EPÍLOGO
Todo lo que mi diligencia, reflexión y esfuerzo para el aumento del saber y todo lo que el progresivo avance en estos estudios trazó y descubrió, gracias a que ilustres varones al ocuparse en estas investigaciones polemizaron los unos con los otros, todo esto lo he sacado a relucir ahora, de la mejor manera posible, sin omitir por holgazanería nada de lo que conocí ni menospreciar a los animales irracionales y mudos como si carecieran de interés noticiable y hubieran de ser desdeñados; sino que también en este campo me consume un deseo ardiente, peculiar e innato de conocimiento. No ignoro que los que tienen clavadas sus miradas en el dinero o que andan a la búsqueda de honores, de poder y de todo lo que acarrea reputación, me vituperarán si ocupo mis ocios en estos menesteres, pudiendo pavonearme y presentarme en los salones y alcanzar grandes riquezas. Mas yo me ocupo de las zorras, lagartos, escarabajos, serpientes y leones, del comportamiento del leopardo, del amor que la cigüeña profesa a sus polluelos, del canto armonioso del ruiseñor, de la sagaces artes del elefante, de las formas de los peces, de las migraciones de las grullas, de las diversas especies de serpientes y, en fin, de todo cuanto esta historia contiene, trabajosamente reunido y observado. Que no me gusta que me incluyan en el número de estos ricos y me comparen con ellos, pero sí que intento por todos los medios y quiero pertenecer al gremio al que ilustrados poetas, y hombres peritos en ver y examinar los secretos de la Naturaleza, y escritores que llegaron a adquirir la experiencia más grande, aspiran a pertenecer.
Es evidente que soy mejor consejero de mí mismo yo, que la opinión de aquellas personas. Porque yo prefiero llegar a poseer un conocimiento ilustrado, aunque sea en una sola esfera, antes que las cacareadas riquezas y bienes de los hombres muy ricos. Pero sobre todo basta ya por ahora.
Sé también que algunos no aplaudirán el que yo no haya tratado, en mi historia, de cada animal separadamente y de que no me haya referido en su lugar apropiado a todo lo atribuible a cada uno, sino que he mezclado abigarradamente las diversas clases al describir un gran número, y unas veces dejaba la narración relativa a tales o cuales animales, otras veces retrocedía para contar otras particularidades de su naturaleza. Mas en primer lugar yo, en lo que respecta a mí mismo, no soy esclavo del juicio y voluntad de ningún otro, ni creo que haya necesidad de arrimarme a otro que me salga al paso; en segundo lugar, creía necesario tejer y entretejer esta historia con la variedad de mis lecturas relativas a las fieras, porque evitaba el aburrimiento que provoca la monotonía, de tal manera que pareciere una pradera o una bella guirnalda de muchos colores, como si los diversos animales aportasen sus flores.
Y si a los cazadores el encontrar un solo animal les parece un hallazgo afortunado, yo sostengo que no es nada bueno encontrar las huellas o dar caza a los cuerpos de los animales, mientras que es cosa excelente averiguar las facultades que la Naturaleza les otorgó. ¿Qué tienen que decir a esto los Céfalos, los Hipólitos, o cualquier otro experto en cazar fieras en los agrios montes, o los expertos en la pesca, como Metrodoro de Bizancio, su hijo Leónidas, Demóstrato o los otros habilísimos y a fe que numerosos captores de peces?
Hubo también muchos pintores que, como Aglaofonte, un ternero, o cualquier otra obra de arte. Mas si alguien declara y saca a la luz pública las facultades de tantos animales: sus hábitos, sus formas, la sagacidad, la justicia, la templanza, la valentía, el afecto, la piedad filial, ¿cómo no va a ser digno de admiración?
En llegando a este punto de mi discurso, estoy profundamente disgustado de que, al paso que alabamos la piedad de los animales irracionales, tengamos que reprochar a los hombres su impiedad. Yo no me extenderé ahora en esto, pero es muy justo que añada aquello de lo que hice mención al comienzo de mi obra: no es justo censurarme de que diga yo también cuanto todos o la mayoría dijeron. Yo, desde luego, no he podido crear otros animales, pero he dado prueba de que he conocido muchos. Ciertamente, yo he dicho muchas características que no ha dicho ningún otro escritor que haya acometido esta empresa. Amo la verdad en todos los ámbitos, pero sobre todo en éste. Todos los críticos que se acercan a mi obra sin malévola intención se darán cuenta de la calidad de la misma, del esfuerzo puesto en ella, de la nobleza del estilo y composición, y de la propiedad de las palabras y frases.
Título original: Περἰ ζᾠων ἰδιὁτητος
Claudio Eliano, 235
Traducción: José María Díaz-Regañón López
Editor digital: Titivillus
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LIBRO XIII
LIBRO XIV
LIBRO XV
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LIBRO XVII
[1] Céfalo e Hipólito, buenos cazadores mitológicos; el segundo personaje inmortalizado por Eurípides en la tragedia del mismo nombre.
[2] Aglaofonte, célebre pintor del s. V a. C., padre de los no menos célebres Polignoto y Aristofonte.
[3] Mirón, famoso escultor de la primera mitad del s. V a. C. Sólo existen reproducciones, aunque meritorias, de un Discóbolo y de Atena y Marsias.
Notas
[1] EURÍPIDES, Fr. 920 NAUCK. — FRAY LUIS DE GRANADA, en El Símbolo de la fe (1.a parte, cap. XIV, 2), parafrasea este capitulo: «De él [del león] escribe Eliano que después que, por la edad, está flaco y pesado, y así es inhábil para cazar, sale con sus cachorros, y espéralos en cierto puesto, y ellos traen al padre viejo la caza que hallaron; el cual los abraza cuando vienen y los lame la cara en señal de agradecimiento y amor, y después de este amoroso recibimiento asiéntanse todos a comer de la caza. ¿Pues qué más hicieran si tuvieran razón como los hombres? Y aún en esta piedad nos sobrepujan; pues muchos hijos vemos muy escasos e inhumanos para con sus padres pobres y viejos. Lo cual no cabe aun entre animales fieros».
[2] Se discute sobre el verdadero significado de sérphos, que nosotros traducimos por «mosquito». Se trata, sin duda, de un mosquito pequeñísimo, lo que vulgarmente se llama «jején», de tamaño mucho menor que el mosquito corriente, pero de picadura muy mortificante. Sin embargo, L. A. W. C. VENMANS, «Serphos», Mnemosyne, N. S., 58 (1930), 58-62, afirma que, de los pocos textos en que aparece la palabra, se deduce que se trata de un bicho pequeño, cuya denominación se empleaba proverbialmente para indicar algo insignificante. Gramáticos insignes, como Crates, Dídimo, Focio y otros, creían que con sérphos se designaba a una hormiga. A. WILLEMS, en «Qu’est ce que l’insecte appelé serphos?», publicado en Act. de l’Acad. Roy. de Belgique, 1896, cree que se trata de la termita u hormiga blanca. Venmans, en el artículo mentado, cree que se trata de un gusano y se basa en la etimología, que supone ser la raíz serp, «arrastrarse». En el mismo artículo, este autor rechaza la idea de que sérphos designe a las termitas, ya que en los autores antiguos no hay mención de estos insectos, que, de existir, no hubieran pasado inadvertidos a causa de sus devastadores efectos. Cf. también L. GIL FERNÁNDEZ, Nombres de insectos en griego antiguo, Madrid, 1959, pág. 225, que sustenta, como nosotros, la opinión de que se trata de un mosquito.