Serie: Perú Problema, 66
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ISBN (eBook): 978-612-326-087-3
ISSN: 0079-1075
Primera edición: Lima, agosto de 2021
Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú: 2021-08170
Registro del proyecto editorial en la Biblioteca Nacional: 31501132100372
Carátula: Gino Becerra
Asistente de edición: Yisleny López
Diagramación: Diego Ferrer
Corrección: Daniel Soria
Cuidado de edición: Odín del Pozo
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El Instituto de Estudios Peruanos no necesariamente comparte las opiniones ni propuestas vertidas en los textos aquí presentados.
Asensio, Raúl
El profe. Cómo Pedro Castillo se convirtió en presidente del Perú y qué pasará a continuación / Raúl Asensio, Gabriela Camacho, Natalia González, Romeo Grompone, Ramón Pajuelo Teves, Omayra Peña Jimenez, Macarena Moscoso, Yerel Vásquez Cerna y Paolo Sosa-Villagarcia. Lima, IEP, 2021. (Perú Problema, 66)
1. Castillo Terrones, José Pedro, 1969-; 2. POLÍTICA; 3. ELECCIONES; 4. DEMOCRACIA; 5. ANÁLISIS POLÍTICO; 6. IZQUIERDA; 7. PERÚ
W/02.04.01/P/66
A la memoria
de Roberto Bustamante, el Morsa,
quien seguro hubiera tenido mucho que decir.
Introducción:
un rompecabezas (electoral) para armar
R AMÓN P AJUELO T EVES
L os momentos electorales constituyen coyunturas políticas sumamente particulares, en las cuales la competencia por el poder alienta el despliegue de acciones, narrativas, consensos y conflictos que responden a la aceleración del tiempo histórico, y empujan a los actores —y a sus lógicas estratégicas— a enfrentar situaciones desconocidas e imprevisibles. Puede ocurrir que las cosas transcurran de acuerdo con un cauce previamente establecido de normas, reglas de juego y prácticas de competencia reguladas de manera efectiva, dentro de los límites definidos de un guion de convivencia y alternancia democrática. Pero también puede ocurrir que las cosas terminen saliéndose de control, desbordando el guion programado y generando un momento histórico en que la trama electoral pone en juego perspectivas, intereses y posiciones que atañen a la lógica fundamental del poder social establecido; es decir, a las condiciones de hegemonía y dominación, los pactos e imposiciones de poder —explícitos e implícitos— que conforman la urdimbre básica de todo orden social, así como a las perspectivas de futuro que movilizan a los distintos actores.
Al fin y al cabo, ocurre que el funcionamiento de la política implica siempre un juego riesgoso de equilibrios delicados entre la legitimidad de las normas, los tipos de actores movilizados, el carácter de los intereses en disputa y el grado de las pasiones en la arena de competencia. Este último elemento puede comprenderse mejor de acuerdo con la fórmula de Weber, expresada en sus célebres conferencias de 1919 sobre la distinción vocacional entre el quehacer político y el científico.
La vocación política incluye un ingrediente indispensable de pasión, que conduce a asumir la acción política mediante un sentido de entrega vital, compromiso y devoción a una causa. Pero también requiere el tamiz o contrapeso de un sentido de responsabilidad que permite asumir la política como acción creadora, socialmente fértil, esencialmente distinta al tipo de acción que encierra la jaula de hierro burocrática. Probablemente, en el entronque entre pasión y responsabilidad se define la posibilidad democrática de todo juego político; es decir, del sentido y consecuencias de la lucha o competencia por el poder.
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La experiencia de las últimas elecciones presidenciales ocurridas en el Perú conduce a pensar una y otra vez en aquello que pudo fallar. ¿Fueron las normas o los comportamientos? ¿Fueron las instituciones o más bien los políticos y otros actores? Tal vez la respuesta no se encuentre tanto en el plano de lo previsible, sino más bien en el ámbito —siempre contingente pero a la vez indispensable— de la búsqueda de un equilibrio entre las pasiones políticas y las responsabilidades democráticas. Porque no hay duda de que en medio de una situación crítica espantosa, vinculada a factores como el terrible impacto de la pandemia de COVID -19, el retroceso económico y el deterioro político-institucional del país, el proceso electoral terminó añadiendo más leña al fuego de la crisis. Como resultado de ello, las esperadas elecciones del bicentenario se convirtieron en una lucha sin cuartel entre sectores políticos prácticamente convertidos en enemigos irreconciliables, una lucha fratricida en un país arrasado por el vendaval de una coyuntura de crisis con múltiples factores concurrentes.
Felizmente, la experiencia límite que nos tocó vivir a todos los peruanos y peruanas durante las elecciones no culminó en una interrupción golpista del orden democrático, ni en un abierto enfrentamiento violento entre los actores en pugna. En medio del fragor de las elecciones, no fueron pocos los rumores y temores en torno a dichas posibilidades. Pero, al fin y al cabo, tal como reza un viejo refrán, la sangre no llegó al río. De modo que un primer elemento de balance general consiste en destacar que la sucesión presidencial finalmente alcanzada, merced a la proclamación de Pedro Castillo como ganador de las elecciones, contribuye a fortalecer el vigente régimen democrático peruano. Desde la transición ocurrida a inicios del presente siglo, el Perú vive el periodo de sucesión electoral y estabilidad democrática más prolongado de su historia republicana. Claro que el sacudón de vacancias presidenciales, escándalos de corrupción y movilización callejera de los últimos años amenazó seriamente dicho panorama. Pero justamente por ello la realización de las elecciones de 2021 en pleno contexto conmemorativo del bicentenario ofrecía la posibilidad de ratificar la vigencia democrática, y permitía además el reemplazo del breve gobierno de transición de Francisco Sagasti. El flamante gobierno del “profe” Pedro Castillo representa por ello no solo el inédito acceso al poder de un polifacético político de origen provinciano y popular —un maestro rural, campesino, rondero y dirigente sindical—, sino también el triunfo en las urnas de la alternancia y continuidad democrática.
En el tramo inicial, una primera vuelta limitada por diversas restricciones sanitarias y novedosas reglas electorales, así como por la fragmentación de un debilitado grupo de actores políticos, se reflejó en una dispersión de alternativas —con 18 “minicandidatos” en carrera (Meléndez, ed., 2021)— que llevó las cosas hacia un resultado sorpresivo. Más allá de todo pronóstico previo, el escrutinio arrojó una sumatoria de minorías que mostró el hundimiento de algo como un centro político, pero además sacó a flote dos cosas adicionales: el riesgo de una polarización en cierne y el sorprendente triunfo de Pedro Castillo, candidato del partido Perú Libre. Castillo pasó del anonimato propio de una candidatura prácticamente desconocida y una campaña silenciosa a convertirse en protagonista de un fenómeno electoral que en las dos últimas semanas previas al 11 de abril lo hizo remontar a todos sus oponentes, hasta ocupar el primer lugar con el 18,9% de votos válidos (seguido por Keiko Fujimori, que obtuvo el 13,4% de respaldo).
Posteriormente, una segunda vuelta realmente encarnizada terminó colocando frente a frente no solo a dos candidatos y partidos de diferente talante, El bullicio de la competencia se prolongó más allá de lo estrictamente electoral, terminando de desbordarse hacia otras arenas de lucha y abarcando ámbitos muy distintos de orden político, jurídico, judicial, mediático, ideológico-intelectual e incluso novedosos movimientos sociales en las calles.