Todos los derechos reservados. Los personajes y eventos que se presentan en este libro son ficticios. Cualquier similitud con personas reales, vivas o muertas, es una coincidencia y no algo intencionado por parte del autor.
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Alejandro Dumas (1845-1846)
Ilustrador: Jean-Aldolphe Beaucé (1860)
Adaptación: J.A. Bravo (2021)
Diseño de la portada: Read It!
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1
Marsella. La llegada
El 24 de febrero de 1815 el velero El Faraón llegó al puerto de Marsella. Un hombre bien vestido que parecía un caballero rico se acercó al barco y llamó:
—¡Capitán! ¡Capitán Leclerc!
Un joven, de unos veinte años, alto, apuesto, de cabellos y ojos oscuros salió por el costado del barco.
—¡Señor Morrel! ¿Es usted?
—Si soy yo, ¡Oh! ¿Eres tú, Edmundo? ¿Qué ha ocurrido? —preguntó el hombre desde el puerto.
—Algo muy triste, señor Morrel —respondió el joven—. Cerca de Civitavecchia, perdimos al capitán Leclerc y yo me hice cargo de gobernar el barco.
—¿Qué ocurrió, Edmundo? ¿Hubo un accidente a bordo?
—No señor, el capitán cayó enfermó y murió de fiebre.
—¿Y las mercancías? —preguntó el señor Morrel muy preocupado.
—Están a salvo, señor Morrel —contestó Edmundo Dantés—. Ahora, suba a bordo. Danglars le dará cuenta del estado de las mercancías.
Morrel subió al barco y se encontró con Danglars el segundo oficial de El Faraón . Era un hombre de baja estatura y siempre parecía estar enfadado.
—Buenos días, señor Morrel —dijo Danglars—. ¿Se ha enterado de la triste muerte del capitán Leclerc?
—Sí. Era un buen hombre, estoy muy triste.
—Y un buen marinero. El mejor capitán que ha tenido El Faraón —dijo Danglars.
—¿Qué le parece Edmundo? ¿Trabaja bien? —preguntó el señor Morrel.
—Sí, trabaja bien —dijo Danglars mirando a Dantés—. Cuando murió el capitán Leclerc, Edmundo se convirtió en capitán por ser el primer oficial, pero tengo que contarle algo señor Morrel.
—Dígame, amigo Danglars, sea franco.
—Perdimos un día entero de viaje. Estuvimos parados frente a la isla de Elba, Edmundo bajó a tierra por la mañana y volvió por la tarde.
—¿Cómo es eso? ¡Dantés! ¡Dantés! —gritó el armador—. Ven aquí, por favor
—En un minuto, señor Morrel —respondió Dantés dando órdenes a sus hombres para terminar de atracar el barco.
Cuando el barco estuvo totalmente amarrado a puerto Dantés se dirigió hacia el señor Morrel:
—El barco ya está listo. ¿En qué puedo ayudarlo señor?
Danglars al ver a Dantés acercarse al señor Morrel retrocedió unos pasos.
—¿Por qué estuvisteis parados un día entero frente a la isla de Elba? —preguntó Morrel.
—No lo sé, señor Morrel. Fue la última orden del capitán Leclerc. Me dio una carta para que la entregara al mariscal Bertrand en la isla.
Morrel tomó a Dantés del brazo y lo atrajo hacia sí.
—¿Y viste a Napoleón? —preguntó en voz baja.
—Si, le vi señor —contestó Edmundo.
—¿Y hablaste con él?
—No, él me habló a mí y me preguntó muchas cosas —contestó Dantés.
—¿Qué cosas te preguntó?
—Pues me preguntó que mercancías transportábamos y me preguntó que quién era el dueño del barco. Por supuesto le dije que Morrel e hijos—. ¡Ah! —dijo Napoleón—. Conozco a los Morrel; han sido siempre dueños de barcos, incluso un Morrel luchó conmigo en Valence.
—¡Cierto! —gritó Morrel, feliz—. Ese es mi tío Policarpo Morrel. Fue un gran soldado y ahora es capitán. Dantés, si le cuentas esto a mi viejo tío llorará como un niño acordándose de sus años de soldado al lado de Napoleón. Tenías razón al detenerte en la isla de Elba, Dantés. Pero no le cuentes esto a nadie o te meterás en problemas.
—¿Por qué? —preguntó Dantés—. No sé qué había en esa carta y Napoleón sólo me hizo preguntas sencillas que cualquiera podría responder.
—Mi querido Dantés, ¿estás libre esta tarde? —preguntó el señor Morrel.
—Sí, señor Morrel —respondió Dantés.
—¿Puedes venir a cenar conmigo a mi casa?
—Gracias, señor Morrel. Pero primero tengo que ver a mi padre.
—De acuerdo, visita a tu padre y luego ven a mi casa. Te estaré esperando.
—Gracias de nuevo, señor Morrel. Pero hay otra persona a la que necesito ver.
—Es cierto, Dantés. Olvidé decirte que la hermosa Mercedes vino a verme tres veces. Quería tener noticias de El Faraón —dijo Morrel sonriendo.
—Tengo que ir a hablar con ella, señor. Tengo que pedirle una cosa —dijo el joven marinero.
—Mi querido Edmundo —dijo el señor Morrel—. Claro que puedes ir a hablar con la señorita Mercedes.
—Gracias, señor Morrel. Tengo que pedirle un favor. ¿Puedo tomarme catorce días de vacaciones?
—¿Para casarte? —preguntó Morrel.
—Sí, pero antes debo ir a París —contestó Edmundo Dantés.
—Sí, por supuesto, Dantés. Pero vuelve pronto, El Faraón no puede navegar sin su capitán.
—¿Sin su capitán, señor? —preguntó Dantés. Sus ojos brillaban de felicidad —. ¿De verdad voy a ser el capitán de El Faraón ? ¡Oh, señor Morrel! Le doy las gracias, tengo que ir ahora mismo a contárselo a mi padre y a Mercedes.
—Está bien, Edmundo. Ve a ver a tu padre, a Mercedes y luego ven a verme a mí.
Bajó el joven Edmundo a puerto y se dirigió a casa de su padre mientras el señor Morrel lo seguía con la mirada, en ese momento se dio la vuelta y vio que Danglars estaba justo detrás de él, lo había oído todo. Una mirada furiosa se dibujaba en su rostro.
2
El padre y el hijo
Dantés siguió andando por la avenida principal y después giró a la izquierda por una calle estrecha y entró en una casita muy vieja y pobre.
—Mi querido Edmundo —gritó su padre abrazándolo—. ¡Mi niño, mi hijo! ¡Estás aquí en Marsella! ¡Cuéntame hijo! ¿Cómo ha ido tu viaje?
—Todo ha ido muy bien padre, pero tengo una mala noticia. El capitán Leclerc murió a causa de unas fiebres.
—¿Y que ocurrió, hijo?¿Quién se hizo cargo del barco? —preguntó el padre.
—¡Yo! Fui yo, padre, y ahora soy el capitán de El Faraón . Ganaré dinero y podré comprarte una casa nueva donde podrás vivir mucho mejor que aquí.
De repente el rostro del padre se volvió de color blanco y parecía estar mareado.
—¿Pero, qué te ocurre padre? ¿No te encuentras bien? —preguntó Edmundo.
—No es nada —dijo el padre.
—Necesitas comer, padre, estás muy delgado. Voy a prepararte algo.
—No hay nada de comer en la casa —dijo el anciano—. Tu estás aquí hijo, no necesito nada más.
—Pero padre, cuando me fui, hace tres meses, tenías dinero para comprar comida —dijo Edmundo.
—Sí, es verdad. Pero le devolví el dinero que le debíamos a Caderousse. Él me lo pidió, me dijo que lo necesitaba.
—¿Le diste a Caderousse todo el dinero que tenías para comida? ¿Por qué hiciste eso? Toma, padre, toma esto y ve a comprar algo de comida —dijo Edmundo poniendo un motón de monedas sobre la mesa.