Los JUEGOS
OLÍMPICOS
FRANCOIS LAFORGE
LOSJUEGOS
OLÍMPICOS
A pesar de haber puesto el máximo cuidado en la redacción de esta obra, el autor o el editor no pueden en modo alguno responsabilizarse por las informaciones (fórmulas, recetas, técnicas, etc.) vertidas en el texto. Se aconseja, en el caso de problemas específicos —a menudo únicos— de cada lector en particular, que se consulte con una persona cualificada para obtener las informaciones más completas, más exactas y lo más actualizadas posible. DE VECCHI EDICIONES, S. A.
Traducción de Gustau Raluy Bruguera. Diseño gráfico de Roser Chillón.
Fotografías de cubierta: © Shariff Che’Lan/Fotolia (arriba) , © Orlando Florin Rosu/Fotolia (abajo a la izquierda) y © Thinkstock.
Fotografías de contracubierta: © Thinkstock (arriba) y autor (fotografía inferior)
Fotografías de las solapas: © SportG/Fotolia (lanzamiento de martillo) y © Thinkstock (imágenes restantes) .
© De Vecchi Ediciones, S. A. 2012
Diagonal 519-521, 2º 08029 Barcelona
Depósito Legal: B. 19.405-2012
ISBN: 978-84-315-5323-4
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Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o trasmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información y sistema de recuperación, sin permiso escrito de DE VECCHI EDICIONES.
Agradecimientos
Gracias a Margaux, por sus bonitos y valiosos recuadros.
Gracias a Christophe, por haber aceptado acompañarnos en esta aventura y, sobre todo, por las emociones olímpicas que nos ha transmitido junto con los «expertos».
Gracias a Erik y Jean-Charles, por sus conocimientos especializados, sobre todo en lo relacionado con el deporte.
Gracias a quienes han dedicado su tiempo a releer las pruebas de este libro.
Y, por último, muchas gracias al equipo de redacción de DVE España, por la confianza que han depositado en mí.
FL
Prólogo
Los Juegos Olímpicos,
un estado de ánimo sin igual
El más bello mitin de atletas, el acontecimiento más fantástico del planeta, una comunión entre deportistas que va más allá de lo estrictamente deportivo, todo esto representan para mí los Juegos Olímpicos. Durante casi tres semanas el mundo es como nos gustaría que fuera, generador de complicidad, de amistad, de reciprocidad, todo ello en un contexto de armonía y simplicidad que antes nunca había conocido. Tuve el honor de participar en los Juegos Olímpicos, en este sueño de infancia, en Pekín, como integrante de la selección francesa de balonmano.
Estando allí, uno puede cruzarse todos los días con atletas de la talla de Usain Bolt, Rafael Nadal, Nalbandian o Manu Ginobili, y encontrarse comiendo o cenando a su lado; uno tiene la ocasión de hacerse una foto posando junto a Kobe Bryant durante la ceremonia inaugural, con total naturalidad, porque el palmarés, el sueldo, la religión o el nivel de audiencia del deporte practicado no importan. Esto sólo es posible en los Juegos Olímpicos. Todos nos sentimos orgullosos y estamos felices de estar allí. No hay etiquetas, sólo una acreditación que te dice: «Formas parte de la gran familia del deporte». Será una tontería, ya lo sé, pero me parece maravilloso, especialmente por la comunicación que se establece entre las personas y el respeto que se palpa entre los pueblos. No es ningún tópico, es la realidad.
Inmediatamente después de la final del torneo, con la medalla en el cuello, nos saludamos con un voluntario chino en el gimnasio. Vi que miraba la medalla con tantas ganas de tocarla que se la colgué en el cuello. Al ver la situación, más de cien voluntarios se aglomeraron para hacerse una foto con la medalla. ¡Qué recuerdo! Y todo se prolongó semanas después de los Juegos, de París a Toulouse, con los saques de honor en los partidos de ceremonia. Y cada vez experimentaba una enorme satisfacción viendo la felicidad en los ojos de los niños, en la sonrisa de los adultos (que por un momento se convertían en niños grandes).
Una medalla olímpica tiene el poder de dar felicidad a cualquier persona, ya sea el presidente de la República —que, a decir verdad, se la puso con algunas reticencias, ¿quizá por superstición?—, ya el hombre con quien hablé al regresar de China, que me contó las dificultades por las que estaba atravesando y me dio las gracias —a mí, un simple jugador de la selección francesa de balonmano— por la felicidad que le hicimos vivir en los Juegos.
También me di cuenta de que ser campeón olímpico te abre las puertas a un mundo que, semanas antes, no era más que un sueño.
La noche después de nuestra victoria, los deportistas franceses se reunieron todos en el club Francia de Pekín (el lugar donde los atletas franceses y sus familias pueden estar juntos). Aquella noche estaban todos los que me habían hecho soñar. No los citaré a todos, pero imaginad lo que representa estar allí, rodeado de grandes deportistas como Marie-José Perec, David Douillet, Richard Dacoury, Florence Masnada, Fabien Galthié... Y yo, un jugador de balonmano, viviendo un sueño despierto. Yo sólo quería participar en los Juegos, pero en aquellos momentos noté que las leyendas del deporte me daban la bienvenida y que pertenecía a su mundo. En tan sólo una noche me había incorporado a su mundo. ¿No es algo increíble?
Más allá de los momentos mágicos relacionados con las victorias, me quedaría con la formidable historia humana que viví con mis compañeros de equipo —una aventura que perduró después de los Juegos— y con el descubrimiento del espíritu olímpico. Durante las tres semanas que duró la estancia, nunca vi a nadie triste o irritado en la villa olímpica. Y, sin embargo, alguien debió de pasar por malos momentos. Pero no se percibió ningún signo de frustración o de descontento estando juntos en la villa o en el comedor.
En efecto, los deportistas están tan felices de estar en los Juegos que pocas cosas más les importan: dan todo lo que tienen y aprovechan aquel momento fuera del tiempo, fuera del mundo, durante unos días. Estamos todos en lo que yo llamo «el paraíso de los deportistas».
Este libro es el mejor testimonio de ello y un gran homenaje a los Juegos Olímpicos, la cita planetaria de los deportistas, de los hombres, de las mujeres, todos reunidos para la belleza del deporte y de la humanidad.
Recibo el encargo de hacer este prólogo con mucha humildad, honor e ilusión, y con más razón por ser para una editorial española (se da la circunstancia de que jugué tres años en Irún y tengo un corazón universal). Estoy tan contento de formar parte de la historia de los Juegos que seré toda mi vida el mayor fan de este acontecimiento que cada cuatro años hace felices a todos los habitantes del planeta. Que este libro permita participar a todos los lectores de esta felicidad y esta alegría.
Christophe Kempé
Ex jugador de la selección francesa de balonmano
Medalla de oro en Pekín 2008
© Thinkstock
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