A meses del confinamiento por el COVID-19, el comportamiento de los peruanos y las peruanas ha cambiado de manera irreversible. La nueva normalidad se evidencia en las medidas y cuidados que los ciudadanos tomamos para enfrentar esta pandemia cuando transitamos por las calles y hacemos uso de mascarillas, trabajamos desde casa bajo la modalidad del teletrabajo o contenemos una ansiedad que se traduce en el miedo ante la incertidumbre del futuro. Sin embargo, durante el encierro también nos hemos replanteado las nociones y los roles de las instituciones públicas, principalmente, de las que conciernen al tema de la salud, las fuerzas del orden, las entidades privadas y las acciones dentro de nuestros propios espacios. ¿Hemos reaccionado como ciudadanos unidos ante la pandemia? ¿Qué comportamientos ha develado el encierro en nuestros hogares? ¿Por qué, durante este confinamiento, muchos actuamos sin pensar en las nuevas normas y restricciones e incluso las rompemos?
Estos cuatro textos reflexionan sobre los impactos y consecuencias del COVID-19 en la sociedad peruana, los cuales han permitido cuestionar la normalidad pasada, y ver cómo la precariedad y la función de las instituciones, la informalidad y la desigualdad social y económica convergen en un escenario que revela la urgencia por reconocer y ayudar a todos los ciudadanos. En este libro, el psicólogo Jorge Bruce aborda las certezas que se desdibujan y los miedos que motivan nuestros actos transgresores. El investigador principal del Instituto de Estudios Peruanos (IEP), Ricardo Cuenca, explica las razones de desobediencia de las normas durante el confinamiento. La socióloga Alicia del Águila expone las causas biológicas, el comportamiento, los hábitos y las brechas de género durante la cuarentena, y cómo se manifiestan los roles de hombres y mujeres en nuestra sociedad. Finalmente, la historiadora Carmen McEvoy reflexiona sobre las problemáticas históricas que preceden a esta pandemia y hace un recuento sobre las plagas y sus consecuencias, que resquebrajaron a la sociedad peruana y a sus líderes siglos atrás. Estos ensayos dan cuenta de nuestras inquietudes y reflejan nuestras principales incertidumbres.
Dime a qué le temes y te diré si eres peruano
Jorge Bruce
«Fantasma soy en penas detenida».
Francisco de Quevedo
Hoy salí, después de muchas lunas sin pisar la calle, a echar aire a los neumáticos de mi automóvil. Lo que hasta hace pocos meses era una experiencia insulsa y cotidiana, hoy es una aventura digna de El corazón de las tinieblas de Conrad y con la extrañeza melancólica de las Crónicas marcianas de Bradbury. Vale decir: lo trivial se ha desfamiliarizado hasta tornarse irreconocible. Premunido de mi mascarilla, repasando mentalmente las precauciones que no han cesado de llovernos en estos meses de confinamiento, salí a esa calle de mi barrio, tantas veces recorrida, hoy envuelta en ese velo blanco que Melville le atribuía a Lima en Moby Dick. Y es un velo aterrador, como el de un fantasma.
Horas más tarde, desde la ventana de mi escritorio, prefabricado en la azotea de mi casa, el confinamiento me da tiempo para observar, como a todos aquellos que tenemos el extraño privilegio de poder acatarlo, fenómenos que antes pasaban relativamente desapercibidos. Digo relativamente porque se trata de aves, animales a los que suelo prestar una atención libre flotante, como decía Freud. Así, veo un aleteo entre asustado y enloquecido de palomas, gorriones, cuervos y otras especies cuyos nombres desconozco.
Lo he visto antes, cuando trabajaba presencialmente en mi consultorio: hay un ave de rapiña, acaso un cernícalo, patrullando en las inmediaciones. Siempre me ha llamado la atención este comportamiento de «infame turba de nocturnas aves, gimiendo tristes y volando graves» , como sabía decir Góngora. Al cernícalo (en caso se llame así) no le interesan esos pájaros, no son sus presas, pero ellas lo ignoran. Solo que, a esa huida despavorida y equívoca, ahora le atribuyo otro significado. Uno ominoso.
Lo irrepresentable
Escribo estas líneas en lo oscuro de la pandemia y el confinamiento. Vale decir: las escribo con miedo. Un miedo disruptivo, invisible y tan, pero tan amenazante que está ahí afuera, acaso ya adentro. Renuncio de entrada a cualquier reflexión profunda acerca de lo que está ocurriendo. Es muy recordada —y tergiversada— la respuesta del dirigente chino Zhou Enlai al presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, cuando el norteamericano, en una visita a Pekín en 1972, le pidió su opinión acerca de la Revolución Francesa. El chino habría respondido: «Es demasiado pronto para valorarla». Al parecer, hubo una confusión: Nixon se refería al acontecimiento, como lo llama Alain Badiou, de 1789, y Zhou Enlai, al de Mayo del 68, que había transcurrido tan solo cuatro años atrás. Poco importa. Lo interesante es esa cuestión del tiempo requerido para asimilar y elaborar un acontecimiento de la envergadura del que estamos viviendo los peruanos y, esto no es irrelevante, el resto del planeta.
Inicié el texto hablando del miedo disruptivo que viene de «afuera». Y ese afuera no está en el aire —aunque también—, sino en los otros. Son ellos los portadores potenciales del virus con corona. Solo que, a diferencia de los temores habituales de nosotros los peruanos, basados en criterios discriminatorios diversos, este no tiene reparos en alojarse en cualquiera.
El otro ya no es alguien al que podemos asignar características étnicas, económicas o de género. Todos son portadores potenciales de esa letalidad que, día a día, se va alojando en cada uno de nosotros. No de manera literal (aunque puede ser). Se trata de un miedo difuso, incierto, agazapado adentro y afuera. André Green, el gran psicoanalista francés, cuyo diván tuve el privilegio de frecuentar en París, lo decía así, citando a sus amigos Sara y César Botella: «Seulement dedans - aussi dehors» («Solamente adentro - también afuera»). Esa alusión al objeto interno —el primero de los cuales suele ser la madre— remite a su correlato externo. Los psicoanalistas Botella lo explican en un texto apropiadamente titulado