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Alexandre Dumas - De París a Cádiz

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Alexandre Dumas De París a Cádiz
  • Libro:
    De París a Cádiz
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1847
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De París a Cádiz: resumen, descripción y anotación

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Madame En el momento de mi partida me hizo usted prometer que le escribiría - photo 1

«Madame,

En el momento de mi partida me hizo usted prometer que le escribiría, no una carta sino tres o cuatro volúmenes de cartas. Tenía razón. Ya conocía el ardor con que me entrego a las grandes cosas, mi tendencia a olvidar las pequeñas, mi gusto por dar, y que no me gusta dar a cambio de poco. Lo prometí; y ya lo ve, al llegar a Bayona empiezo a cumplir mi promesa.

No me hago el modesto, Madame, y no disimulo que las cartas que le envío serán impresas. Confieso además, con la impertinente ingenuidad que, según sea el carácter de quienes me rodean, me hace tan buenos amigos de los unos y tan fervientes enemigos de los otros; confieso, decía, que las escribo con esa convicción; pero esté tranquila, tal convicción no cambiará en nada la forma de mis epístolas. El público, desde que entré en relación con él hace ya quince años, siempre ha querido acompañarme por las diversas sendas que he recorrido y en ocasiones trazado, en medio de ese vasto laberinto de la literatura, desierto siempre árido para unos, eterna selva virgen para los otros. También esta vez, así lo espero, el público me acompañará con su habitual benevolencia por el camino familiar y caprichoso al cual lo llamo a seguirme, y en el que retozaré por primera vez. Por lo demás, nada perderá por ello el público: un viaje como éste que emprendo, sin itinerario trazado, sin ningún plan a seguir, un viaje sometido, en España, a las exigencias de las rutas y, en Argelia, al capricho de los vientos; un viaje semejante se encontrará maravillosamente a gusto en la libertad epistolar, una libertad casi ilimitada, que permite descender a los detalles más vulgares y alcanzar los temas más elevados».

Alexandre Dumas

Alexandre Dumas De París a Cádiz Impresiones de viaje ePub r10 Titivillus - photo 2

Alexandre Dumas

De París a Cádiz

Impresiones de viaje

ePub r1.0

Titivillus 14.06.16

Título original: Impressions de voyage: De Paris à Cadix

Alexandre Dumas, 1847

Traducción y notas de: Ariel Dilon y Patricia Minarrieta

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Nota del editor Los traductores han respetado las transcripciones erróneas de - photo 3

Nota del editor Los traductores han respetado las transcripciones erróneas de - photo 4

Nota del editor

Los traductores han respetado las transcripciones erróneas de Alexandre Dumas, especialmente en los nombres propios —Pose por José, Rabieca por Babieca…—, a fin de mantener la forma en que el autor los entendió y así provocar la sonrisa del lector, quien fácilmente advertirá las maneras del viajero francés.

I

Bayona, noche del 5 de octubre.

Madame,

En el momento de mi partida me hizo usted prometer que le escribiría, no una carta sino tres o cuatro volúmenes de cartas. Tenía razón. Ya conocía el ardor con que me entrego a las grandes cosas, mi tendencia a olvidar las pequeñas, mi gusto por dar, y que no me gusta dar a cambio de poco. Lo prometí; y ya lo ve, al llegar a Bayona empiezo a cumplir mi promesa.

No me hago el modesto, Madame, y no disimulo que las cartas que le envío serán impresas. Confieso además, con la impertinente ingenuidad que, según sea el carácter de quienes me rodean, me hace tan buenos amigos de los unos y tan fervientes enemigos de los otros; confieso, decía, que las escribo con esa convicción; pero esté tranquila, tal convicción no cambiará en nada la forma de mis epístolas. El público, desde que entré en relación con él hace ya quince años, siempre ha querido acompañarme por las diversas sendas que he recorrido y en ocasiones trazado, en medio de ese vasto laberinto de la literatura, desierto siempre árido para unos, eterna selva virgen para los otros. También esta vez, así lo espero, el público me acompañará con su habitual benevolencia por el camino familiar y caprichoso al cual lo llamo a seguirme, y en el que retozaré por primera vez. Por lo demás, nada perderá por ello el público: un viaje como éste que emprendo, sin itinerario trazado, sin ningún plan a seguir, un viaje sometido, en España, a las exigencias de las rutas y, en Argelia, al capricho de los vientos; un viaje semejante se encontrará maravillosamente a gusto en la libertad epistolar, una libertad casi ilimitada, que permite descender a los detalles más vulgares y alcanzar los temas más elevados.

Finalmente, así tuviese tan sólo el atractivo de verter mi pensamiento dentro de un molde nuevo, de hacer pasar mi estilo por un nuevo tamiz, de sacar chispas de alguna nueva faceta de esa piedra que extraigo, diamante o estrás, de la mina de mi pensamiento, cuyo valor fijará un día el tiempo, ese incorruptible lapidario; así tuviese tan sólo ese atractivo, decía, cedería a él; la imaginación, usted lo sabe, Madame, es en mí la hija de la fantasía, si no es la fantasía misma. Me dejo llevar entonces por el viento que me empuja en esta hora, y le escribo…

Y le escribo a usted, Madame, porque es un espíritu a la vez grave y alegre, serio e infantil, correcto y caprichoso, fuerte y encantador; porque su posición en el mundo le permite, si no decir todo, escucharlo todo; porque todo, costumbres, literatura, política, artes, casi diría ciencias, le es familiar; y, finalmente, porque, acaso usted quiera que lo diga, o mejor, que se lo repita, pues creo habérselo dicho con frecuencia, finalmente, porque el elemento que más necesita esa inspiración que a veces se tiene a bien reconocerme es la charla, esa ingeniosa anfitriona de nuestros salones, que tan raramente se encuentra más allá de las fronteras de Francia, y porque escribirle será pura y simplemente conversar una vez más con usted. Es cierto que el público será un extraño en nuestra conversación; pero nuestra conversación no se verá afectada por ello. Siempre he notado que mi agudeza es mayor que la habitual cuando adivino a algún oyente indiscreto de pie y con la oreja pegada a la puerta.

Queda por mencionar un punto más, Madame; rehuye usted toda publicidad y tiene razón; la publicidad de nuestros días es, con frecuencia, la injuria. Para los hombres la injuria no es más que un accidente; la injuria entre hombres se replica y se venga. Pero la injuria para la mujer es más que un accidente; es una desgracia. Pues al tiempo que envilece a aquel que la emite, ensucia siempre a su destinataria. Cuanto más blanco es un vestido, más visible se hace en él la menor salpicadura.

He aquí pues lo que le propondré, Madame. En esa bella Italia que usted tanto ama, hay tres mujeres benditas que tres poetas celestiales hicieron célebres. Esas mujeres se llaman: Beatriz, Laura y Fiametta. Escoja uno de esos tres nombres, y no tema que por ello vaya yo a creerme Dante, Petrarca o Bocaccio. Puede usted tener una estrella en la frente como Beatriz, una aureola en torno a la cabeza como Laura o una llama en el seno como Fiametta: quédese tranquila, mi orgullo no ha de arder en ellas. Ese nombre bajo el cual yo debo escribirle, me lo hará saber, ¿verdad?, en su próxima carta. ¿Tengo alguna otra cosa de la misma especie para decirle? No, no lo creo.

Pues bien, ahora que mi breve prefacio está terminado, permítame exponerle en qué condiciones parto, con qué objetivo la dejo, y con qué intenciones regresaré probablemente. Existe en el mundo un hombre de una elevada inteligencia, cuyo espíritu resistió diez años de Academia, su urbanidad quince años de debates parlamentarios, su bonhomía cinco o seis cargos ministeriales. Este hombre político empezó siendo un hombre de letras y, cosa rara entre los políticos, se volvió celoso, por no hacer más que leyes, de aquellos que siguen haciendo libros. Cada vez que se le ofrece una de esas cosas que, en el árbol eterno del arte, hacen abrir una flor o madurar un fruto, él la toma con presteza, cediendo a su primer movimiento, al contrario de aquel otro hombre político que jamás cedía a su primer movimiento, ¿y sabe por qué? Porque ése era el bueno.

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