Se trata de ver
C OMENZARÉ por el principio. Conocí a Juan Hernández Les en 1977, y no hablamos de Michael Haneke. La causa es simple: faltaban once años para que Haneke rodara su primera película. Más vale, porque entonces Haneke, con probabilidad, no nos hubiera gustado como ahora nos gusta.
Juan y yo nos conocimos en Huesca, durante las jornadas de su festival de cortos de aquel año. Fernando Colomo nos divirtió con Pomporrutas imperiales. Menos de Haneke, hablamos de casi todo y nos hicimos amigos, aunque tanto Juan como yo siempre hemos tenido cara de pocos amigos.
Al año siguiente, aparecí por Madrid para buscarme la vida, y Juan me ayudó en forma decisiva, pues yo llegué con oficio, pero sin trabajo, ni casa, ni dinero. Me abrió su piso al otro lado de la M-30 y tuvo a bien proporcionarme, de cuando en cuando, unos filetes con ensalada que, como se ve, no he podido olvidar. Pero hizo más: me introdujo como colaborador en la revista mensual “Cinema 2002” –en la que él tenía mano, aunque no izquierda, pues nunca ha tenido mano izquierda, aun siendo de izquierdas–, y ese enchufe fue –junto a los filetes– providencial para mí, pues significó mi carta de presentación en la capital –en una revista especializada y de alcance nacional– como periodista y crítico de cine, lo que yo era entonces y seguí siendo durante años.
“Cinema 2002” y los filetes me vinieron de perlas, como también las conversaciones amistosas que Juan y yo continuamos manteniendo en mis numerosos ratos libres, que lamentablemente se redujeron cuando, meses después, comencé a trabajar en “Fotogramas”. En una de esas charlas posteriores, Juan me instigó a hacer conjuntamente un libro sobre Luis García Berlanga –y no sobre Haneke, que se obstinaba en permanecer inédito–, y eso fue –gracias a Jorge Herralde– buenísimo para los dos y, sobre todo, para mí, que estaba sin estrenar en esos lances. El libro se llamó y se llama “El último austro-húngaro. Conversaciones con Berlanga” (Anagrama, 1981).
El lector ha de deducir –consultando, si fuera preciso, la solapa de este libro– que Juan Hernández Les era ya un crítico conocido e importante, con al menos un libro a sus espaldas (“El cine de autor en España”, coescrito con Miguel Gato, Castellote Editor, 1978), de manera que, y a modo de apretado resumen, su amistad, su apoyo, sus filetes –y ensaladas– y sus incitaciones fueron determinantes para que yo fuera abandonando mi prometedora bisoñez. Creo habérselo agradecido de palabra y de obra –incluso de omisión–, pero conste aquí públicamente mi agradecimiento reactualizado.
Encuentro lógico que Hernández Les haya elegido a Michael Haneke para su nuevo libro. Ambos comparten rasgos de carácter: son tensos, intensos, herméticos, graves, exigentes consigo mismos y con los demás, preocupados y angustiados por el rumbo del mundo. Ambos ven cosas –se les nota en los ojos– que a los demás nos cuesta ver, cosas que se ocultan entre los pliegues de la realidad más aparente. Ambos son poco condescendientes con lo que juzgan inadecuado y banal. Por ello se muestran con frecuencia como enfadados, hartos y puntillosos. Un hilo secreto, no tan insospechado, une a un gallego de nubes y a un alemán de nieblas: el hilo de la luz oscura, que los sitúa a un palmo de las postrimerías y de la metafísica desde los anclajes de una arrebatada vocación por conocer el ser del hombre, sus misterios y las razones de su comportamiento individual y social.
Hernández Les –como demuestran sus ensayos y su libro sobre Orson Welles– ha recorrido en los últimos veinte años un empinado camino, con las zapatillas de su enorme curiosidad lectora y de su vocación académica. El crítico de prensa de los setenta se ha dotado de una musculatura cultural y de un rigor intelectual de los que no carecía antes, pero que, tal vez, permanecían agazapados bajo las chispeantes superficies de la cinefilia erudita y del enfoque ideológico.
En el momento presente, Hernández Les encuentra a Haneke en condiciones de mirarse cara a cara, y eso no deja de tener, por otra parte, un mérito adicional singular: un crítico inicialmente formado en otros parámetros del cine, de la política y de la cultura es capaz de enfrentarse a un cineasta que, en palabras del sociólogo francés Gilles Lipovetsky, es un paradigma de la hipermodernidad, una hipermodernidad que está resultando más densa y sustanciosa de lo que fue su inmediato antecedente: la posmodernidad. En tiempos de “la pantalla global” –título del libro de Lipovetsky–, Haneke, precisamente, es un cineasta que no sólo trabaja con la imagen, sino que, además, trabaja sobre la imagen.
Hernández Les pone su libro bajo el padrinazgo de Robert Bresson, y eso es tan oportuno como las triangulaciones que efectúa, sustancialmente, con Antonioni y Hitchcock –también con Kieslowski–, cineastas todos cuyas imágenes, al igual que las de Haneke, nunca pueden ser leídas (agotadas) en el tiempo real que disponemos para hacerlo. Son todos ellos cineastas que no sólo representan el mundo con imágenes, sino que generan imágenes que contribuyen a que el mundo haga su propia representación en el espacio y tiempo de la realidad.
Nuestro autor trae a colación una cita preciosa de Bresson que define la tarea del cineasta: “Hacer ver lo que ves, por intermedio de una máquina que no lo ve como tú lo ves”.
Esta frase le viene al pelo al autor de Caché, que también ha incluido en su cine una variable definitiva: mostrar lo que las máquinas de filmar ven sin que sea visto por sus personajes y sin que nosotros, los espectadores, sepamos a ciencia cierta lo que estamos viendo.
Hernández Les se muestra pesimista, y ése es otro rasgo que lo acerca a Haneke: no ven la solución a los problemas humanos, a los problemas de la violencia, la nada, la muerte, el vacío, la culpa, el amor, el malestar de vivir, la crisis de la conciencia individual y colectiva, las enfermedades del alma.
De todo ello habla este libro con un fuste interpretativo y ensayístico que, sin embargo, no desdeña –sino todo lo contrario– poner en juego altas dosis de narratividad a la hora de describir escenas con minucia de novelista.
Cuando Juan Hernández Les me obsequiaba con filetes y ensaladas vivíamos en un mundo con problemas que parecía tener arreglo. Ahora vivimos en un mundo que se desarregla por momentos. Es el mundo que muestra Michael Haneke. Pero eso no debería ser obstáculo para que los filetes, las ensaladas, las charlas, la amistad, los libros, la música, las películas y tantas cosas nos sigan poniendo en la pista de la solución: estar y sentirnos vivos.
MANUEL HIDALGO
Cuando considero la corta duración de mi vida, absorbida en la eternidad precedente y en la siguiente, el pequeño espacio que ocupo e incluso que veo, abismado en la infinita inmensidad de los espacios que ignoro y que me ignoran, me espanto y me asombro de verme aquí y no allí, porque no existe ninguna razón de estar aquí y no allí, ahora y no en otro tiempo. ¿Quién me ha puesto aquí, ahora y no en otro tiempo?
BLAISE PASCAL
E S curioso el uso de las palabras a la hora de transmitir contenidos relacionados con el lenguaje. Leyendo un trabajo sobre un cineasta su autor se refería al argumento. Debajo de argumento aparecía esta advertencia: “Esta sección contiene detalles de la trama y del argumento”. A continuación leí el texto completo y hallé un comentario que se aproximaba bastante a la idea de argumento, pero nada sobre la supuesta trama. Quizás el autor, predispuesto por una sórdida influencia aristotélica, pensó en una idea de relato, alguna vinculación de la trama al relato, pero finalmente no había en el texto nada sobre su trama ni sobre su relato.