BARTOLOMÉ DE LAS CASAS (Sevilla, 1484 — Madrid, 1566). Nació en la colación de San Salvador, en el centro de Sevilla, en una familia de panaderos, quizá de ascendencia judeoconversa y probablemente en 1484. Su andadura americana se inicia cuando en 1493 su padre fue a las Indias en el segundo viaje de Cristóbal Colón, con cuya familia se mantendría siempre muy relacionado el propio Bartolomé. En 1502 padre e hijo se integran en la expedición de Nicolás de Ovando, nuevo gobernador de la Española, y participan en la conquista de los cacicazgos orientales de la isla, que se habían alzado contra el poder colonial. Veinticinco años después, el padre Las Casas recordará en su Historia de las Indias la alegría, a primera vista incomprensible, con que antes de desembarcar les fue dada la noticia de este levantamiento: la guerra que se avecinaba significaba gran provecho, puesto que les permitiría hacer prisioneros que serían legalmente esclavos, a diferencia de las irregulares capturas y ventas de indios pacíficos, objeto de investigaciones y prohibiciones por parte de la administración.
Fue en 1511 cuando se sintió llamado a defender a los indios, al escuchar el sermón que predicó en aquella isla el dominico fray Antonio de Montesinos en que denunciaba el trato brutal que los conquistadores daban a los indios y que sería el punto de partida para cuestionar la legalidad del repartimiento y la condición de los indios bajo el dominio español. El joven Bartolomé había recibido la tonsura en Sevilla, lo que le autorizaba a ejercer de doctrinero, o catequista de indios; pero también fue soldado, y tras la guerra, como cualquier conquistador, obtuvo indios esclavos y de repartimiento, con los que inició una labranza junto al río Janique, cerca de Santiago. Su amistad con la familia Colón le lleva a Roma en 1506-07, acompañando al hermano del Almirante, y allí se ordena de sacerdote. Regresa a la Española, donde dice la primera misa nueva de América y continúa con sus explotaciones, que pronto abandona para seguir a su amigo Diego Velázquez a la conquista de Cuba, donde será capellán de la compañía de Pánfilo de Narváez (1512-1514). Obtuvo por ello un repartimiento de indios en Canarreo, cerca de Trinidad, pero renunció al mismo a los pocos meses, impresionado por la enorme mortandad causada en la isla.
Comienza entonces su lucha en defensa de los indios —fue llamado por el cardenal Cisneros el Protector de los Indios—, compaginando desde este primer momento la integridad moral, la habilidad política y la osadía que siempre distinguirán sus actuaciones, a través de las diversas fases de su vida y obra: viaja a España y va a ver a Fernando el Católico para leerle un memorial sobre lo que estaba sucediendo en Cuba, primero de la larga serie de escritos de denuncias y de remedios con que azotará la corte durante toda su vida. A la muerte del rey se entrevista con los regentes Cisneros y Adriano de Utrech y les dirige el Memorial de remedios para las Indias de 1516, un plan de reforma basado en la explotación agrícola por parte de labradores castellanos e indios libres, con el cual Las Casas participa de lleno en la literatura utópica de su momento, y que no en vano ha sido comparado con la Utopía de Tomás Moro, publicada en el mismo año. Por primera vez, y desde luego no la última, se concebía para América el plan de un mundo ideal que incluía minuciosos detalles sobre el establecimiento y regimiento de pueblos nuevos, con modos de producción capaces de asegurar la subsistencia de la comunidad y el pago de beneficios a la corona. La mera explotación del indio quedaba substituida por un período de evangelización e instrucción en técnicas agrícolas europeas, y por la fusión de las razas que resultaría de la convivencia. El idealismo del proyecto le destinaba al fracaso, pero era la etapa lógica tras denunciar la destrucción: cuando el retorno al Paraíso, creación de Dios destruida por el hombre, se hace imposible, se piensa necesariamente en la creación de su sucedáneo utópico. Las Casas no lograría llevar su utopía a sus últimas consecuencias, pero sí que los regentes pusieran el gobierno de la Española en manos de tres frailes jerónimos, como expertos en explotaciones agrícolas, con Las Casas como consejero (1517). El fracaso de este modelo fue inmediato: los nuevos gobernadores se dejaron ganar por los intereses de los colonos y el protector de indios regresó a España, donde consiguió hacerse oír por Carlos I y sus ministros y promover otros dos proyectos de corta vida: el primero, para colonizar La Española con labradores castellanos, fue abortado en la misma corte; para el segundo, Las Casas obtuvo una capitulación que le convertía en verdadero empresario dedicado a poblar y hacer rentables, sin más españoles que los misioneros, 200 leguas de costa venezolana, junto a la península de Paria, iniciativa que también fracasó rápidamente una vez sobre el terreno, debido a su enfrentamiento con los explotadores de perlas de la isla de Cubagua (1521). La mención en ambos planes de la necesidad de importar algunos esclavos africanos, perfectamente rutinaria dentro de los parámetros legales y morales del momento, está en el origen del extendido mito de que fue el padre Las Casas quien inició la trata de esclavos que a lo largo de los tres siglos siguientes sería el oprobio de América.
Termina así su fase de promotor de empresas utópicas, con un profundo desengaño que le lleva a hacerse fraile dominico y recluirse en Santo Domingo, de donde saldrá para fundar el convento de su orden en Puerto Plata. Es quizá el período más sosegado de su vida, sin viajes transatlánticos ni intervención directa en los asuntos de Indias, y por lo mismo el más importante de su formación intelectual: estudia leyes y teología, y mantiene una creciente correspondencia con la corte y con amigos de España, siempre sobre asuntos relacionados con la defensa de los indios. A estas actividades añade entonces una de las que con más justicia le han hecho célebre: la de historiador; en Puerto Plata y hacia 1527 emprende una ambiciosa Historia de las Indias, donde pensaba organizar en décadas las numerosas noticias y documentación que iba acumulando. El proyecto fue semiabandonado en la vorágine de viajes y actividad política de 1534-1550, y recibió un nuevo impulso en 1552, cuando Las Casas, residiendo en Sevilla, tuvo ocasión de utilizar la biblioteca de Hernando Colón. La Historia de las Indias no supera el año 1520, es decir, cubre tres décadas de las cinco o seis que podría haber tenido; con todo, su importancia para la historiografía indiana es difícil de exagerar, por la cantidad de información de primera mano que contiene, tanto testimonial como referida, y porque, a pesar de no haber sido publicada hasta el siglo XIX, uno de sus manuscritos fue fuente principal, directa o indirecta, para gran parte de los historiadores posteriores, a partir de Antonio de Herrera.
En 1534, las noticias llegadas de la conquista del incario animan a Las Casas a ir a misionar al Perú, pero el viaje se frustra, y tiene que conformarse con iniciar un período de gran actividad en Nicaragua y Guatemala, donde concibe el proyecto de evangelización pacífica, sin colonización, del territorio de Tuzulutlán (actual Vera Paz). Fruto de ese momento de preocupación acerca de los métodos misionales es De unico vocationis modo, donde desde una perspectiva erasmista defiende la práctica de una verdadera evangelización, distinta de la cristianización forzosa y los bautizos en masa practicados por los franciscanos, que desde la perspectiva lascasiana eran una estratagema que permitía a los encomenderos hacer trabajar constantemente a los indios, sin darles el tiempo de descanso estipulado para su formación religiosa, puesto que formalmente ya eran cristianos. Además, estas conversiones, pese a ser pro forma, ponían a los indios bajo poder de la Inquisición, que de este modo podía perseguirlos por cuestiones de moral y dogma que ellos desconocían.