Álex Ander - Divine: La historia de la mujer más hermosa del mundo (casi)

PRÓLOGO

por VALERIA VEGAS

Descubrir a Divine es una experiencia inexplicable. Después, cuando continúas viéndola en repetidas ocasiones, sigue siendo algo disfrutable, mágico y fascinante, pero ese primer momento en que entra en tu retina resulta inolvidable. En ese preciso instante comprendes que la provocación puede ser un arte y que hay talentos que solo tienen cabida en el siglo XX, ni tan siquiera en el actual, tan tambaleante y en pleno retroceso.

Recuerdo perfectamente mi primera toma de contacto con la que pronto fue denominada la reina de las drags. Mis primas, más mayores, me dejaron una cinta con una película grabada tiempo atrás. Las mismas primas que me travestían con sus trajes de flamenca cuando acudía a su casa con tan solo cinco años. Vamos, que sabían el percal. Aquel VHS contenía Hairspray, grabada, según intuí después, del pase que hizo la segunda cadena en el año 1993. Solo podía ser la segunda cadena, y solo podían ser mis primas las que me abriesen esa puerta. Me enamoré de Ricki Lake, las canciones, sus bailes, los secundarios... Pero sobre todo me fascinó Edna Turnblad, esa madre harta de planchar que sobresalía de la pantalla, no solo en una cuestión de kilos, sino de puro magnetismo hasta cuando levantaba una ceja. En ese momento desconocía que era el personaje más dulce que había hecho Divine, pero sí sabía de antemano que se trataba de un actor interpretando a una señora, y lo hacía increíblemente bien. Todas esas sensaciones, a mis quince años, me hicieron más libre. Pasado un mes, y tras ver la película cada cuatro o cinco días, les pedí a mis primas quedarme con la cinta. Todavía la conservo, porque además está grabada con los anuncios y eso la convierte en reliquia por partida doble. El disgusto llegó cuando me dijeron que Divine estaba muerta. Hasta ahí había llegado su carrera. Acababa de descubrir a alguien que tenía punto final. De manera que, a partir de entonces, me dediqué a rebuscar su legado. Todo lo que la precedía fue como una bomba explosiva. Sus canciones, sus papeles de villana, sus sesiones de fotos. Recuerdo ahorrar la paupérrima paga semanal y acudir a la primera librería LGTBQ que hubo en Valencia (El Cobertizo) para comprar un libro de importación sobre ella, con mi pésimo nivel de inglés, pero que valía la pena por todas esas maravillosas fotografías, posando como la mejor de las supermodelos.

Que por fin se edite en España un libro sobre la figura de Divine es muy de agradecer. Demuestra que en este país sigue quedando espacio para la contracultura, para reivindicar todo aquello que rompe con lo establecido y no solo se sale de las normas, sino que se ríe de ellas. Divine sigue siendo una bofetada incluso más de tres décadas después de su muerte y viene a demostrarnos que nada era tan moderno alrededor como nos han hecho creer. Sin ir más lejos, Pink Flamingos no llegó a España hasta 1978, en una efímera proyección de la filmoteca, donde los subtítulos eran en francés. Tanta transición democrática para que luego llegue una obra de culto y sea ninguneada de tal manera. La misma película se repuso en 1984 en los cines Alphaville, que la mantuvieron en cartelera durante seis meses, coincidiendo con los conciertos que Divine dio en nuestro país. Afortunados aquellos que pudieron disfrutarla sobre el escenario, bien fuese en Madrid, en Barcelona, en Ibiza o en alguna de las otras ciudades donde actuó. En 1989 Luis García Berlanga seleccionó Pink Flamingos para su ciclo personal en la Filmoteca Nacional, y no fue hasta 1993 cuando Televisión Española decidió emitir dicha película por vez primera. Para entonces, y gracias a Paloma Chamorro, la cadena ya tenía una entrevista de Divine en su archivo, con corresponsal de por medio en Nueva York, en el programa La edad de oro. El periodista Ángel Casas, avispado donde los haya, aprovechó su presencia en Barcelona para llevarla a actuar a su show en la autonómica catalana. En definitiva, pequeños momentos que demuestran que Divine tenía cabida en nuestro país, cerrando el círculo con el libro que ahora tienen entre manos. Incluso su fallecimiento fue noticia en todos los diarios de tirada nacional.

Es cierto que no se entiende a Divine sin John Waters, pero tampoco a John Waters sin Divine. El cineasta perfiló ese personaje junto a ella, dándole forma y actitud, pero hacía falta alguien capaz de defenderlo con la misma presencia que la mejor actriz de Hollywood. Hacía falta un hombre valiente, sensible, profesional y con un gran sentido del humor. Y ahí estaba Harris Glenn Milstead, dispuesto a convertir en realidad todo un personaje de ficción, del mismo modo que Sean Connery nos hace creer en James Bond o Cassandra Peterson nos entregó para siempre su Elvira. La figura de Divine, en todo su concepto, sigue siendo hoy un revulsivo, más aún si tenemos en cuenta que una parte del colectivo LGTBQ camina hacia lo puramente normativo. Su imagen, con la lengua fuera o guiñando un ojo, nos sigue diciendo que se puede ser bella con más de cien kilos. Que el exceso de maquillaje nunca es exceso y que la libertad no debería tener límites. Le bastaron tan solo una decena de largometrajes y unas cuantas canciones para dejar huella. Una huella imborrable que ahora Álex Ander logra reivindicar con cariño y meticulosidad. No lo duden, Divine es inmortal.

INTRODUCCIÓN

La de Divine es una historia de esperanza. La que genera ver a un chaval acosado por otros niños que tuvo la suerte de toparse un día con otros marginados que le aceptaron y quisieron sin condiciones y, sobre todo, supo reír el último.

También es una historia sobre talento y creatividad artística. A fin de cuentas, Divine consiguió tirar de disciplina y sentido del humor para exagerar todo aquello que los demás odiaban de él y proyectar su ira contenida en los revolucionarios e inolvidables personajes a los que dio vida durante su carrera.

Es una historia de encuentros y desencuentros. La de un hombre que libró una dura batalla para vencer sus adicciones e inseguridades y que luchó contra las normas de una industria cinematográfica pacata y empecinada en encasillar a los actores. Un joven rebelde que pasó años enemistado con sus padres, pero logró reconciliarse a tiempo con ellos para compartirles sus éxitos y fracasos profesionales.

Por supuesto, es una historia de transgresión inintencionada. La de un tipo capaz de revolucionar el (hasta entonces aburrido) mundo del drag, desafiando para ello las normas de género, las convenciones culturales y las nociones preconcebidas de belleza. Además, a Divine no le hizo falta erigirse en adalid de los derechos del colectivo LGTBI ni interesarse por el activismo político para inspirar a varias generaciones de jóvenes y adultos con su actitud y estilo de vida, basados en el «sé fiel a ti mismo, adora tu vida y pasa totalmente de lo que opinen los demás».

Pero, sobre todo, es la historia de un artista serio y perseverante que deseaba con todas sus fuerzas ser famoso y lo logró —participando en películas independientes de bajo presupuesto y sin apoyo alguno de los medios de comunicación mainstream, eso sí—. Una estrella inmortal que, sin lugar a dudas, revolucionó por completo la cultura pop del siglo XX.

¿Se puede ser más divine?

DE DREAMLAND A DISGRACELAND: JOHN WATERS Y SU PANDILLA

El mundo del cine independiente no volvió a ser lo mismo después de que un tal John Waters comenzase su carrera. Porque Dios Waters no creó el mundo en siete días, pero puso en pie algo mucho mejor sacándose de la manga una especie de microcosmos punk en forma de productora de cine llamada Dreamland (‘tierra de los sueños’). El director de cine estadounidense, nacido en Baltimore (Maryland) en abril de 1946, se crio con sus padres y sus tres hermanos y creció obsesionado con la Malvada Bruja del Oeste de aquella excéntrica película de Victor Fleming titulada El mago de Oz (1939). John pasó la mayor parte de su infancia acudiendo constantemente al cine y estudió durante un tiempo en una escuela secundaria católica donde se aburría como una ostra y las monjas les leían a sus alumnos listados de películas condenadas al infierno. Las mismas que él, intrigado, corría a visualizar allá donde fuese.