Índice
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Para Sue
1951-2017
El coraje se expresa de muchas formas
La Resistencia era una forma de vida. […] Ahí, nos vimos completamente libres […] una versión desconocida e incognoscible de nosotros mismos, el tipo de personas que nadie puede volver a encontrar, que existieron solo en relación con unas condiciones únicas y terribles… con fantasmas o con los muertos. […] [Sin embargo] llamaría a ese momento de mi vida «felicidad».
—J EAN C ASSOU , poeta y líder de la Resistencia de Toulouse
El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi ni el comunista convencidos, sino las personas para quienes la distinción entre hechos y ficción (es decir, la realidad de la experiencia) y la distinción entre lo verdadero y lo falso (es decir, los estándares de pensamiento) han dejado de existir.
—H ANNAH A RENDT , Los orígenes del totalitarismo
La historia humana está formada por innumerables y diversos actos de valor y fe. Cada vez que un hombre defiende un ideal, o actúa para mejorar el destino de los demás o protesta ante la injusticia, envía una pequeña oleada de esperanza y, cuando se cruza con otras que llegan desde un millón de centros de energía diferentes e intrépidos, esas ondas crean una corriente que puede derribar las barreras más fuertes.
—R OBERT F. K ENNEDY
LISTA DE PERSONAJES
L os pseudónimos y nombres en clave aparecen en cursivas a lo largo del libro. Los agentes a menudo tenían varios alias, pero por cuestiones de claridad elegí los más relevantes.
Alain = Georges Duboudin
Antoine = Philippe de Vomécourt (también Gauthier y comandante St. Paul )
Aramis = Peter Harratt (también Henri Lassot )
Artus y Auguste = Henry y Alfred Newton
Obispo = abad Robert Alesch (también René Martin )
Bob = Raoul Le Boulicaut
Carte = André Girard
Célestin = Brian Stonehouse
Christophe = Gilbert Turck
Constantin = Jean de Vomécourt
Fontcroise = Capitán Henri Charles Giese
Georges = Georges Bégué
Gévolde = Serge Kapalski
Gloria = Gabrielle Picabia
Lucas = Pierre de Vomécourt (también Sylvain )
Marie = Virginia Hall (también Germaine, Philomène, Nicolas, Diane, Diana, Marcelle, Brigitte, Isabelle, Camille, DFV, Artemis )
Nicolas = Robert Boiteux (también conocido como Robert Burdett)
Olive = Francis Basin
Pépin = Doctor Jean Rousset
René = Victor Gerson (también Vic)
Sophie = Odette Wilen
Victoire = Mathilde Carré (o La Chatte)
F rancia se derrumbaba. Autos calcinados, alguna vez colmados de posesiones atesoradas, se encontraban volcados en zanjas de una manera extraña. Su preciado cargamento de muñecas, relojes y espejos yacía destrozado por todos lados, kilómetro a kilómetro de un camino hostil. Sus dueños, jóvenes y viejos, tendidos sobre el polvo abrasador, se quejaban o estaban ya en silencio. Sin embargo, las hordas continuaron pasando junto a ellos a lo largo de los días; una fila interminable de hambre y cansancio demasiado temerosa para detenerse.
Diez millones de mujeres, niños y ancianos se desplazaban huyendo de los tanques de Hitler que infestaban la frontera del este y el norte. Ciudades enteras se habían desarraigado en un fútil intento por escapar de la guerra relámpago nazi que amenazaba con acorralarlas. Se hablaba animosamente de soldados alemanes que se llenaban de júbilo por lo sencillo de su conquista. El aire se sentía denso por el humo y el hedor de los muertos. Los bebés no tenían leche que beber y los mayores se desvanecían donde estuvieran. Los caballos que jalaban viejas carretas de granja sobrecargadas se hundían y gruñían en su agonía empapada en sudor. La ola de calor francesa, en mayo de 1940, fue testigo del éxodo de refugiados más grande de todos los tiempos.
Día tras día, un vehículo solitario en movimiento se abría paso entre la multitud, con una llamativa joven al volante. La soldado Virginia Hall a menudo se quedaba sin combustible y medicamentos, pero seguía avanzando en su ambulancia de la milicia francesa hacia el enemigo, que cada vez se acercaba más. Perseveró incluso cuando los Stukas alemanes llegaron rugiendo para arrojar bombas de 50 kilos a los convoyes a su alrededor, prendiendo fuego a los autos y acribillando los caminos; aun cuando los aviones de guerra pasaron sobre las copas de los árboles para ametrallar las trincheras donde mujeres y niños trataban de protegerse de la matanza; también cuando los soldados franceses abandonaron sus unidades, sus armas y escaparon, algunas veces en sus tanques; incluso cuando sentía estallidos de dolor en su cadera izquierda por presionar una y otra vez el clutch con su pie protésico.
Ahora, a la edad de 34, esta misión marcaba un parteaguas en su vida después de años de rechazo cruel. Por su propio bien y el de los heridos que recogía de los campos de guerra para llevarlos al hospital, no podía volver a fallar. Había muchas razones por las que estaba lejos de casa, arriesgando su vida voluntariamente para ayudar en un país extranjero, cuando millones se daban por vencidos. Quizá la más importante de todas era que había pasado mucho tiempo sin sentirse tan apasionadamente viva. Indignada por la cobardía de los desertores, no entendía por qué no continuaban peleando. Sin embargo, ella tenía muy poco que perder. Los franceses aún recordaban haber sacrificado un tercio de sus hombres más jóvenes a la Gran Guerra, y una nación de viudas y huérfanos no tenía ánimo para un derramamiento de sangre aún mayor. Virginia, por otro lado, tenía la intención de ir adonde la guerra la llevara. Estaba preparada para tomar cualquier riesgo y encarar todos los peligros. Una guerra total contra el Tercer Reich tal vez podría ofrecerle, de manera perversa, una última esperanza de paz interior.
Esto no fue nada en comparación con lo que iba a ocurrir en una vida que se tornó en un relato homérico de aventura, acción y valor aparentemente insondable. El servicio que Virginia Hall dio a Francia durante el verano de 1940 fue un mero aprendizaje para su misión casi suicida contra la tiranía de los nazis y sus títeres franceses. Contribuyó como pionera en una temeraria labor de espionaje, sabotaje y subversión a espaldas de las líneas enemigas en una época en que las mujeres casi no figuraban en el imaginario del heroísmo, cuando su papel en el combate estaba confinado al apoyo y a los paliativos; cuando solo se esperaba que se vieran bien, que fueran obedientes y dejaran que los hombres hicieran el trabajo pesado; una época en que las mujeres —y los hombres— con alguna discapacidad se quedaban recluidas en sus casas y tenían vidas a menudo limitadas e insatisfactorias. El hecho de que una joven que había perdido una pierna en circunstancias trágicas se abriera camino con tantas restricciones y superara los prejuicios e incluso la hostilidad para ayudar a los aliados a ganar la Segunda Guerra Mundial es impresionante. Que una lideresa de guerra de su talla siga siendo tan poco conocida hasta el día de hoy resulta increíble.
Aunque tal vez así lo habría querido Virginia, pues operaba desde las sombras y entre ellas se sentía más feliz. Incluso para sus aliados más cercanos en Francia parecía no tener hogar, familia ni regimiento; solo un deseo imperioso de derrotar a los nazis. Desconocían su verdadero nombre, nacionalidad y cómo había llegado hasta ellos. Puesto que cambiaba de aspecto y comportamiento constantemente, aparecía sin previo aviso en varias partes de toda Francia para volver a desaparecer de repente, permaneciendo como un enigma durante la guerra y, de alguna manera, también después de ella. Incluso ahora, rastrear su historia ha implicado tres años de intenso trabajo detectivesco que me llevó a los archivos nacionales en Londres, a los documentos de la Resistencia en Lyon, a las zonas de paracaidistas en el Alto Loira, a los expedientes judiciales de París y hasta a los corredores de mármol blanco en el cuartel general de la CIA , en Langley. Mi búsqueda me ha llevado a través de nueve filtros de seguridad para llegar al corazón del espionaje estadounidense actual. Discutí las implicaciones de operar en territorio enemigo con un exintegrante de las fuerzas especiales de Reino Unido y con exagentes de inteligencia en ambos lados del Atlántico. Localicé documentos que estaban extraviados y descubrí que otros siguen misteriosamente perdidos o desaparecieron. Pasé días enteros dibujando diagramas para establecer la correspondencia entre docenas de nombres en clave y sus misiones; invertí meses en buscar los fragmentos de esos documentos «desaparecidos»; pasé años desenterrando memorias y documentos olvidados. Es claro que los mejores líderes de guerra no tenían la intención de hacer felices a los historiadores del futuro manteniendo registros perfectos de sus misiones nocturnas a las 5 am, pues los que existen a menudo son fragmentarios y contradictorios. En la medida de lo posible, me apegué a la versión de los hechos tal y como la relataron las personas más cercanas a ellos. Sin embargo, otras veces fue como si Virginia y yo estuviéramos jugando nuestra propia versión del gato y el ratón; como si desde su tumba permaneciera, como ella solía decir, «renuente a hablar» sobre lo que hizo.
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