tercero está en Praga…, pero ¿dónde están todos aquellos a los que quisiera tener alrededor de mí en este día…, a los muertos de nuestra escuadra?

Se produce un penoso silencio. Todos mis hombres me miran. Tengo que hablar.

—Después de haber perdido tantos compañeros…, después de tanta sangre alemana derramada en nuestra patria y en todos los frentes…, un destino incomprensible no nos ha permitido obtener la victoria. Las hazañas de nuestros soldados, el esfuerzo de todo nuestro pueblo…, han sido incomparables…, la guerra está perdida. Os agradezco vuestra fidelidad y dedicación, con las cuales, en la escuadra, habéis servido a nuestra patria.

Estrecho la mano a cada uno. Nadie dice ni una sola palabra, pero en la forma en que nuestras manos se aprietan noto bien que me han comprendido. Al irme oigo la tajante voz de mando de Fridolin:

—¡Vista a la derecha!

Sí, «vista a la derecha» para los incontables camaradas que han hecho el sacrificio de sus vidas jóvenes. «Vista a la derecha» para el heroísmo de nuestro pueblo, jamás alcanzado por ninguna población civil. «Vista a la derecha» por el legado sagrado de nuestros muertos. «Vista a la derecha» por el Occidente, que ellos querían defender y al que el bolchevismo amenazará en adelante tan peligrosamente.

¿Qué vamos a hacer ahora que la guerra ha terminado para la escuadra «Immelmann»? Si la juventud alemana se pudiese un día exaltar al pensar que toda nuestra escuadra, como último gesto de esta guerra perdida, había ido a estrellarse en su totalidad contra algún cuartel general u otro objetivo importante, una muerte así pondría el sello a nuestros incesantes combates. Toda la escuadra me seguiría, estoy seguro. Lo consulto al Estado Mayor del Cuerpo aéreo. Me lo prohíben terminantemente…, quizás sea admirable…, pero ya hay demasiados muertos y acaso tengamos nosotros aún misiones que cumplir.

Quiero dirigir la columna terrestre, que va a ser bastante importante porque todas mis unidades, incluida la antiaérea, formarán parte de ella. Todo debe estar listo para las dieciocho horas. El jefe del segundo grupo saldrá hacia el Oeste con los aviones. El general, al enterarse de que quiero salir por carretera, me ordena que tome un avión y que deje a Fridolin el mando de la columna. Una de mis unidades se encuentra en Reichenberg. No puedo ponerme en contacto telefónico y decido ir con Niermann para ponerle al corriente. Utilizo un Storch a pesar de que no destaca precisamente por sus cualidades ascensionales y de que Reichenberg esté al otro lado de la montaña. Volando a lo largo de un valle, me acerco a la base, que da la impresión de estar abandonada. No veo a nadie y coloco mi avión en un hangar para ir al puesto de mando a telefonear. En el momento en que voy a descender del Storch, oigo una explosión y un hangar vuela al aire ante mis ojos. Instintivamente nos echamos a tierra y esperamos así a que la granizada de piedras cese. Produce algunos agujeros en las alas de nuestro avión, pero, en cambio, nosotros resultamos ilesos. Un camión cargado con proyectiles de señales arde cerca del puesto de mando y los cohetes de todos los colores estallan a nuestro alrededor. Es un cuadro de desolación; mi sangre se hiela…, no pensemos en nada. En todo caso, nadie ha esperado a mi anuncio de que todo había terminado; seguramente que lo habrán recibido de otra parte y más temprano.

Volvemos a montar en nuestro Storch averiado, que después de haber rodado interminablemente se decide por fin a despegar. Regresamos a Kummer por la ruta que habíamos seguido antes. Reina un gran ajetreo; las columnas se forman en el orden de marcha, que juzgamos más favorable. Repartimos en toda su longitud nuestros cañones antiaéreos para utilizarlos contra cualquier asaltante eventual, contra todo aquello que se oponga a nuestro avance hacia el Oeste. Nuestra meta es la zona ocupada por los americanos en el sur de Alemania.

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