AGRADECIMIENTOS
Toda publicación es una creación colectiva donde se mezclan experiencias, citas y aportes de la más variada naturaleza. Por ello en este espacio agradezco a todas y todos quienes colaboraron con este libro de diversas formas y desde distintos sectores: autoridades, funcionarios en servicio activo y en retiro de las Fuerzas de Orden y Seguridad, académicos, y especialmente a las chilenas y chilenos de diferentes territorios que me recibieron con espíritu de diálogo en tiempos en que cuesta tanto conversar.
Debo reconocer también el apoyo de Cristóbal Barra, Mauricio Pérez, Ángeles Fernández, Claudio Rodríguez, María Jesús Mella y Carolina Frêne, quienes a través de sus sugerencias, ideas y comentarios me ayudaron a comprender mejor un mundo que hasta hace no mucho me era bastante ajeno y a mirar siempre un poco más allá.
Espero que este trabajo pueda estar a la altura de la confianza depositada en mí por Editorial Catalonia, a cuyo alero tengo nuevamente la posibilidad de publicar.
Confío que nuestro país, en medio de un nuevo e incierto ciclo político, sabrá transitar hacia una renovada forma de entendimiento en la que prime el diálogo y la reflexión crítica, de modo tal que podamos comprender y anticiparnos de mejor manera a los fenómenos que van dando forma a la vida en comunidad. La (in)seguridad es uno de ellos, tal vez el más crítico de todos.
Capítulo 1:
USURPACIÓN
LA TELEVISIÓN PENETRA
Los discursos mediáticos emitidos por televisión ocupan desde hace mucho tiempo un espacio relevante en el debate público. Se manifiestan allí las opiniones que “representan” la realidad, las visiones del país y del mundo. Hace décadas, los relatos que no tenían cabida desde el punto de vista audiovisual presentaban muy pocas posibilidades de incidencia, de modo que quienes gobernaban y quienes pretendían gobernar debían ocupar cada segundo con precisión, inteligencia y masividad. La fuerza de una imagen en las tres primeras décadas desde el retorno a la democracia podía sin duda cambiar la agenda de un gobierno y la percepción de la ciudadanía. Hemos visto de sobra cómo los relatos construidos desde los medios de comunicación, como la TV , han mostrado un Chile que no necesariamente representa lo que llamamos realidad. Con la irrupción de nuevas plataformas y el reinado de las fake news , la última década ha llevado las cosas al extremo, pero eso es otro análisis.
El año 2009 nos ofreció uno de esos hitos televisivos que quedarán en el registro de la memoria audiovisual y política del país, cuando un irónico e impulsivo Francisco Vidal ejercía como vocero en el primer gobierno de la presidenta Michelle Bachelet. En la mañana de aquel día, Vidal declaró que la percepción de violencia estaba claramente relacionada con la forma en que la TV emitía sus contenidos, ejemplificando con los 5 crímenes que abrían la pauta del noticiario en Chilevisión.
Recuerdo aquella nota, que les invito a revisar en YouTube, porque muestra dos aspectos que son centrales para entender a la política y a los medios de comunicación en su relación con la violencia.
Allí, Francisco Vidal hace gala de sus conocidas dotes de comunicador para tratar de situar el tema de la violencia fuera del alcance del gobierno, reduciéndolo, minimizándolo y poniendo a la TV como la principal responsable de su amplificación. El argumento central usado por el entonces portavoz es que existe una intencionalidad manifiesta de los medios, tanto es así que incluso termina diciéndole al entrevistador: “Te va a felicitar Piñera”, en ese entonces candidato presidencial opositor.
Al mismo tiempo se hace evidente que el periodista y conductor televisivo Matías del Río busca transmitir que el canal, cual blanca paloma, solo muestra lo que ocurre en la sociedad chilena, desconociendo con ello la tremenda influencia que tiene la TV en marcar tendencias culturales, políticas y sociales. El exministro se basaba en las cifras. Si eran bajas, no había que hacer alarma pública. El entrevistador, mientras tanto, mostraba un país donde nadie podía caminar por las calles.
El 2009 concluíamos una etapa en la que la centroizquierda seguía creyendo que la razón estaba de su lado y en la que todos repetimos el discurso de Francisco Vidal. ¿Podríamos haber estado equivocados?
El año siguiente, El Mercurio titulaba “Por segundo año consecutivo, Chile es la nación con los índices de peligrosidad más bajos de la región junto con Uruguay y Costa Rica”, en alusión a un informe de FTI Consulting que destacaba, entre otras cosas, el respeto a las fuerzas de seguridad (Carabineros) y la prevalencia de delitos comunes de menor gravedad, como robos simples o sustracción de vehículos.
La centroizquierda asumió con propiedad este discurso de Vidal, según el cual, aunque la delincuencia estaba siendo sobreexplotada por algunos medios de comunicación acostumbrados a la crónica roja, seguíamos siendo un país seguro de acuerdo con los indicadores. En contraste, el presidente recién electo, Sebastián Piñera, había ganado en las votaciones asegurando que “a los delincuentes se les acabó la fiesta”, en uno de sus más famosos carteles publicitarios de campaña.
El gobierno, la primera administración de derecha elegida democráticamente después de Jorge Alessandri en 1958, comenzaba a estrenar su diseño en materia de seguridad con Rodrigo Hinzpeter encabezando el Ministerio del Interior; con un empresario de la seguridad privada, Jorge Nazer, a cargo de la División de Seguridad Pública, y utilizando “la huella del estilo y políticas del presidente de Colombia Álvaro Uribe”, según consignaba el Centro de Investigación Periodística (Ciper).
El 11 de marzo de 2010, con 42 años, asumí como uno de los senadores más jóvenes del país en representación de La Araucanía Norte. En una de mis primeras tareas debí escoger comisiones, o al menos manifestar preferencias para que luego mi comité decidiera con cuáles se queda cada uno en función del peso electoral de cada partido de la entonces oposición. Nunca se me pasó por la mente escoger la comisión de seguridad pública, pues genuinamente no sentía que fuera algo primordial para los sectores que votaban por el progresismo, y también porque debía diferenciarme del segundo senador de mi entonces circunscripción N°14, Alberto Espina, que ostentaba el título de “Sheriff de La Araucanía”. De esa forma, Educación y Obras Públicas fueron mis primeros intereses.
Once años después, y apenas se abrió un espacio de mi bancada en la comisión de seguridad del Senado, no dudé un segundo y pedí que se considerara mi nombre para integrarla. Hacía ya un tiempo, particularmente desde los hechos posteriores al estallido social cuando coincidentemente fui presidente del Senado, había crecido mi inquietud por abordar de manera más profunda —y no solo desde la “cuña” que siempre piden los medios de comunicación— las materias relativas a la crisis de orden público desatada en paralelo a las históricas manifestaciones pacíficas que estaban cambiando el curso de la nación. También, por cierto, me motivó la realidad de La Araucanía, donde los hechos de violencia habían ido escalando exponencialmente en el último tiempo.
Sin embargo, la violencia no es una situación exclusiva de La Araucanía ni responde solo a episodios acotados al estallido social. En once años muchas cosas han cambiado en Chile y el mundo. Los “lanzazos” y robos de autos estacionados dieron paso a las “balas locas” (disparos que en una balacera se dirigen en distintas direcciones) , a las encerronas en las que mueren niños, a los “abordazos” para apuñalar personas por un celular o al absoluto reinado de las bandas de narcos en algunas poblaciones. La tasa de homicidios alcanzó su peak el año 2020, en medio de las restricciones de movilidad propias de la pandemia del Covid-19, registrando un aumento de 46% en tan solo 5 años, con el 60% de estos crímenes acaecidos en la vía pública. Escenas como las de los sicarios del antiguo Medellín que veíamos en libros o películas, o la contratación de guardaespaldas por parte de quienes tienen la capacidad económica para hacerlo son algo que hace una década parecía imposible en Chile. No obstante, hoy ocurre con mayor frecuencia de lo que pensamos. Sumado a ello, somos testigos de la casi completa deslegitimación de Carabineros luego de los múltiples casos de violaciones a los derechos humanos y de escándalos financieros que se arrastran en el tiempo.
Página siguiente