JIM GOAD (1961) sobrevivió a una adolescencia solitaria, misántropa y de bicho raro, con padre violento y monjas abusivas, en Clifton Heights, Pennsylvania, un barrio de lo más redneck, del que suele decirse que, como no te largues a tiempo, a los veinte años estás acabado. En cuanto puede huye a Nueva York, estudia interpretación con Stella Adler y conoce a Debbie, una chica judía de Coney Island, en un concierto de Johnny Thunders. Por problemas con un casero se marchan a Los Ángeles (se casan en Las Vegas) y juntos fundan la mítica revista de culto ANSWER Me! de la que, entre 1991 y 1994, salen cuatro números (el último, dedicado a la violación, es retirado de las tiendas por obscenidad). Entrevistas con Russ Meyer, Timothy Leary, Public Enemy, Iceberg Slim y artículos satíricos y muy cabrones sobre la masturbación en la literatura, la pedofilia en la obra de Steven Spielberg, los asesinos en serie, los 100 mejores suicidios de la historia o la música country racista. Se dice que Kurt Cobain andaba leyendo el número del suicidio antes de sacarse el carnet del Club 27. También inspiraría el suicidio de tres neonazis británicos. Francisco Martin Duran, el tipo que se lió a tiros desde la verja de la Casa Blanca con su carabina semiautomática en el 94, llevaba recortes de la revista en el bolsillo… La relación de Jim con Debbie y, luego con Anne «Skye» Ryan, «la dulce chica Drácula», fue bastante tormentosa; el asunto acabaría con Jim cumpliendo dos años en la prisión estatal de Oregón, preso nº12800236, por agresión. Allí escribiría sus memorias, Shit Magnet (Imán para la mierda). Se declara miembro orgulloso de la Nación de la Basura Blanca y ha girado con Hank III. No hay ni una sola minoría que no le odie. Él se ríe. Ellos no. Él piensa que sin humor estamos perdidos. Y lo estamos. Actualmente no vive en un parque de caravanas, pero se lo está pensando.
MANIFIESTO REDNECK
MANIFIESTO REDNECK
De cómo los hillbillies, los hicks y la basura blanca se convirtieron en los chivos expiatorios de Estados Unidos
Jim Goad
Traducción Javier Lucini
Título original:
The Redneck Manifesto: How Hillbillies, Hicks, and White Trash Became America’s Scapegoats
Simon & Schuster Inc., 1997
Primera edición: Junio 2017
Segunda edición: Septiembre 2017
Tercera edición: Diciembre 2017
Cuarta edición: Octubre 2018
Quinta edición: Noviembre 2020
© Jim Goad, 1997
© 2017 de la traducción: Javier Lucini
© 2017 de esta edición: Dirty Works S.L.
Asturias, 33 - 08012 Barcelona
www.dirtyworkseditorial.com
Traducción: Javier Lucini (con Tomás
Cobos ayudándole en el alambique)
Diseño de cubierta: Nacho Reig
Ilustración: © Antonio Jesús Moreno «El Ciento», 2017
Maquetación: Marga Suárez
Correcciones: Marta Velasco Merino
ISBN: 978-84-19288-07-3
Producción del ePub: booqlab
Índice
NOTA DE LOS EDITORES
A lo largo de la obra, el autor utiliza varios términos de uso común en Estados Unidos (básicamente peyorativos) para referirse al objeto de su estudio: el trabajador blanco de clase baja estadounidense. Salvo en el caso de «white trash», que tiene una traducción poco chirriante y más o menos establecida («basura blanca»), hemos decidido dejar el resto en su versión original. La opción era traducirlos por los consabidos términos recurrentes: paleto, palurdo, cateto, pueblerino, patán, gañán o rústico, pero lo cierto es que no son solo ni exactamente eso. La iracunda erudición de la que hace gala el propio autor, declarado ciudadano de la Nación White Trash, es buena prueba de ello. Por otro lado, cada término tiene su origen y su idiosincrasia (a veces puramente geográfica) y, en la mayoría de los casos, el autor los explica en el texto.
El término «redneck» hace referencia a una circunstancia muy concreta, la nuca roja, achicharrada de tanto trabajar al sol, de los aparceros blancos pobres. Suele utilizarse para referirse peyorativamente a los sureños conservadores. Muy de interior, baja renta, lata de cerveza y bandera confederada.
El «hillbilly» también ha llegado a convertirse en un término insultante para referirse a los habitantes de ciertas áreas remotas, rurales o montañosas, sobre todo de la cordillera de los Apalaches y, en ocasiones, de los Ozarks, dos de las zonas más pobres del país. Denota aislamiento respecto a la cultura dominante (accidental o voluntario). Según Anthony Harkins, en su libro Hillbilly: A Cultural History of an American Icon, el término aparece impreso por primera vez a principios de siglo, en un artículo del New York Journal, con la siguiente definición: «Un Hill-Billie es un ciudadano blanco, libre y sin restricciones, de Alabama, que habita en las colinas (“hills”), carece de medios reseñables, se viste como buenamente puede, habla como le da la gana, bebe whisky en cuanto tiene la oportunidad y dispara su revólver cuando se le antoja». El estereotipo lo pinta como un blanco sureño con barba descuidada, muy mala dentadura, escasa educación, un rifle y un sombrero de paja destrozado que anda descalzo, casi en harapos, bebe whisky ilegal de elaboración casera, toca el banjo o el violín, tiene una camioneta que se cae a trozos y, en general, es feliz con lo poco que tiene. Ha dado lugar a un género musical: la música hillbilly.
En el , Jim Goad explica el origen de los términos «hick», «rube», «hayseed» y «yokel» como denominaciones peyorativas rurales que se construyen de manera similar a la de «hillbilly» (Billy de las colinas), tirando del nombre propio de un varón imaginario que, supuestamente, vendría a representar a todos los hombres del campo; en el caso de «hick» la palabra procede de una variante actualmente obsoleta del nombre «Richard», «rube» es una abreviatura rural de «Reuben». El caso de «Hayseed» apunta directamente a la vida rural, por lo de simiente («seed») y heno («hay»), más utilizado en el Medio Oeste rural. «Yokel» parece designar a un tipo de granjero, el que lleva el yugo («yoke»), un pobre diablo.
En el mismo capítulo Jim se extiende un poco más con la etimología del término «cracker» y su derivado «corn-cracker». Encuentra su origen en Bretaña, en el siglo XVII, como sinónimo de bomba (como en el caso de «firecracker», petardo). Vendría a referirse a una persona de ira explosiva o demasiado ruidosa. También rastrea la raíz hasta el término «corn-crackers», los «cruje-maíz» o «chasca-maíz», porque machacar, o crujir, el maíz, era una de las pocas formas que tenían los primeros moradores de los bosques norteamericanos para obtener alimento. Otra explicación que apunta el autor es la de que «cracker» sea una reducción de «whip-cracker», una expresión inventada por los urbanitas sureños para etiquetar a los vaqueros rurales (chasqueadores) de Georgia y Florida que conducían a sus mulas y sus bueyes por tierras de pastoreo valiéndose de un látigo. Los afroamericanos modernos, que son quienes parecen utilizar más la palabra «cracker», alegan que el chasquido del látigo no era el del vaquero sino el del negrero. También nos explica el autor que, a mediados del siglo XIX, poco a poco, los afroamericanos empezaron a favorecer el uso de la palabra «cracker» para denigrar al odiado blanquito, abandonando el término que hasta entonces tenía más solera: «po’ buckra», una mezcla de pobre («poor») y una palabra africana que viene a significar algo parecido a «demonio blancucho».
«Honky» también suelen utilizarlo los afroamericanos para humillar a los blancos, sobre todo en el Sur. Su origen es misterioso. Puede ser una variante de «hunky», que a su vez proviene de «bohunk», término despectivo con que se conocía a la población inmigrante magiar de Bohemia a principios del siglo XX. También puede proceder de los mineros de carbón de Oak Hill (Virginia Occidental), en la época en la que era un oficio segregado: los negros en una sección, los blancos en otra y los extranjeros que no hablaban inglés en una tercera que se conocía como «Hunk Hill», la zona de los Hunkies. Honky también puede ser una mutación del término «xonq nopp», que en idioma wólof de África Occidental significa «persona de orejas rojas» y, por tanto, «persona de raza blanca». Llegaría a Estados Unidos a bordo de los barcos negreros. Otro posible origen documentado es el apodo que, allá por 1920, la población negra daba a los blancos temerosos que iban en coche a los barrios negros y tocaban el claxon («honk») para que las prostitutas afroamericanas se acercasen y se fuesen con ellos sin necesidad de salir del coche y exponerse a indecibles peligros.
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