Alba Torrens, en la Villa Olímpica.
Alba Torrens muestra su medalla de plata.
Amadeo González.
Andy Halcón.
Damià Borràs y Javier Torres del Moral.
Marga Crespí y Brigit Yagüe.
Toni Caparrós, en el Arena Carioca 1.
Víctor Bonnín, mecánico de ciclismo de Estados Unidos.
Toni Ripoll.
Río 2016
© del texto: Fernando Fernández Cembrero
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Primera edición: noviembre 2016
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Fernando Fernández Cembrero
Río 2016
Balears en los Juegos
A María, Aina y Alba, mis tres motivaciones.
Nuestros mejores Juegos
Fueron nuestros mejores Juegos. No lo dice quien escribe estas líneas y ha realizado las fotografías que ilustran este trabajo, testigo directo de dos semanas de vértigo. Los números cantan más que nunca y dejan claro que Río 2016 marca un punto de inflexión en la historia olímpica de Balears. A miles de kilómetros de las islas, la mayor representación jamás vista, en competición y fuera de ella, y la más amplia cosecha de medallas culminan la ‘Edad de Oro’ de nuestro deporte, la culminación de una década prodigiosa en la que la eclosión de numerosos referentes nacionales y mundiales, al amparo de la sombra del ilustre abanderado en Maracaná, han colocado a nuestra tierra a la vanguardia.
Como la ‘Jamaica del Mediterráneo’ definía el compañero Gerardo Riquelme a la Mallorca de los Nadal, Lorenzo, Yagüe, Rudy y demás. Esa sorpresa, esa admiración hacia la ‘Tierra de Campeones’ que hace años defiende el maestro Miguel Vidal, se elevó a la enésima potencia en los primeros Juegos Olímpicos organizados en el cono sur americano. Y en mí, la reflejaban los compañeros de profesión. “¿También hay mallorquines aquí?”, era una pregunta recurrente; por no hablar de la avalancha a la búsqueda de cualquier información o dato que pudiera aportarles sobre Marcus Cooper Walz. Ese día, sentí en primera persona la repercusión y fuerza de un oro olímpico. El más sorprendente y, tal vez, el más vibrante que, profesionalmente, he podido contar y cantar.
Los de la XXXIª Olimpiada, los de Río de Janeiro 2016 pasarán a los anales como aquellos Juegos en los de Balears brilló más que nunca. A nivel humano y estadístico. La generación dorada logró rebasar la plusmarca que se fijó doce años antes en Atenas para elevar hasta dieciséis el número de deportistas participantes (en 2004 fueron 15). Además, por primera vez en 116 años de presencia balear en los Juegos, un representante nacido en Formentera tomaría parte en el gran evento. El primero en el que un isleño, Rafael Nadal, ejerció de abanderado en la ceremonia de apertura, encabezando una de las delegaciones más numerosas que recuerda el equipo olímpico español. El tenista de Manacor se sacó así la espina que llevaba clavada desde hacía cuatro años, cuando una lesión le impidió tomar parte y ser abanderado en Londres 2012. Y en Río, además de la enseña nacional, otras cosas le iban a hacer sonreír tanto o más que en la apertura de Maracaná. No en vano, iba a marcharse de Brasil con su segundo oro olímpico -en dobles, junto a Marc López-, rozando el bronce en individuales y siendo, junto a Joan Llaneras, el único balear que ha doblado presencia en los más alto de un podio olímpico.
El de Nadal fue uno de los dos oros que volaron hacia Balears. En total, fueron seis medallas, algo jamás visto, dejando también atrás los cinco metales de Pekín. Respecto a 2008 repitieron Nadal y Rudy Fernández. El baloncestista, además, igualaba el registro de Llaneras como únicos isleños en lograr medalla en tres Juegos consecutivos. Esta vez, el baloncesto masculino nos dio un bronce, aunque históricamente triple para Balears, pues al pequeño de los Fernández se le unieron Sergio Llull -segunda medalla menorquina y único representante de su isla- y el debutante y entonces futuro NBA Álex Abrines. Parejas hubo antes (Vidal-Soler, Tauler-Llaneras y Rudy-Llull), pero tres medallistas baleares subiendo a la vez al cajón era algo inédito, suponiendo un cierre de excepción para los mejores Juegos de todos los tiempos. Como lo fue la plata de Alba Torrens. Uno de los pocos galardones que se le resisten a estas alturas a la mejor baloncestista que ha conocido esta tierra. Con récord de anotación y liderazgo indiscutible para Alba, añadidos a una trayectoria inmaculada; la de una selección femenina de baloncesto que, a las órdenes de un Lucas Mondelo quien, años atrás, dirigía al Jovent desde el banquillo del Germans Escalas, ha tocado el cielo y ha rebasado una de sus últimas barreras. Al igual que una Torrens excelsa, inmensa en Río.
Porque en Río 2016 cayeron seis medallas: dos oros (Rafael Nadal y Marcus Cooper Walz), una plata (Alba Torrens) y tres bronces de golpe (Rudy, Llull y Abrines). Y cinco diplomas (de nuevo Nadal, Sete Benavides, David Bustos, Mario Mola y Joan Lluís Pons). La mejor cosecha posible, la que llevó a Balears a ser la segunda Comunidad con más presencias en el podio, por detrás de Catalunya (13), y por delante de Madrid (5), Comunitat Valenciana (4), Andalucía y Canarias (3).
Muchos fueron los nombres propios dentro de la ‘armada’ balear. Pero, sin duda, el brillo y más allá del oro que se colgó lo puso Marcus Cooper Walz. El piragüista del Náutico de Portopetro reventó los pronósticos, y con apenas 21 años, se coronó campeón olímpico de K1 1.000 metros, siendo al mismo tiempo el medallista y el oro balear más joven de toda la historia.
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