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Alexandre Dumas - La Marquesa de Brinvilliers - Urbain Grandier - Vaninka

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Alexandre Dumas La Marquesa de Brinvilliers - Urbain Grandier - Vaninka
  • Libro:
    La Marquesa de Brinvilliers - Urbain Grandier - Vaninka
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1840
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La Marquesa de Brinvilliers - Urbain Grandier - Vaninka: resumen, descripción y anotación

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Es una colección de 18 libros de Alejandro Dumas algunos en colaboración con - photo 1

Es una colección de 18 libros de Alejandro Dumas, algunos en colaboración con otros autores, sobre la vida de criminales famosos y sobre la muerte de prominentes personajes de la historia. Fueron publicados originalmente en Paris en 8 volúmenes entre 1839 a 1841.

A continuación presentamos una muy breve síntesis de los libros aquí expuestos:

La Marquesa de Brinvilliers: Durante los años del 1660 al 1672 se desarrolla esta historia, donde la marquesa, con la ayuda de su amante, envenena a sus padres y hermanos para heredar la fortuna de la familia. Descubierta y torturada para lograr una confesión, fue obligada a ingerir 16 pintas de agua y luego fue quemada en la hoguera.

Urbain Grandier: Es la historia de un sacerdote católico francés que fue quemado en la hoguera en 1634. Es una historia de envidias e intrigas, donde el sacerdote fue injustamente acusado y sentenciado por presuntos pactos con el diablo y por inapropiada conducta sexual.

Vaninka: La acción ocurre en 1800 en San Petersburgo, durante el Zar Pablo I, y su participación en la segunda coalición contra Francia. Vaninka, la hija de un general ruso, se ve involucrada en la muerte accidental de su enamorado y luego en otros crímenes para encubrir la misma.

Alexandre Dumas La Marquesa de Brinvilliers - Urbain Grandier - Vaninka - photo 2

Alexandre Dumas

La Marquesa de Brinvilliers - Urbain Grandier - Vaninka

Crímenes célebres - 1

ePub r1.1

Pepotem2 08.09.14

Título original: Les crimes célébre

Alexandre Dumas, 1840

Traducción: Marcial Busquets & M. Angelon & E. de Inza

Editor digital: Pepotem2

ePub base r1.1

LA MARQUESA DE BRINVILLIERS 1676 En una hermosa tarde de otoño a finales del - photo 3
LA MARQUESA DE BRINVILLIERS (1676)

En una hermosa tarde de otoño, a finales del año 1665, se había agolpado un gentío considerable en la parte del puente nuevo que da a la calle Delfina. El objeto que se hallaba en el centro de aquella reunión y que llamaba la atención pública era un coche enteramente cerrado, y cuya portezuela se empeñaba en abrir un celador, mientras que de los cuatro alguaciles que formaban su comitiva, dos detenían los caballos al mismo tiempo que los otros dos sujetaban al cochero, quien no había contestado de otro modo a las intimidaciones que se le habían hecho más que intentando poner los caballos al galope. Hacía rato que duraba aquella especie de lucha, cuando abriéndose de repente —y con violencia— una de las portezuelas, salta del coche un oficial joven, con uniforme de capitán de caballería, y vuelve a cerrar acto seguido la portezuela, pero no con tanta presteza como para que los que estaban más cerca no hubiesen tenido tiempo de distinguir en el fondo del coche a una mujer envuelta en un manto y cubierta con un velo, quien, por las precauciones que había tomado para ocultar su rostro, parecía tener mucho interés en no ser reconocida.

—Caballero —dijo el joven dirigiéndose al celador con tono altivo e imperioso—, como presumo que, a menos que os equivoquéis, es sólo conmigo con quien tenéis que ver, os ruego que me enseñéis la orden que sin duda tendréis para detener mi coche; y ahora que ya no estoy dentro, os requiero que deis orden a vuestras gentes para que le dejen proseguir su camino.

—Ante todo —respondió el celador, sin intimidarse por aquel tono de importancia y haciendo seña a los alguaciles de no soltar al cochero ni a los caballos—, tened la bondad de contestar a mis preguntas.

—Ya escucho —respondió el joven, esforzándose visiblemente por aparentar serenidad.

—¿Sois vos el caballero Gaudin de Saint Croix?

—El mismo.

—¿Capitán del regimiento de Tracy?

—Sí, señor.

—Entonces quedáis preso en nombre del rey.

—¿En virtud de qué orden?

—En virtud de esta orden de arresto.

Pasó el caballero una rápida ojeada sobre aquel papel que le presentaban, y reconociendo la firma del jefe de seguridad pública, ya no se ocupó sino de la mujer que había quedado dentro del carruaje. Insistió, pues, en su primera demanda:

—Está bien, caballero —dijo al celador—, pero en esta orden sólo de ni nombre se hace mención, y os lo repito, no os autoriza para exponer a la curiosidad pública, como lo hacéis, a la persona que yo acompañaba cuando me habéis detenido. Vuelvo a rogaros, pues, que deis orden a vuestros dependientes para que dejen proseguir libremente su camino al coche, y luego quedo a vuestra disposición.

Es de suponer que aquella petición pareciera muy justa al dependiente de seguridad pública, cuando inmediatamente indicó por señas a sus gentes que dejaran partir al cochero y a los caballos. Y, como si estos no aguardaran más que la señal para marchar, atravesaron la muchedumbre, que se apartó para dejar paso, llevándose precipitadamente a la señora por la cual tanto interés acababa de manifestar el detenido.

Este, como lo había prometido, no opuso la menor resistencia. Siguió a su conductor durante algunos instantes por entre el gentío —cuya atención llamaba ya él sólo—, y al llegar a una esquina del malecón del Reloj, a cierta señal del celador, se acercó un coche simón que estaba allí oculto. Subió Saint Croix en él, con la misma altivez y desdén que había manifestado durante la escena que acabamos de describir, colocóse a su lado el celador, dos dependientes subieron a la trasera y los otros dos, en virtud seguramente de una orden que antes recibieran, se retiraron, diciendo al cochero:

—¡A la Bastilla!

Permítannos ahora nuestros lectores que les hagamos entrar en mayor conocimiento del personaje que primero presentamos en la escena de esta historia.

El caballero Gaudin de Saint Croix, de origen desconocido, era, según decían unos, hijo bastardo de un gran señor; otros, por el contrario, afirmaban que era hijo de padres pobres y que, no pudiendo soportar la humildad de su nacimiento, pretería una brillante deshonra, aparentando lo que no era en realidad. Todo lo que se sabía de positivo era que nació en Montoban; y en cuanto a su estado social, que era capitán del regimiento de Tracy.

En la época en que empieza esta historia, esto es, finales del año 1665, Saint Croix contaba de unos veintiocho a treinta años. Era un joven de muy buena figura, de fisonomía atractiva y llena de expresión, compañero alegre, de broma, y valiente capitán, cuyo placer consistía en el placer de los demás. Tenía un carácter tan voluble que participaba tanto en un proyecto piadoso como en una francachela; fácil en enamorarse, celoso hasta el extremo, aun de mujer de mala nota con tal que esta le hubiese caído en gracia; pródigo como un príncipe, sin que renta alguna sostuviera aquella prodigalidad; en fin, sensible a la injuria, como todos los que colocados en una posición excepcional se figuran que todo el mundo tiene intención de ofenderles aludiendo a su origen.

Veamos ahora la serie de circunstancias que habían conducido a Saint Croix hasta el punto en que lo hemos encontrado al principio.

En el año de 1660, hallándose Saint Croix en el ejército, contrajo relaciones con el marqués de Brinvilliers, coronel del regimiento de Normandía. Ambos de la misma edad, de una misma carrera, con prendas y defectos casi comunes, bien pronto un sencillo conocimiento se trocó en una sincera amistad; de manera que al dejar el ejército el marqués de Brinvilliers, no sólo presentó a Saint Croix a su esposa, sino que le hospedó en su misma casa.

Una amistad tan indiscretamente contraída no podía menos de producir los resultados de siempre. La marquesa de Brinvilliers rayaba entonces en los veintiocho años, y hacia nueve, esto es, en 1651, que se había casado con el marqués, dueño de una renta de treinta mil libras, y al que le llevó en dote doscientas mil libras, sin contar con lo que debía heredar. Llamábase María Magdalena, y tenía dos hermanos y una hermana; su padre, el caballero de Dreux d’Aubray, era lugarteniente civil del Chatelet de París.

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