Memorias del tiemp o cofrade
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Derechos reservados © 2019, respecto a la primera edición en español, por:
© David Segura Tristancho
© Editorial Samarcanda
ISBN: 9788417672102
ISBN e-book: 9788417672614
Producción editorial: Lantia Publishing S.L.
Plaza de la Magdalena, 9, 3 (41001-Sevilla)
www.lantia.com
IMPRESO EN ESPAÑA – PRINTED IN SPAIN
Para Mónica, tan cofrade como yo.
Breve apunte
para el lector
Memorias del tiempo cofrade os llevará a viajar, mediante relatos novelados, a través de la historia de nuestra Semana Santa, comenzando por sus orígenes, por sus cimientos, aquellos que con el transcurrir de los siglos se tambalearon una y otra vez. Pese a ello, nuestra Semana Santa y nuestras hermandades, han pervivido en su mayoría contra viento y marea, por los siglos de los siglos, como podrán comprobar a lo largo de estas páginas.
Para una mejor ubicación temporal de los diferentes relatos que componen la obra, esta se verá dividida en cuatro partes.
Parte I. De los albores al barroco.
Parte II. De las tinieblas de la desamortización a la «corte chica».
Parte III. Del anonimato al recuerdo eterno.
Parte IV. De la postguerra a la expansión contemporánea.
Cabe destacar que los hechos acontecidos en cada uno de los relatos se ciñen, en mayor medida, a un escrupuloso rigor histórico, a excepción de las vidas de algunos de los personajes ficticios, vidas noveladas que pudieron, no obstante, asemejarse a la de muchas otras personas relacionadas con los acontecimientos ambientados.
Asimismo, al final de la obra se incluye una nota histórica que servirá como complemento a cada uno de los relatos durante su lectura o una vez finalizado.
Solo queda dar la bienvenida al lector, aconsejarle que tome asiento y deje volar su mente hacia el pasado, hacia una Sevilla añeja, la que nos legó una pasión indescriptible. Al menos para este que escribe.
Bienvenidos a la Semana Santa de Sevilla.
Prólogo
Hechos, ideas, situaciones e imágenes del pasado, ya sean a corto o largo plazo, quedan en la mente. Tal es la definición de memoria. Si la extrapolamos al tiempo cofrade nos toparemos con un sinfín de sucesos, de ideas e imágenes que, encadenadas unas a otras, han ido modificando y forjando la Semana Santa que hoy día conocemos. En el fragor de esta vorágine de hechos también ha habido lugar para situaciones adversas, para periodos de carestía, de mortíferas epidemias como la devastadora peste, de la desamortización que tanto hizo peligrar la Semana Santa en el siglo XIX, de invasiones y guerras, todas ellas con funestas consecuencias para nuestras hermandades. Es más, alguna quedaría en el pasado, sepultada entre los lodos del olvido.
Siglos de historia abarcan nuestra semana mayor, multitud de hechos que acontecieron ante los ojos de sevillanos y no sevillanos, de personas como Pedro Luis, un simple oficial del gremio de toneleros, de María de Flores, de Alfonso Retamero o Isabel Salcedo. Sí, ante sus ojos se produjeron actos de mayúscula trascendencia, al igual que ante vuestros ojos estos nombres aparecerán como personajes relevantes en sus respectivos relatos, combinados con otros personajes que os resultarán de sobra conocidos.
Memorias del tiempo cofrade pretende mostrar al lector aquellos acontecimientos que han quedado ocultos en algunos casos, en otros, no tanto, tras la extensa historia de la Semana Santa. Hallaremos una pequeña virgen entre la penumbra, asistiremos al momento en que una obra maestra de la imaginería barroca es revelada por su escultor o sentiremos cómo un puente de barcas cede y cruje ante el peso de unos valientes costaleros, entre otras historias a continuación noveladas. Este volumen recrea, en pequeñas dosis, grandes momentos de la historia de la Semana Santa hispalense.
Pero vayamos por partes, comencemos desde el principio. Cubrid vuestros rostros con la cabellera de cáñamo, ajustadla a las sienes con sus respectivas coronas de espinas y, lo más importante, tomad vuestra cruz y seguidme. Mejor dicho, pasad a la siguiente página.
Ahora lo entenderéis.
Parte I
De los albores al Barroco
Gloria Nazarenorum
de abril de 1356
La luminiscencia plateada de una luna en plenitud se dispersaba sobre el campo de la Resolana, ayudando al transitar de un insólito cortejo. Formando en doble fila, los pies descalzos de los integrantes seguían la cruz alzada que los encabezaba bajo un profundo misterio y un silencio inquebrantable. Sus pasos lastimeros, pero firmes, entre las huertas y el paraje agreste les estaba llevando a dejar atrás los muros de la Macarena, así como la ermita de San Antón, desde la cual la comitiva había iniciado su tortuosa penitencia. La singularidad del momento había ocasionado la presencia de un gentío numeroso ávido de saciar su interés. Había quienes no terminaban de comprender el significado, la esencia, de lo que estaban presenciando. Había quienes se marchaban tan pronto como habían llegado. Otros, sin embargo, se apostaban junto al camino para ensalzar en plena quietud los actos perpetrados por aquellos desconocidos y ocultos cofrades. Gregorio pertenecía a este último grupo.
Conocedor de la finalidad del cortejo que avanzaba ante su mirada, trataba de disimular su enojo. Trataba de no hacerlo ver a su esposa, pero Teresa, aterida a causa de la gelidez inclemente de la noche del Viernes Santo, lo intuía. Lo percibía en la fuerza con la cual la mano de Gregorio se aferraba a la suya, en cómo sus dedos se cerraban en torno a los suyos. Resultaba incómodo. Teresa no pudo soportarlo por más tiempo, así que no le quedó otra opción que liberarse, no sin dificultad, de la opresión de aquella mano endurecida, propia de un labriego.
—¿A qué se debe esta inusitada rigidez? —preguntó Teresa haciendo uso de una voz susurrante, únicamente perceptible para Gregorio.
Su inquietud no obtuvo como respuesta lo que pretendía. Su esposo le dedicó en primer lugar un gesto sorpresivo, posteriormente su rictus permutó en reprobación y por último dejó escapar un leve suspiro. Teresa no pensaba ceder en su afán por conocer qué urdía Gregorio en sus adentros.
—Puedo notarlo. Puedo alcanzar a entender aquello que te aflige, pero al menos continuamos tú y yo, aquí, juntos. Otros no pueden decir lo mismo… para su mayor desgracia.
Teresa estrechó su cuerpo con el de su meditabundo cónyuge. El frío inhóspito estaba causando estragos en su delgadez notoria, la provocada por la hambruna que gobernaba la urbe, y sus raídos ropajes no lograban contener la filtración de la brisa nocturna a través del manto y la camisa de lana que apenas la protegían del rigor climático. Por tal motivo intentó aproximarse a Gregorio, intentando tomar para sí parte de la calidez que desprendía el torso igualmente escuálido del hombre que había compartido sus últimos años de vida, el mismo con el que logró concebir a un retoño del que ya no quedaba más que su simple recuerdo. Aún se estremecía cuando a su mente llegaba la evocación del terremoto que un año atrás asoló Sevilla, del intenso temblor que brotó bajo sus pies y cómo las viviendas se agrietaban para luego desplomarse sobre las víctimas de tan trágico seísmo. Teresa pudo sortear la lluvia de cascotes y escombros, Gregorio no sufrió más que unos cortes y heridas, los ocasionados al intentar amparar a su pequeño vástago.