Las estancias de Malraux en Indochina y en China inspiraron sus primeras novelas: Los conquistadores (1928), La vía real (1930) y La condición humana (1933). Esta última repasa las acciones de un grupo de revolucionarios en la China de los años treinta, con la insurrección de Shanghái en 1927 como telón de fondo. En este marco histórico, los destinos individuales se cruzan y encarnan lo trágico de la condición humana. La novela obtiene el Premio Goncourt en 1933 y otorga una gran notoriedad al autor.
Resumen
El comerciante de armas
La acción se sitúa en China, en marzo de 1927, en vísperas de la insurrección comunista. Chen, encargado de asesinar a un comerciante de armas para recuperar un documento de entrega de armas del que se quieren apropiar los revolucionarios, se queda ensimismado contemplando al hombre que debe matar, que duerme bajo una mosquitera. Aunque está atenazado por la angustia y la fascinación, termina por apuñalarle.
A continuación, se dirige a la tienda de Hemmelrich, donde entrega el documento a Kyo y a Katow, jefes comunistas y organizadores de la insurrección instaurada junto a los nacionalistas de Chiang Kaishek, lo que genera tensiones entre ambas partes. Kyo paga al lunático barón de Clappique para que mande mover el Shang-Tung, el barco donde se encuentran las armas. Cuando vuelve a su casa, su mujer May le anuncia que se ha acostado con otro hombre. Kyo no puede evitar que lo invada el dolor y la humillación, pero Clappique los interrumpe para informar a Kyo de que ha ordenado desplazar el barco.
Por su parte, Chen le cuenta a Gisors, el padre de Kyo, que ha matado a alguien por primera vez. Desde entonces, se ha apoderado de él una extraña fascinación. También le revela que se siente solo, y que tiene la impresión de que está separado del resto de los hombres. Gisors se muestra impotente ante esta confesión.
La insurrección
Katow y sus hombres, disfrazados de soldados del Gobierno, montan a bordo del Shan-tung y se hacen con las armas. Más tarde, se unen a Kyo y se van a distribuir las armas a las distintas secciones de combate de la ciudad. La insurrección puede comenzar. Al día siguiente, a las 11 de la mañana, se instaura la huelga general. Ferral, el presidente de la Cámara de Comercio francesa, y Martial, el director de la policía, hablan sobre los acontecimientos. El ejército revolucionario, liderado por Chiang Kaishek, representante de los nacionalistas del Kuomintang, entra en Shanghái.
Comienza la insurrección. Chen está a la cabeza de un grupo de combate. Desarman dos puestos de policía. Ferral y Martial siguen el avance de los insurgentes. Cuando Ferral recibe al dirigente de los bancos de Shanghái, lo convence de que apoye financieramente a Chiang Kaishek: quiere evitar la instauración de un gobierno comunista para proteger sus intereses económicos y comerciales. Una vez que los comunistas hayan sido aplastados, volverán los capitales y el gobierno de Chiang Kaishek se convertirá en un socio comercial privilegiado.
Al día siguiente, Kyo, Chen y Katow debaten acerca de la estrategia que hay que adoptar frente al creciente poder de los «burgueses» (Malraux 1997, 93) del Kuomintang. Los comunistas han sido arrinconados dentro del gobierno revolucionario, que quiere desarmar las secciones obreras. Al final, el ejército revolucionario llega y confirma la victoria total de los insurgentes.
Entregar las armas
Para conocer la posición del partido comunista, Kyo decide ir a Han-Kow, sede de las fuerzas comunistas. Allí, se encuentra con Vologuin, representante de la Internacional Comunista, a quien expone las reivindicaciones de los obreros de Shanghái, sus deseos de no entregar las armas y de abandonar el Kuomintang. Pero Vologuin hace trizas sus ilusiones: Moscú ha dado la orden de entregar las armas y de esperar. Llega a su vez Chen para defender su proyecto de asesinar a Chiang Kaishek: a pesar de las órdenes, se marcha, resuelto a matarlo. Kyo, dividido entre la obediencia al partido comunista y la confianza de sus camaradas, decide, por su parte, mantener las secciones obreras.
Tras un atentado fallido contra Chiang Kaishek, Chen, ayudado por Suen y por Pei, va a casa de Hemmelrich, que se niega a acogerlos con sus bombas. No quiere poner en peligro a su familia. Desesperado, Chen decide tirarse bajo las ruedas del coche de Chiang Kaishek con la bomba.
Clappique se reúne con un policía llamado Chpilewski, que le aconseja que abandone la ciudad, puesto que se le busca por un asunto de barcos (Malraux 1997, 121). Clappique se dirige enseguida a casa de Kyo para avisarle de la amenaza que pesa sobre él por el episodio del Shang-tung. Kyo entiende que ha empezado la represión contra los comunistas, pero a pesar del peligro, decide ir al comité acompañado por May.
El atentado
Katow va a casa de Hemmelrich con la esperanza de encontrar allí a Chen. Por su parte, Hemmelrich está avergonzado por no haber acudido en su ayuda. Exaltado por la mística del acto terrorista, Chen se tira bajo las ruedas del coche de Chiang Kaishek, aunque después nos enteramos de que el general no se encontraba dentro del vehículo. El joven revolucionario recobra la conciencia y se mata con su revólver.
Esa misma noche, Chiang Kaishek manda aplastar a los comités comunistas: Clappique tiene que encontrarse con Kyo para informarlo, pero está jugando a la ruleta, deja pasar el tiempo y no llega a verlo. Tras haber esperado en vano a Clappique, Kyo y May acuden a la reunión del comité: de camino, Kyo es arrestado. Se lo llevan provisionalmente a la prisión de derecho común, un lugar abyecto y espantoso. Para que Kyo no sea fusilado, Clappique media con König, el jefe de seguridad del general. Sin embargo, este último, movido por su odio hacia los comunistas, lo condena a muerte. Sin embargo, Kyo escapará a la tortura al suicidarse con cianuro. Destrozados por el dolor, May y Gisors velarán su cuerpo.